Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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Presagios
La luz matinal se filtraba por los ventanales de la cocina, bañando la mesa con un resplandor cálido que contrastaba con el silencio del lugar. Aelis se sentó frente a su desayuno, empujando el tenedor sin mucho interés. La silla al otro extremo, donde usualmente se sentaba el alfa, estaba vacía.
—Salió muy temprano —dijo su madre, como si leyera sus pensamientos—. Al parecer, tenía una reunión importante con los líderes de los clanes vecinos.
Aelis asintió sin responder. No era como si esperara verlo esa mañana, pero su ausencia le pesaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Desde que vivían en la mansión, su presencia había sido una constante intensa. Aunque no compartieran muchas palabras, él siempre estaba cerca. Vigilante. Firme. Y ahora, simplemente no.
Las clases pasaron sin sobresaltos. Aelis caminó sola la mayoría del día, pero durante el almuerzo, Nina se acercó a su mesa con una bandeja en la mano y una sonrisa discreta.
—¿Te molesta si me siento? —preguntó.
—Claro que no —respondió Aelis, moviendo su mochila para hacerle espacio.
Nina se sentó y comenzó a revolver su ensalada, lanzándole una mirada curiosa.
—Te ves cansada. ¿Todo bien?
—Sí, solo fue una mañana larga —dijo Aelis, evitando entrar en detalles.
—Bueno… si algún día querés hablar de esas “mañanas largas”, soy buena escuchando. —La sonrisa de Nina no era invasiva, solo honesta.
Aelis la observó un segundo más. Había algo genuino en ella. A pesar de que apenas llevaban unas semanas hablando de vez en cuando, le inspiraba cierta calma.
—Gracias. Tal vez te tome la palabra un día.
—Cuando quieras —dijo Nina, y después de eso hablaron de cosas ligeras: lo mal que explicaba el profesor de matemáticas, la próxima presentación de historia, e incluso de unas galletas horribles que vendían en la cafetería.
No era una conversación profunda, pero se sintió agradable. Por primera vez en días, Aelis se permitió sonreír un poco.
Al terminar el día, Aelis tomó el camino de regreso bordeando el bosque, como siempre. La mayoría de los estudiantes tomaban el bus o iban en grupo, pero a ella le gustaba caminar sola. El aire fresco, el susurro de los árboles y el crujido de las hojas bajo sus pies la ayudaban a despejar su mente.
Fue al doblar un sendero estrecho cuando la vio.
Una figura envuelta en una capa oscura, con el rostro oculto bajo la sombra de una capucha, se encontraba de pie junto a un roble caído. No estaba ahí un segundo antes.
Aelis se detuvo. Su instinto le gritaba que retrocediera, pero sus piernas no obedecieron.
—Has crecido —dijo la mujer, con voz rasposa, profunda—. Y el tiempo se acorta.
—¿Quién es usted?
La figura alzó el rostro. Era una mujer mayor, de ojos intensamente claros, casi sin color. Su piel estaba marcada por los años, pero su presencia era firme. Imponente.
—Tu nombre es solo el principio, muchacha. Lo que llevas dentro… aún duerme, pero no por mucho.
Aelis retrocedió un paso.
—No entiendo.
—Lo harás. Cuando la sangre reclame su memoria y el fuego despierte en tus huesos.
La bruja —porque no había otra palabra que pudiera describirla— extendió una mano huesuda hacia ella, sin tocarla.
—Tienes enemigos que aún no conoces. Pero también un poder que te fue legado con amor… y con sacrificio. No estás sola, aunque a veces lo parezca.
La brisa se volvió más fría, haciendo temblar las hojas a su alrededor. La mujer bajó la mano.
—Dile al alfa que no puede protegerte de todo. Y dile... que pronto tendrá que elegir.
—¿Elegir qué?
Pero la bruja ya se estaba alejando, sus pasos silenciosos entre la maleza.
—Nos volveremos a ver, loba dormida —dijo, sin mirar atrás.
Y se desvaneció entre los árboles.
Aelis permaneció inmóvil por unos segundos, con el corazón latiendo desbocado. No sabía qué había sido más inquietante: las palabras de la mujer, su extraña certeza, o la forma en que su cuerpo entero pareció reaccionar a esa última frase. Loba dormida.
El viento sopló más fuerte entonces, y por un instante, creyó oír un aullido lejano, grave y solitario, perdido entre los árboles.