Soy Salma Hassan, una sayyida (Dama) que vive en sarabia saudita. Mi vida está marcada por las expectativas. Las tradiciones de mi familia y su cultura. Soy obligada a casarme con un hombre veinte años mayor que yo.
No tuve elección, pero elegí no ser suya.
Dejando a mi único amor ilícito por qué según mi familia el no tiene nada que ofrecerme ni siquiera un buen apellido.
Mi vida está trasada a mí matrimonio no deseado. Contra mi amor exiliado.
Años después, el destino y Ala, vuelve a juntarnos. Obligándonos a pasar miles de pruebas para mostrarnos que no podemos estar juntos...
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El pasado
Su presencia siempre transmitía una mezcla de seriedad profesional y una calma subyacente. Sus ojos oscuros, siempre observadores, se encontraron con los míos.
—Salma, qué bueno verte de vuelta— dijo con un tono que, aunque profesional, tenía un matiz de genuina cordialidad. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios. —Esperábamos tu llegada para tener una perspectiva completa de este embrollo—
—Buen día Emir, es bueno estar de regreso— respondí, devolviéndole la sonrisa. —Por lo que veo, no me he perdido de nada. Parece que la tierra tiene sus propias ideas hoy—
Él asintió, con su mirada recorriendo brevemente el terreno irregular. —Exacto. Te llevaré a ver el punto exacto donde la situación se complica. Es mejor verlo en persona que solo en los planos— Hizo un gesto con la cabeza hacia una sección del terreno más allá del grupo de ingenieros. —Sígueme. El barro está un poco complicado por ahí, ten cuidado—
Comenzamos a caminar, dejando atrás el bullicio principal de la discusión. El terreno se volvía más blando y resbaladizo con cada paso. Mis botas, antes limpias, empezaron a cubrirse de una capa pegajosa de lodo. Emir caminaba con una agilidad sorprendente, esquivando los surcos y los pequeños charcos con facilidad. Yo lo seguía, concentrada en cada paso para no resbalar.
Mientras avanzábamos con dificultad por el terreno embarrado, Emir rompió el silencio. —Por cierto, Salma— dijo, girando ligeramente la cabeza para mirarme, su voz un poco más suave. —¿Cómo está Senre?—
Mi corazón dio un vuelco cálido al escuchar su pregunta. Era un gesto tan considerado, tan humano, en medio de la vorágine del trabajo. Una sonrisa genuina, luminosa, se extendió por mi rostro.
—¡Está muchísimo mejor, gracias a Dios y a un milagro!— exclamé, con mi voz vibrando con el entusiasmo que me era imposible contener. —Ya está en casa, recuperándose. La próxima semana, si todo sigue así, podrá volver a la escuela. Y volver a su vida normal. Aún le falta un poco de tratamiento, pero lo peor ya pasó—
Sentí una oleada de alivio y gratitud al compartir la noticia. Era como si, al pronunciarlo en voz alta, la realidad de la mejora de Senre se hiciera aún más palpable.
—Estoy tan aliviada, tan feliz— continué, con mis ojos brillando. —Ha sido un camino largo y difícil, pero mi pequeña es una guerrera. Y te agradezco de corazón que preguntes por ella—
Emir me miró, y pude ver un genuino alivio en sus ojos. —Me alegra muchísimo escuchar eso, Salma. De verdad. Es una excelente noticia. Me imagino lo duro que debe haber sido para ti. Verla tan bien debe ser una bendición—
Asentí, sintiendo cómo se me llenaban los ojos de una emoción contenida. —Lo es. Es la bendición más grande—
En ese momento, llegamos a un punto donde el terreno descendía abruptamente, revelando una depresión inesperada.
Emir se detuvo y señaló con el dedo. —Aquí es donde tenemos el problema principal. La inclinación natural del terreno es mucho más pronunciada de lo que esperábamos, y hay una capa de arcilla expansiva justo debajo. Si construimos las piscinas aquí sin una solución adecuada, tendremos problemas de estabilidad a largo plazo—
Mi mente, aunque aún resonaba con la alegría de Senre, ya estaba de vuelta en modo ingeniera. Miré el terreno, las marcas de los topógrafos, los planos en mi tableta. El desafío era claro. Pero también lo era la sensación de que, después de todo lo vivido, este problema, aunque complejo, era algo que podía manejar.
