Marta trabaja en un rincón oscuro de la oficina, porque no quiere ser vista. Pero el Presidente Joel del Castillo decide sacarla a la luz, como su mujer.
El es un playboy y ella un ratón de biblioteca. Ninguno de los dos cree en el amor, pero por cuestiones prácticas el necesita esposa y ella... ella no necesita nada de él, ¡pero no consigue quitárselo de encima!
Y así, entre tiras y aflojas, se pasan la vida. Es de suponer que es la clásica historia en la que terminarán juntos pero... ¿y si no?
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Las islas Afortunadas
Capítulo 18
Nada. No consigue nada. La está buscando por todas partes, al menos lo que la prensa que lo acosa incansablemente le permite. Fue a hasta la empresa pero ella ya no apareció más por allí y solo saben decir que renunció. La señora García no sabe nada de ella, ni Leo y el investigador que contrató aún no ha podido ocuparse del asunto del paparazzi que sacó a la luz su infidelidad, así que no puede buscar a Marta hasta que no termine con lo otro.
En la empresa lo miraron mal, del primero al último de los empleados y Joel sintió vergüenza realmente. Si todo hubiera quedado oculto y él hubiera tenido el noviazgo con Jenna a la callada, habría sido perfecto. Marta se habría ido con su paga tranquilamente a hacer su vida como quisiera y él no hubiera quedado tan mal. Ahora su reputación de la que cuidó durante tantos años estaba por el suelo. En esa ciudad sería por siempre el infiel y ya se imaginaba lo que dirían de su novia. Aunque ella no se había sentido tan afectada según le había dicho por teléfono. No habían podido verse para no perjudicarse más aún.
Joel cogió el vaso de whisky y salió hacia el invernadero de rosas. Desde que Marta estuvo allí viviendo, se había convertido en el sitio favorito de los dos. Extrañamente, la echaba en falta. Sus conversaciones y sus risas emocionadas cuando él traía un nuevo ejemplar o cuando le enseñaba algún libro nuevo sobre cultivos. Ella amaba esas flores tanto como él. Podía jurar que ese sitio tenía el mismo aroma de ella. ¿Qué le pasaba?. Se suponía que había vuelto con el amor de su vida y aunque había sentido mucho deseo por la otra chica, solo había sido eso, deseo. Sus ganas de llevarla a la cama sobre todo porque ella se le resistió. Pero después de vivir un tiempo juntos, resultó que Marta era una caja de sorpresas para él. Y para muchos.
La servidumbre de su casa últimamente también lo miraban con frialdad y despectivamente. Resultó que la pequeña mujer había hecho migas con todos prácticamente allí, incluso con su ama de llaves, la santurrona. Ahora se persignaba cada vez que lo veía como si estuviera en presencia de Satanás. Y la comida que le servían casi siempre estaba quemada o salada o ácida. Llevaba dos días pidiendo comida para llevar a riesgo de morir de inanición si no. ¿Qué tenía esa chica de especial que incluso siendo tímida, reservada y poca cosa, se hacía querer de esa manera?. Ni idea. En realidad no era algo que se pudiera expresar con palabras. Sin embargo, en el fondo él lo entendía. También se había hecho querer por el mismo. Un poco. O mucho. Solo sabía que estaba loco de preocupación por ella y nadie le daba señales.
Se sentó en el suelo frío del invernadero, y no le importó mojarse el pantalón, ni que las piernas se le durmieran. Era menos de lo que merecía por haber sido tan desgraciado y egoísta. Todo lo que le pasaba a Marta ahora mismo era culpa de él y de nadie más y se sentía horrible con eso. Aunque amara a Jenna y quisiera estar con ella y formar una familia junto a su novia de toda la vida, la chica era una buena persona y no se merecía nada de esto. Deseaba que sus ataques de ansiedad no se hubieran reavivado con todo lo ocurrido tal y como imaginaba. Tenía que encontrarla como fuera y disculparse.
Se levantó de allí y se cambió para ir a su antiguo apartamento. Quizá algún vecino sabría algo. Tenía que intentarlo al menos. Así se enteró de que la casa había sido vendida y la propietaria se había ido del país le dijo la nueva dueña. No, no tenía forma de localizarla pues no llegó a conocerla y todo se arregló a través de una inmobiliaria. Se tuvo que ir de vacío, igual que llegó.
La mujer que lo atendió se quedó mirando su espalda hasta que desapareció en el ascensor. En realidad fue Dácil quien le metió esa patraña para que la dejara en paz de una vez. Ese botarate no merecía acercarse de nuevo a su amiga.
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Marta se despedía discretamente de sus amigas en el aeropuerto. Saldrá desde allí a Madrid y después de unas horas haría transbordo hasta la isla de Tenerife. Olga y Dácil prometieron ir a buscarla en cuanto pudieran. Y sus padres dejarían pasar algún tiempo en lo que se ocupaban de vender lo que tenían antes de seguir a su hija. Estaban encantados con el destino elegido pues era ideal para pasar sus últimos años allí. Ya sabían por muchos de sus amigos que la isla era conocida por su extraordinario clima y la bondad de sus gentes.
La forma de vida allí era totalmente al estilo europeo pero en eterna primavera, pues el verano y el invierno apenas se notaban. No solo era un buen destino turístico, sino también un buen sitio para vivir, les habían dicho. Para despistar a la prensa harían ver que se iban de vacaciones y más adelante si se daba el caso dirían que simplemente se había enamorado del lugar y pretendían vivir allí la jubilación. No era nada descabellado.
