Volverá... y los que la hicieron sufrir lloraran
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17 - LA CENA
Katrina salió de la ducha envuelta en un albornoz que era, por o menos, dos talles más grandes que ella. Había adquirido la costumbre de usar ropa enorme para esconder su cuerpo al iniciar la adolescencia, ya que en la calle había innumerables depredadores y ella lo había aprendido temprano. No es que hubiera mucho que mostrar, pues por la desnutrición severa que su cuerpo soportaba era extremadamente delgada y se había desarrollado poco. Pero mejor no arriesgarse.
Se acomodó la toalla en la cabeza y se dirigía a su habitación a cambiarse cuando de pronto escuchó el sonido del timbre. Miró la hora en el reloj de pared y vio que ya eran las once. Frunció el ceño pensando en quien podría ser a esta hora. Llegó a la conclusión de que el único candidato factible era el dueño del departamento: Eduardo.
Tomó su celular de la mesa del living y revisó la mensajería. Efectivamente, había un mensaje de hace quince minutos que le avisaba de su llegada.
De todos modos no estaba de más ser precavida, por lo que miró primero por el visor del portero antes de abrir la puerta.
- Buenas noches.
- Buenas noches, Katrina. Sé que le dije que venía poco a este lugar. Pero lamentablemente esta noche y, talvez, un par de noches más deba dormir aquí.
La chica lo miró sin expresión en el rostro. Era desconfiada por naturaleza, por eso no le gustó nada la repentina aparición del empresario. Pero no había nada que hacer: el departamento era de él y podía ir y venir como se le diera la gana. Mientras no intentara nada raro estaría todo bien. Pero si salía con algún truco, ella le enseñaría cuántos pares son tres botas.
Se movió de la puerta dejándolo pasar. Él le sonrió y se dirigió directamente a su cuarto. Ella hizo lo propio y, luego de quince minutos, salió de la habitación hacia la cocina. Quería prepararse un té antes de ir a dormir.
En ese preciso momento él también salió de su cuarto y se dirigió a la cocina. Katrina se giró y lo vio venir detrás de ella. No pudo evitar quedar impactada por la visión. Tragó fuerte y se obligó a cerrar la boca. Realmente el tipo estaba tallado por los dioses. Era un galán cercano a los treinta, pero no tenía nada que envidiarle a las estrellitas del espectáculo. Se había bañado y cambiado su atuendo por uno informal que le daba un aire juvenil. Su cabello húmedo estaba revuelto y lo hacía parecer rebelde e indomable. Un bocado realmente exquisito.
Él levantó la mirada y la vio mirándolo embobada. Le sonrió a su vez pensando en que no había perdido el toque aún. Durante sus años de estudio siempre fue el galán de la escuela. Las chicas suspiraban cuando pasaba cerca de ellas. Y, unque nunca fue un mujeriego, disfrutaba de su atención. Luego pasaron los años y ya no tuvo tiempo para esas frivolidades. Aunque había muchas mujeres estaban detrás de él, eso no tenía nada que ver con su apariencia, sino más bien por su dinero y la posición privilegiada que les daría ser su esposa.
Pero la mirada de la chica frente a él le recordó esos años. No quiso avergonzarla, pero ¡se veía tan adorable mirándolo con la boca abierta!
- ¿Qué tal su día? ¿Cenó ya? Yo muero de hambre.
La mujer reaccionó y cerró ola boca. Su tez se puso roja como un tomate y desvió la mirada. Esperaba que él no se hubiera dado cuenta del ridículo que acababa de hacer, aunque tenía pocas esperanzas.
- Sí, Señor Gómez. Ya cené. Pero puedo prepararle algo si desea.
- Eduardo.
- ¿Qué?
- Eduardo. Llámeme Eduardo, nomás. El Señor Gómez era mi papá.
Ella lo miró desconcertada.
- No puedo hacer eso. Usted es mi empleador. ¿Qué pensarían los demás empleados si tuviera semejante descaro?
Él sonrió nuevamente haciendo que a ella se le saltara un latido. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente lindo?