Me agaché, extendiendo los planos sobre el capó de un vehículo todoterreno que estaba aparcado cerca. Emir se inclinó a mi lado, nuestros hombros casi se rozaban mientras analizábamos las curvas de nivel y los perfiles del suelo.
—Mira aquí— le señalé con la punta de mi lápiz, —la estratigrafía muestra una discontinuidad importante justo en este punto. Podríamos intentar una cimentación profunda con pilotes, pero eso aumentaría significativamente los costos y el tiempo de ejecución. Quizás una solución con muros de contención escalonados, combinada con un sistema de drenaje más robusto...—
Una sensación sutil comenzó a invadirme. Sentía la mirada de Emir sobre mí, no solo sobre los planos. Era una mirada persistente, intensa, que se desviaba de las líneas y los números para posarse en mi rostro, en mi cabello, en mis gestos. Al principio, lo ignoré, atribuyéndolo a la concentración, pero la insistencia de sus ojos se hizo innegable.
Levanté la vista de los planos, girando mi cabeza para encontrarme con su mirada. Sus ojos oscuros estaban fijos en mí, con una profundidad que iba más allá de la preocupación profesional.
—¿Pasa algo, Emir?— pregunté, un poco más suave de lo que pretendía, con un atisbo de curiosidad y una punzada de nerviosismo.
Una sonrisa lenta y suave se dibujó en sus labios, y sus ojos no se apartaron de los míos. —No, nada. Solo... que sigues estando tan hermosa como siempre, Salma. Incluso mejor—
Sentí un calor subir por mi cuello y extenderse por mis mejillas. El sonrojo fue instantáneo y traicionero. Mis ojos se abrieron ligeramente, y mi mente se quedó en blanco por un segundo, buscando desesperadamente una respuesta, una forma de desviar el cumplido, de ocultar mi incomodidad ante una declaración tan directa e inesperada en medio del lodo y los planos.
Era un cumplido que no había escuchado en mucho, mucho tiempo, y de él, tenía un peso diferente.
—Gracias— murmuré, apenas audible, bajando la vista hacia los planos como si fueran la cosa más fascinante del mundo. Mis dedos juguetearon con el lápiz, intentando recuperar la compostura.
Un suspiro apenas perceptible escapó de sus labios.
—Lo lamento— dijo al fin.
Mi cabeza se levantó de nuevo, la sorpresa borró momentáneamente mi sonrojo.
—¿Por qué?— pregunté, con mi ceño fruncido con genuina confusión.
¿Por qué se lamentaba? ¿Por el cumplido? ¿Por haberme puesto incómoda?
Emir desvió su mirada de la mía por un instante, observando el horizonte lejano, como si buscara las palabras adecuadas en la inmensidad del paisaje.
Luego, sus ojos volvieron a mí, cargados de una emoción que me resultaba familiar y a la vez dolorosa.
—Por no volver— respondió, en un susurro, pero con una resonancia que golpeó directamente en mi pecho.
La tensión se apoderó de mí al instante. Era como si el aire alrededor se hubiera vuelto denso y pesado.
Sabía que esta conversación, o al menos la sombra de ella, había estado flotando entre nosotros desde que regresó esperando el momento de manifestarse. Lo que nunca esperé fue que fuera aquí, en medio de una obra en construcción, con el lodo bajo mis botas y los planos en mis manos.
—Eso es cosa del pasado, Emir— dije, intentando sonar firme, intentando convencerme a mí misma tanto como a él. —Ya pasó—
Su mirada se intensificó, y vi una chispa de desafío mezclada con dolor en sus ojos. —No, Salma. No es cosa del pasado. Porque por eso ahora no estamos juntos— Se acercó un paso más, bajando a un tono casi confidencial, pero lleno de una urgencia contenida. —¿Qué nos pasó, Salma?—
Me quedé inmóvil, mirándolo.
Sus ojos eran un pozo de preguntas, de recuerdos, de un pasado que yo había intentado sellar bajo capas de trabajo y responsabilidades.
Mi mente buscaba desesperadamente una respuesta, una excusa, una forma de evadir la verdad que ambos conocíamos. Pero las palabras se negaban a salir.
Mis labios estaban sellados, y solo pude devolverle la mirada, como si en mis propios ojos estuviera la respuesta una que mi voz se negaba a pronunciar.
La respuesta que quizás, en el fondo, ambos ya sabíamos...