Leo y la señora García se habían despedido de ella mucho antes, pues no podían ser vistos en compañía de una mujer en el aeropuerto. Seguramente alguien podría sumar dos más dos y Marta sería descubierta. Toda precaución era poca y ella aún no se sentía a salvo en absoluto.
No dejaban de buscarla y las noticias sobre Joel, su amante y ella no dejaban de ser tendencia incluso después de semanas. Una de las causas obviamente era que no consiguieron encontrarla y eso exacerbaba más el asunto. A Joel no paraban de sacarle fotos aunque no lo volvieron a pillar con su amante. Finalmente, se supo que ella era su novia de la universidad, una mujer llamada Jenna Campos, y las portadas se llenaron con fotos de su belleza exquisita. Aunque muchos la vilipendiaban, otros tantos se inclinaban a bendecir esta unión diciendo que era Marta la que se había metido por el medio en esa relación como la tercera rueda con sus manipulaciones. Decían que comprando a las dos mujeres Jenna hacía mucho mejor pareja que la otra mujer, mucho más fea y que se notaba a la legua que no estaba a la altura.
Sus amigas no entendían cómo había pasado de ser la víctima a ser la mala de la historia y entre todos llegaron a la conclusión de que la mano negra detrás de todas esas publicaciones era enteramente la mala pécora que de seguro había orquestado todo de principio a fin para romper el compromiso de Marta y Joel.
Leo y Dani no tenían ninguna duda pues conocían a esa mujer desde los tiempos en que salió con su amigo y sabían de todas sus infidelidades aunque Joel creía que solo había sido una vez. Los otros no tenían pruebas en aquel entonces y después ya no pareció importante, una vez que habían roto, que le contaran toda la verdad. Sin embargo, ahora la cosa era diferente pues esa mujer no solo había vuelto a causar daño a su amigo, sino que había destruido a una buena mujer y seguía aún envenenando a los medios para salir indemne del asunto y ser bien vista de cara a un futuro matrimonio con Joel. Todos veían la estrategia menos el subnormal de Joel que seguía emperrado en decir que amaba a tremendo pendón. Leo y Dani de todos modos no le hablaban a Joel desde el día del escándalo. Y su madre tampoco. Su padre apenas lo justo.
Marta subió al avión llena de temor por los cambios que se avecinaban pero también llena de esperanza. Una vez que había tomado la decisión de marchar lejos e iniciar una vida en donde nadie la mirara ni la juzgara, se sintió mejor consigo misma. Saldría de aquí para siempre. Sus padres que eran sus personas más queridas irían con ella, así que no estaría sola en el mundo. Sus amigas irían a visitarla con frecuencia e incluso hablaban de quedarse allí también a vivir si el sitio les gustaba y encontraban trabajo. Lo demás no le importaba pues tampoco tenía lazos con nadie más. Quizá sentiría dejar a Leo y a la señora García pues también les había cogido cariño en este tiempo y la habían ayudado tanto que no tendría como pagar en mil vidas.
Leonardo le había dado su tarjeta personal y su dirección haciéndola prometer que estarían en contacto frecuente y que cualquier cosa que pasara, lo más mínimo, contara con él. El hombre le cogió la mano con cariño y le acarició la cabeza como a una niña antes de dejarla marchar con pena y Marta se sintió reconfortada por él. Le prometió llamarlo nada más llegar a su destino.
El aparato descendió sobre un aeropuerto no demasiado grande pero muy moderno y en el que apenas conseguía ver a un metro de distancia. La bruma lo envolvía completamente y se sorprendió pues después de todo lo que había oído decir sobre el clima primaveral lo primero que encontraba era una espesa niebla. Cogió un taxi y le indicó la dirección a la que debía ir. Los primeros días estaría en un hotel céntrico en la capital de la isla hasta que le entregaran las llaves del piso que había alquilado en una zona alta de la ciudad. El taxista se puso en marcha y sonriendo le dijo que no se asustara por la niebla porque ese sitio era especialmente mágico. Era el único lugar de la isla donde se daba ese fenómeno atmosférico y la razón era que les gustaba recibir a sus visitantes entre nubes. La muchacha se rió sorprendida por el descaro del hombre. Se preguntó si todos los habitantes eran así de divertidos.
El hombre le advirtió que en unos minutos descubriría la verdadera cara de la isla y tenía razón, apenas en un momento salieron a la autopista del norte y bajando hacia la ciudad pudo ver uno de los amaneceres más hermosos que jamás habían contemplado sus ojos. El sol parecía que se hacía más grande visto desde Tenerife. Brillaba sobre el mar convirtiéndolo todo en un espejo luminoso y los edificios y las casas se proyectaban sobre él como si fuera una postal digital. Se quedó sin aliento por tanta belleza y tanta luz. El cielo más azul que se podía imaginar estaba sobre la isla. Este sitio no es de este mundo, pensó la mujer. Y se alegró inmensamente de haber venido hasta aquí. El corazón dejó de sentirse tan pesado y no se sintió infeliz. ¿Quién podría serlo viviendo en una de las islas Afortunadas?.
Su sonrisa se hizo tan ancha que ahora el que quedó deslumbrado fue el conductor del taxi que la miraba por el espejo retrovisor. Había llegado un ángel a la isla, se dijo.