La Caida De Los Angeles

Con el refugio a mis espaldas y la piedra oculta en mi mochila, me adentré en el bosque. A pesar de ser de día, el aire se sentía frío y denso. La poca luz que atravesaba las hojas de los árboles se sentía como un regalo. Pasaron horas caminando en el bosque. La oscuridad de la noche se cernía sobre mí, y los sonidos de la naturaleza se hacían menos claros. Incluso los animales necesitan descansar. El bosque estaba quieto, solo se movían las hojas y plantas por el aire que soplaba. La inscripción en la piedra seguía resonando en mi mente: "La ascensión demanda sacrificio". No podía dejar de preguntarme qué significaba realmente, aunque una parte de mí ya tenía una respuesta, recordando historias que leía de pequeño.

Seguí el mapa incompleto que el profesor Carmona me había dado. El paisaje se volvía cada vez más inhóspito, los árboles daban la sensación de ser más altos y me sentía encerrado. Finalmente, llegué a un claro donde las estrellas apenas se veían a través de la espesura del follaje. Decidí acampar allí, sintiendo que era el lugar adecuado para descansar antes de continuar.

Esa noche, mis sueños fueron aún más oscuros. Me vi a mí mismo en una vasta caverna, la misma que había visto en sueños anteriores, aunque esta vez era diferente. Estaba solo; no había nada, ni cadáveres ni el ser con ojos vacíos mirándome. En el centro, la piedra brillaba intensamente, pero no me llamaba y no brillaba tanto como en otros sueños. Todo era más tranquilo, no había voces. Estaba en paz y, por fin, pude dormir bien después de varios días.

Me desperté por un rayo de sol que pasaba por un hueco de la cueva. Estaba completamente descansado. El cielo comenzaba a clarear y veía que el bosque parecía más vivo y colorido. Me daban ganas de quedarme un rato más, pero tenía que seguir avanzando. Recogí mis cosas y continué mi camino. Mientras seguía el mapa, encontré un refugio abandonado. Las casas estaban en ruinas y había cadáveres de animales y personas.

Mientras recorría el refugio, entré en una casa para buscar algo útil. De repente, escuché pasos a mis espaldas y me di la vuelta rápidamente. Me di cuenta de que era la errante que había visitado el refugio donde estaba.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, sujetando mi bate sin sacarlo de la mochila.

—¿Es que uno no puede visitar lo que era su casa? Solo estaba aquí de visita, recordando viejos tiempos —dijo, con un tono medio nostálgico.

—¿Antes pertenecías a este refugio? ¿Cómo acabó así? —pregunté, más por curiosidad que por otra cosa.

—Sí, antes vivía aquí con mis amigos y mis padres, aunque ya hace tres años de eso. El cómo acabó así puede decirse que es lo mismo que pasó en tu refugio. Una horda atacó en el peor momento, pero a diferencia de ti, yo en ese momento no había recibido la bendición de Dios y tampoco había muchos guardias.

—Así de repente los atacaron. No creo que sea posible; los infectados no atacan un lugar solo porque sí.

—Tienes razón, pero en ese momento no sabía que uno de mis amigos había encontrado un "Manuscrito", así como el que tienes ahora. Eso debió atraerlos y arrasaron con este lugar. Solo yo sobreviví por pura suerte.

—Ya veo. Me imagino que en ese ataque recibiste las heridas del hombro y el abdomen.

—No, eso fue después. Estaba corriendo con el "Manuscrito" en mis manos mientras me perseguían los "corderos desviados", a los que llamas infectados. Me alcanzaron y quisieron comerme. Por mi puro deseo de vivir, empecé a hacer lo mismo que ellos: con uñas y dientes, los maté y los comí. Fue esa noche cuando tuve un sueño que seguramente ya has tenido.

—Muy bien, entiendo tu historia. Entonces, ¿qué haces aquí?

—Como dije antes, estaba recordando viejos tiempos, pero ahora que estás aquí, te propongo un trato.

—¿De qué se trata? —dije, mirándola directamente a los ojos, dudando de su propuesta.

—Te ayudaré a proteger la piedra a cambio de que me ayudes a encontrar más "Manuscritos".

—No puedo confiar en ti; eres una seguidora del culto a los "Ángeles".

—Ah, ¿te acuerdas de lo que te dije? Bueno, déjame decirte que fue mentira. Creía que tú también lo eras, ya que cuidabas la piedra con recelo.

—Te daré el beneficio de la duda —dije, mientras me quitaba la mochila y empezaba a armar una cama dentro de la casa.

—Gracias por confiar en mí, al menos por el momento.

Con eso dicho, fue a una esquina y se sentó en una silla, leyendo un libro que tenía en su mochila, mientras yo me preparaba para pasar la noche y me puse a cocinar.