Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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Dudas
Siguiendo su plan, Sebastián destinó toda su mesada –bastante generosa– a esparcir rumores que mejoraran la imagen de Lila. No pasó mucho tiempo antes de que las calles empezaran a llenarse de chismes favorables: «La señorita Priscilla es la favorita del emperador, pero todos saben que acosa a Lila», «Lila fue maltratada por su padre, que siempre obedecía a la concubina», y «Lila no está maldita». Estos y otros rumores empezaron a difundirse rápidamente, y, como se había planeado, Lila comenzó a recibir invitaciones a eventos sociales.
Lila, sin embargo, se sorprendió cuando le llegó la invitación a una fiesta de té de Jessica Córdoba, amiga cercana de Priscilla y una joven que en el pasado le había causado bastantes humillaciones. Decidida a enfrentarse con dignidad y fuerza, le mostró la invitación a su madre.
—Madre, he sido invitada por Jessica Córdoba a una fiesta de té la semana próxima —dijo Lila, en tono indiferente.
—Bueno, hija, eres libre de ir si lo deseas. Solo ten cuidado, es probable que quieran hablar sobre el divorcio.
—No te preocupes, madre, sé cómo defenderme.
Pasada la semana, Lila se vistió con un elegante vestido violeta que resaltaba su cabello y sus ojos, dándole un aire de sofisticación que irradiaba confianza. Al llegar a la mansión Córdoba, Jessica la recibió con una sonrisa fingida y un sutil desdén, aunque Lila notó rápidamente que había llegado justo a tiempo.
—Buenos días, señorita Jessica. Lamento si he llegado a una hora inconveniente —dijo Lila con una sonrisa educada.
—No se preocupe —respondió Jessica, esforzándose por disimular su incomodidad.
—Solo no olvide que llevo sangre imperial. La etiqueta es importante, siempre y en todo lugar —remató Lila, con una mirada que demandaba respeto.
Jessica entendió el mensaje: aunque Lila había renunciado al apellido, su rango de princesa seguía siendo legítimo, y una reverencia estaba en orden. Sin muchas opciones, Jessica procedió con la cortesía, aunque visiblemente irritada.
Lila caminó hacia el jardín, donde se encontraban las demás invitadas, jóvenes de alta sociedad que, en su mayoría, le habían dado la espalda en el pasado. Apenas se acercó, una de ellas comentó, ocultando su sonrisa tras un abanico:
—La señorita Priscilla sí es todo un ejemplo de elegancia y educación, no como otras...
—¿Oh, sí? —replicó Lila con tono tranquilo, sin perder su sonrisa—. Me temo que usted no sabe con quién está hablando. Soy hija de la duquesa Mónica y tengo la sangre imperial. Le diré algo: la etiqueta la deberían practicar ustedes, empezando con una reverencia.
La joven enrojeció de vergüenza, y las demás risas no tardaron en seguirla. Su molestia se volvió evidente, pero antes de replicar, se escucharon murmullos. Priscilla acababa de llegar con notable retraso, y Lila sonrió para sus adentros, satisfecha de que la presencia tardía de Priscilla invalidara cualquier comentario sobre su propia puntualidad.
—Señoritas, lamento la tardanza. No estaba segura de venir... —dijo Priscilla con una mirada melancólica.
Jessica aprovechó la situación y comentó, aparentemente interesada:
—Comprendo que debe ser difícil, señorita Priscilla, ahora que su padre podría casarse de nuevo, poniendo en riesgo su posición como heredera...
Priscilla puso cara de sorpresa al notar la presencia de Lila, a quien saludó con tono falso.
—Hermana, qué gusto verte aquí. A pesar de nuestras diferencias, yo te quiero... —dijo Priscilla con voz dulce.
Lila, sin perder la calma, respondió:
—Curioso, hermana. Justo estaban hablando de ti, de lo bien educada que eres en comparación conmigo. Y respecto a nuestro padre, sinceramente dudo que el matrimonio nuevo dure mucho, si es que llega a celebrarse.
Las palabras de Lila cayeron como un balde de agua fría sobre las invitadas, mientras Priscilla la miraba horrorizada.
—¿Qué estás insinuando, Lila? —preguntó Priscilla, fingiendo tristeza.
—Es evidente, hermana. Tu madre, esa "concubina", haría cualquier cosa para mantener su posición. No dudo que tenga planes similares para cualquier otra mujer que se acerque a nuestro padre, así como intentó deshacerse de mi madre.
Priscilla palideció, y su expresión mostró temor y confusión. Era la primera vez que Lila hablaba tan abiertamente sobre lo ocurrido en su infancia, de cómo había sufrido por las intrigas y el odio de Priscilla y su madre.
—Eso es mentira... Tú siempre has sido cruel conmigo —respondió Priscilla, comenzando a llorar.
—¿Cruel? —Lila sonrió, incrédula—. No, hermana. Tú y tu madre me maltrataron desde que era una niña. ¿Recuerdas cómo aprovechabas cualquier excusa para hacer que padre me castigara, inventando cuentos de mis "torpezas"? Esta farsa de que eres la víctima aquí... simplemente ya no cuela.
Las demás jóvenes observaban, algunas impactadas, otras visiblemente entretenidas por la inesperada tensión. Jessica intentó cambiar el tema, ofreciendo bocadillos y distrayendo a las invitadas, mientras Priscilla no pudo aguantar más y abandonó el evento entre lágrimas.
Lila la observó irse, sin una pizca de compasión. "Esto es solo el principio", pensó, satisfecha. "Tienes mucho que aprender, querida Priscilla, y la lección apenas ha comenzado."
"Priscilla, Priscilla, te falta mucho... vas a pagar por todo", pensó Lila, observando con burla a su estúpida hermana mientras huía corriendo, escapando del pequeño enfrentamiento que acababa de ocurrir.
el debería de pagar ante el mago por todo los pecados de la familia real