Dos jóvenes de mundos opuestos se encuentran por casualidad una noche de Halloween. Ella, proveniente de una familia adinerada y de clase alta, y él, de una humilde familia de escasos recursos económicos en la zona más desfavorecida de Florida. A pesar de sus diferencias sociales, sus miradas se cruzan y surge una conexión instantánea entre ellos, una atracción que parecía destinada a ser efímera.
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Enfrentado las Consecuencias
Alejandra
Capítulo 18 - Enfrentando las Consecuencias
Después de la emocionante conversación con mi padre, en la que logré convencerlo de permitirme continuar apoyando a Marcos y su familia, me siento llena de esperanza y determinación. Sé que debo mantener un perfil bajo y ser extremadamente cuidadosa, pero estoy dispuesta a hacer todo lo que sea necesario para ayudar a Marcos a alcanzar sus sueños.
Durante los días siguientes, me mantengo en constante comunicación con él, buscando la forma de brindarle el apoyo que tanto necesita sin poner en riesgo nuestra posición. Paso horas planificando estrategias y analizando cada paso, consciente de que cualquier error podría tener graves consecuencias.
Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, siento que algo no está del todo bien. Marcos parece más distante y reservado de lo habitual, y en varias ocasiones he intentado comunicarme con él sin éxito. Un presentimiento de que algo grave ha ocurrido comienza a atormentarme.
Una tarde, cuando me encuentro en mi habitación revisando algunos documentos, escucho unos pasos acercándose y me sorprendo al ver a uno de los abogados de la familia, un hombre de aspecto severo y mirada intimidante.
—Señorita Alejandra —dice, con voz grave—, tengo algo importante que discutir con usted.
Siento que un nudo se forma en mi garganta y, con cautela, lo invito a tomar asiento.
—Por supuesto, señor —respondo, tratando de mantener la calma—. ¿Qué es lo que ocurre?
El abogado me mira con una expresión que denota una mezcla de desaprobación y severidad.
—Me temo que ha llegado a mis oídos información preocupante sobre sus recientes actividades —dice, con tono acusador.
Siento que el corazón se me detiene por un instante. ¿Acaso mi padre ha revelado algo sobre mi intención de ayudar a Marcos?
—No entiendo a qué se refiere, señor —digo, con cautela—. ¿Podría ser más específico?
El abogado me mira con una expresión grave y, sin rodeos, suelta la bomba.
—Señorita Alejandra, se le acusa de haber utilizado fondos de la familia para brindar apoyo económico a personas ajenas a nuestro círculo social —dice, con voz severa.
Siento que el mundo se desmorona a mi alrededor. ¿Cómo es posible que se hayan enterado de mis intentos por ayudar a Marcos?
—Señor, debe haber un error —digo, con desesperación—. Yo jamás haría algo así.
El abogado me mira con una expresión de desaprobación y niega con la cabeza.
—Me temo que no hay error alguno, señorita —dice, con firmeza—. Tenemos pruebas convincentes de sus actividades ilegales.
Siento que la angustia me invade y, sin poder contenerme, me levanto de mi asiento, enfrentándolo con determinación.
—Señor, le aseguro que todo esto es un malentendido —insisto, con vehemencia—. Yo solo estaba intentando ayudar a una familia que lo necesitaba.
El abogado me mira con una expresión severa y, sin inmutarse, continúa:
—Señorita Alejandra, sus intenciones pueden ser nobles, pero eso no justifica el hecho de que haya utilizado fondos que no le pertenecen —dice, con tono acusador.
Siento que la desesperación me consume y, sin poder contenerme, comienzo a suplicar.
—Señor, por favor, déjeme explicarle —ruego, con la voz quebrada—. Yo solo quería hacer una diferencia en la vida de alguien que lo necesitaba.
El abogado me mira con una expresión inflexible y, con un gesto, me indica que me siente.
—Señorita Alejandra, me temo que sus explicaciones no serán suficientes —dice, con severidad—. La familia ha tomado una decisión, y las consecuencias serán severas.
Siento que un escalofrío recorre mi espalda y, con el corazón latiendo a toda velocidad, me atrevo a preguntar:
—¿Qué clase de consecuencias, señor?
El abogado me mira con una expresión grave y, sin rodeos, suelta la noticia.
—Señorita Alejandra, la familia ha decidido presentar cargos de malversación de fondos en su contra —dice, con voz severa—. Esto significa que usted enfrentará un proceso legal y posibles sanciones penales.
Siento que las piernas me fallan y, sin poder contenerme, me dejo caer de vuelta en la silla, sintiendo que el mundo se desmorona a mi alrededor.
—Pero, ¿cómo es posible? —susurro, con la voz entrecortada—. Yo solo estaba intentando ayudar.
El abogado me mira con una expresión imperturbable y, con un gesto, me indica que guarde silencio.
—Señorita Alejandra, la familia ha sido clara en su posición —dice, con firmeza—. Usted ha cometido un acto inaceptable y debe enfrentar las consecuencias.
Siento que la desesperación me invade y, sin poder contenerme, me aferro a la manga de su traje, suplicando con lágrimas en los ojos.
—Señor, por favor, déjeme explicar —imploro, sintiendo que mi voz tiembla—. Yo no quería causar ningún problema.
El abogado me mira con una expresión de lástima y, con un gesto, se aparta de mi agarre.
—Lo siento, señorita Alejandra, pero la decisión ya ha sido tomada —dice, con voz grave—. Usted enfrentará un proceso legal por malversación de fondos.
Siento que el mundo se desmorona a mi alrededor y, sin poder contenerme, rompo en llanto.
—Pero, ¿qué pasará conmigo? —susurro, con la voz entrecortada—. No puedo ir a la cárcel, yo... yo tengo una vida por delante.
El abogado me mira con una expresión de lástima y, con un gesto, se acerca a mí.
—Señorita Alejandra, me temo que la familia no está dispuesta a hacer concesiones —dice, con voz grave—. Usted deberá enfrentar las consecuencias de sus actos.
Siento que la desesperación me consume y, sin poder contenerme, me aferro a sus brazos, suplicando con lágrimas en los ojos.
—Señor, por favor, déjeme hablar con mi padre —imploro, sintiendo que mi voz tiembla—. Estoy segura de que él podrá entender mis intenciones.
El abogado me mira con una expresión de lamento y, con cautela, se aparta de mi agarre.
—Me temo que eso no será posible, señorita Alejandra —dice, con voz grave—. Su padre ya ha sido informado de la situación y ha respaldado la decisión de la familia.
Siento que el corazón se me parte en mil pedazos y, sin poder contenerme, me dejo caer en la silla, cubriendo mi rostro con las manos.
—Dios mío, ¿qué voy a hacer? —susurro…
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