- Katrina: aquí estamos solo usted y yo. Solo quiero que el diálogo entre nosotros sea cómodo y relajado. Ni siquiera le pido que me tutee. Solamente que me llame por mi nombre en vez de por mi apellido.
Ella lo pensó un momento. No era una petición descabellada. Podría darle el gusto sin sentirse demasiado presionada.
- Está bien, Eduardo. ¿Le preparo algo de comer?
- Eso estaría muy bueno. Aunque si está muy cansada, mejor váyase a la cama, nomás. Yo puedo pedir comida a domicilio. A esta hora hay varios locales abiertos aún.
Ella desestimó sus palabras con un gesto.
- No es molestia. Siéntese y descanse. Yo lo llamo cuando esté lista la cena.
El empresario miró hacia la cocina con la intención de ayudar a la chica a preparar la cena. Ella notó su mirada y dijo:
- No necesito ayuda. Usted descanse. Le haré algo rápido.
Él asintió y fue hacia su habitación a buscar su laptop. Aprovecharía para adelantar un poco del trabajo de mañana. Ella fue en dirección contraria, hacia la cocina y abrió la heladera para ver que podía cocinar que fuera sabroso, nutritivo y rápido. Sacó carne, cebollas, morrones, papas y otras verduras y las colocó en el fregadero para lavarlas.
Comenzó pelando y rehogando las cebollas. Cuando estuvieron transparentes les agregó el morrón y un poco de ajo. Dejó que se cocinen unos minutos más mientras preparaba un consomé con un caldo y agua caliente. Le agregó un poco a la preparación y lo dejó hervir a fuego lento para que se redujera. Mientras tanto, lavó las papas y las puso a hervir cortadas en cubos pequeños, para que se cocinen más rápido.
Mientras las papas hervían, la otra preparación se había consumido, quedando un caldo espeso en el fondo. Le agregó una lata de arvejas y lo dejó un momento más. Salpimentó una costeleta enorme y la agregó sobre todo eso. Tapó la sartén y la dejó cocinarse a fuego lento. Coló las papas y las pisó hasta formar un puré. Le agregó un poco de manteca y leche tibia y lo mezcló bien. Entre tanto, había dado vuelta la costeleta que ya estaba medio cocida, por lo que ya estaba lista.
Colocó una abundante porción de puré en la mitad derecha del plato y la carne en la otra mitad. La cubrió con las cebollas y el morrón y escurrió jugo sobre toda la preparación. Luego puso la mesa y llamó al hombre a comer.
Eduardo entró en la cocina y el olor a comida lo atacó, haciendo que se llenara de agua la boca. Miró la mesa y vio la preparación sencilla pero apetitosa. Estaba famélico, por lo que sin ceremonias se sentó frente al plato y comenzó a devorarlo.
Como hombre criado en la opulencia, estaba acostumbrado a la comida elaborada por los mejores chefs. Por eso, pese al aroma embriagador del platillo, no esperaba que el sabor fuera muy bueno. Pero cuál no fue su sorpresa al sentir como la carne, cocida en su punto justo, se deshacía en su boca en una explosión de sabor. Se terminó todo en unos bocados mientras la chica lo miraba comer complacida.
- Katrina: ¿Dónde aprendió a cocinar así?
- Videotutorial de YouTube.
Él miró el plato y a la mujer. No podía creer que semejante sabor fuera producto de un videotutorial. Mínimamente, debería haber hecho un curso para cocinar así.
- No le creo.
- Aprendo rápido.
- ¡Wow! ¡Aprenda pronto otros platos e invíteme a comer! ¡Esto está buenísimo!
La mujer se rio.
- De acuerdo: ya que se va a quedar un par de días, buscaré un par de comidas más en YouTube para las noches y lo invitaré. Solo que tendría que llegar un poco más temprano porque a esta hora ya es muy tarde.
- Si todos los platos van a ser así de ricos, puedo hacer ese sacrificio. ¿A las diez está bien?
- ¿Nueve y media?
Eduardo lo pensó un momento. Podía traerse el trabajo a casa para seguir después de cenar.
- Es un trato, entonces. Mañana a las nueve y media estaré aquí para cenar.