A sus 24 años, Anaís creía tener la vida resuelta, hasta que todo le fue arrebatado de un golpe. Un trágico accidente la lleva a una segunda oportunidad, pero en el cuerpo de alguien más: una chica de 17 años que tiene todo un pasado oscuro del que escapar. Con recuerdos vívidos de su vida pasada, Anaís busca vengarse de quienes la traicionaron, pero se encuentra atrapada en una nueva familia, nuevos amigos, y un joven inesperado que despierta emociones en ella. Entre risas, desafíos y lecciones, deberá aprender que a veces la redención puede ser más poderosa que la venganza.
¿Podrá encontrar la paz en un cuerpo joven, mientras decide si destruir o reconstruir su futuro?
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Capítulo 17: La Primera Jugada
Anaís y Nicolás se reunieron en un café discreto del centro, un lugar donde la clientela estaba demasiado ocupada en sus propios asuntos para prestarles atención. Estaban esperando a Marco, quien debía traer información sobre los movimientos más recientes de la organización y posibles aliados.
Al rato, Marco llegó, con expresión de urgencia en su rostro. Depositó un par de sobres sobre la mesa y comenzó a explicar sin preámbulos.
“Descubrí algo que cambia las reglas del juego”, susurró, mirando a ambos. “La organización ha comenzado a sospechar que Sofía –o sea, tú, Anaís– está investigando más de la cuenta. Al parecer, hay gente dentro que también tiene sus propios intereses y algunos podrían estar dispuestos a traicionarse entre ellos”.
Anaís frunció el ceño, procesando la información. “Eso significa que no estamos lidiando con un enemigo unificado… eso podría jugar a nuestro favor”.
“Exacto”, asintió Marco. “Algunos de sus miembros tienen mucho que perder si se filtran ciertos secretos, así que quizá podamos presionarlos para que se vuelvan unos contra otros”.
Con ese conocimiento, Anaís y Nicolás empezaron a trazar su primer movimiento. La idea era filtrarse en una fiesta importante de la organización, a la que solo los miembros más selectos asistirían. Allí podrían estudiar a los jugadores de cerca y, si la oportunidad surgía, manipular a uno o dos para que revelaran información comprometedora.
Esa misma noche, Anaís se puso un elegante vestido negro que contrastaba con su cabello oscuro y, junto a Nicolás, se dirigieron a la mansión donde tendría lugar el evento. Lograron entrar utilizando una invitación robada, aprovechando el caos de la entrada para pasar desapercibidos.
La mansión era impresionante, con lujosas decoraciones y rostros de gente poderosa. Todos sonreían, pero Anaís podía ver las miradas de desconfianza y cálculo entre los invitados. Sabía que, detrás de las sonrisas y los brindis, esos mismos individuos eran capaces de traicionarse sin pestañear.
“Ahí está el líder de la organización”, murmuró Nicolás, señalando discretamente a un hombre mayor de aspecto serio, acompañado por un par de guardaespaldas.
“Perfecto”, respondió Anaís. “Vamos a observarlo de cerca, a ver quién se le acerca y qué conexiones podemos deducir”.
Mientras mantenían una distancia segura, escucharon a uno de los invitados mencionar el nombre de su abuelo. Anaís sintió un estremecimiento al oírlo, pero se obligó a concentrarse.
“Sabías que el abuelo de Sofía estaba muy involucrado en todo esto”, comentó el hombre a su acompañante. “Era uno de los que mejor manejaba la información. Una lástima que la nieta no esté a la altura”.
Anaís apretó los labios, sintiendo la indignación hervir dentro de ella. Tenía que controlarse, pues cualquier error delataría su identidad. Sin embargo, decidió usar ese comentario a su favor. Aprovecharía la subestimación de los demás y, poco a poco, los iría destruyendo.
A lo largo de la noche, Anaís y Nicolás lograron obtener detalles valiosos. Descubrieron que ciertos miembros de la organización no estaban de acuerdo con el liderazgo actual y que existía una tensión latente que podía explotar en cualquier momento. Incluso había rumores de que alguien más, alguien poderoso, estaba empezando a desafiar la autoridad desde las sombras.
Al salir de la fiesta, Anaís y Nicolás intercambiaron miradas satisfechas. Habían plantado las primeras semillas de caos entre los miembros de la organización, y ahora solo les quedaba esperar a que crecieran.
“Esto recién empieza, Nicolás”, dijo Anaís con una sonrisa peligrosa. “Ya verán de qué estoy hecha”.