MADHOUSE

El hospital tenía una forma particular de atrapar los pensamientos entre sus paredes. Los silencios se volvían densos, las palabras pesaban más de lo que deberían, y las emociones —por muy contenidas que estuvieran— terminaban impregnándose en el aire.

Llevaba suficiente tiempo en aquel lugar como para notar esos detalles. La forma en que las miradas se prolongaban unos segundos más de lo normal, la manera en que ciertos pacientes elegían el momento exacto para hablar, los espacios entre cada pausa de una conversación.

Aprendí a leer esas sutilezas en todos ellos.

Menos en Vane Ash.

Él era un acertijo que se resolvía a sí mismo antes de que alguien más tuviera la oportunidad de intentarlo. Un enigma con una sonrisa radiante que, más que iluminar, desviaba la atención de lo que realmente importaba.

Por eso, había elegido esta actividad para él.

Hoy, Ash escribiría.

Y, tal vez, entre las líneas que dejara en el papel, podría encontrar un fragmento de verdad.

Él ya estaba en el lugar cuando entré a la sala de terapia, como si el tiempo no tuviera la misma importancia para él que para el resto del mundo.

Estaba sentado con una pierna cruzada sobre la otra, inspeccionando sus uñas con aire despreocupado, pero cuando me vió, alzó la mirada con una expresión que oscilaba entre la diversión y la curiosidad.

—Hoy no vamos a hablar mucho, ¿cierto? —preguntó, echándose ligeramente hacia atrás en la silla.

Dejé un cuaderno y un bolígrafo sobre la mesa que los separaba antes de sentarme frente a él.

—Hoy vamos a escribir.

Ash arqueó una ceja, como si mi respuesta le causara un interés inesperado.

—¿Es un castigo? ¿O un intento de que abra mi corazón con metáforas tristes?

Sonreí levemente.

—Nada de metáforas tristes si no quieres —dije — simplemente escribir.

—Interesante.

Tomó el bolígrafo entre los dedos y lo giró con la destreza de alguien que sabe cómo jugar con las cosas sin parecer que las está tomando en serio.

—¿Y qué vamos a escribir?

—Cartas.

Ladeó la cabeza, evaluándome.

—¿Cartas a quién?

—A nadie —respondí con calma.

Él parpadeó un par de veces antes de esbozar una sonrisa más amplia.

—Eso suena poético.

—Es una actividad de escritura terapéutica —expliqué

Vane bajó la vista al cuaderno, como si estuviera imaginando todas las cosas que podría hacer con una simple hoja en blanco.

—Déjame adivinar —dijo apoyando el codo en la mesa — escribimos como si alguien fuera a leerlo, pero nadie lo hará.

Asentí.

—Exactamente, la idea es escribir algo que nunca diremos en voz alta. Puede ser para alguien que ya no está, para alguien con quien nunca hablaste realmente, o incluso para una versión de ti mismo que ya no existe.

El rubio dejó escapar un leve silbido.

—Profundo.

—Puedes escribir lo que quieras, no hay reglas, ni hay censura.

Ash me miró con un destello peculiar en los ojos.

—¿Y tú también lo harás?

—Sí —respondí sin dudar — lo haré contigo.

Él no dijo nada por un momento. Solo observó con esa mirada analítica que parecía verlo todo sin que su expresión cambiara.

—Eso lo hace más justo —murmuró finalmente.

Y sin más preámbulos, ambos comenzamos a escribir.

El sonido del bolígrafo deslizándose sobre el papel fue lo único que llenó el silencio de la sala.

Escribir era diferente a hablar. Las palabras escritas no podían ser interrumpidas, no podían ser disfrazadas con un cambio de tono ni suavizadas con una sonrisa.

Las palabras escritas eran honestas.

Y, en ese momento, Ash y yo estábamos siendo honestos en silencio.

..."Querido Kai... "...

Las primeras palabras aparecieron en mi hoja con un trazo seguro.

..."No sé cómo empezar esto.... No sé qué decirte que no haya pensado ya, pero aquí estoy, escribiéndote, aunque nunca leerás estas palabras."...

Respiré hondo antes de continuar.

..."A veces me pregunto si hice lo correcto al venir aquí. Si el tiempo que paso en este hospital realmente marcará una diferencia. Quiero creer que sí... Quiero pensar que, de alguna manera, lo que estoy haciendo tiene sentido."...

Levanté la mirada un instante. Ash estaba completamente absorto en su escritura.

Era una imagen curiosa: él, tan acostumbrado a las palabras ágiles y las respuestas rápidas, ahora sumergido en la quietud de sus propios pensamientos.

Y entonces entendí, no sólo estaba escribiendo.

Estaba confesando.

..."Hay días en los que siento que no estoy haciendo lo suficiente. Que no soy suficiente y entonces me pregunto... ¿Cómo sabe alguien cuándo realmente está ayudando? A veces me gustaría que alguien me dijera: 'Lo estás haciendo bien'. Pero la mayoría del tiempo, solo tengo que confiar en que es así."...

Varios minutos después, él fue el primero en soltar el bolígrafo.

Se inclinó en el respaldo de la silla, estirándose con pereza antes de mirarme con una expresión indescifrable.

—¿Listo? —pregunté con suavidad.

Ash tomó su cuaderno y lo cerró con lentitud.

—No voy a leerlo en voz alta.

No estaba sorprendida por su respuesta.

—No tienes que hacerlo.

Él se quedó en silencio por un momento antes de sonreír levemente.

—Pero quiero que tú lo leas.

Fruncí levemente el ceño.

—¿Yo?

—Sí —respondió, empujando el cuaderno hacia mi — solo tú.

Dudé antes de tomarlo. Ash cruzó los brazos y apoyó la barbilla en su mano mientras me observaba.

Leí en silencio.

..."Para ti, que nunca lo leerás....

...No sé qué esperaba cuando comencé a escribir. No sé si quiero escribir esto para mí o para alguien más, pero aquí estoy, escribiéndote a ti....

...A veces me pregunto si alguna vez tuve la oportunidad de hacer algo diferente. Si hubo algún momento en el que pude haber cambiado el rumbo de todo. Me gusta pensar que sí....

...Me gusta imaginar que en otra vida, en otro tiempo, las cosas fueron distintas....

...No sé si quiero que alguien me recuerde, pero si alguna vez lo hacen, quiero que no sea solo por lo que fui, sino por lo que quise ser."...

Levanté la mirada.

Él me observaba con una calma que no coincidía con el peso de sus palabras.

—¿Qué opinas?

Me tomé un momento antes de responder.

—Que hay muchas cosas que no dices en voz alta.

Ash dejó escapar una leve risa, pero no sonó divertida.

—Tal vez...

Se levantó con calma, tomando el cuaderno de vuelta.

—¿Qué harás con lo que escribiste? —pregunté.

El rubio lo miró por un segundo antes de doblarlo y guardarlo en su bolsillo.

—Dejarlo donde nadie pueda leerlo.

Y con eso, salió de la sala.

Me quedé allí un rato más, sosteniendo el bolígrafo entre los dedos, sintiendo el peso de su carta como si fuera mía.

Vane había escrito para alguien que nunca lo leería.

Pero en el fondo, sabía que lo escribió para sí mismo.