Desde un balcón teñido de rojo, una mujer observa el mundo con la certeza de quien ya lo domina.
No necesita tronos ni coronas. Su reino se construye con secretos, lealtades quebradas y pactos sin retorno.
Quien cruza su camino no sale ileso. Porque esta no es una historia de amor, sino de tentación, herencia y cicatrices que arden en silencio.
En un imperio tejido de sombras, el amor es una debilidad.
La venganza, un motor.
Y el poder… siempre cobra su precio.
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CAPITULO 14: "Conocimiento y reconocimiento".
En el desayuno.
Entre ellos empieza a ver escena íntima, reflexiva y cargada de subtextos, donde el primer día de la semana que la abuela les otorga, Iker y Ainelys simplemente se permiten hablar.
Sin disfraces, sin amenazas, solo dos mentes que comienzan a reconocerse.
Después del desayuno tranquilo y con un silencio que los envuelve, Iker propone una “primera tregua”.
Ella acepta y se retira cada uno, prometiéndole verse al mediodía en la galería interior.
Afuera, el sol cae con una fuerza silenciosa sobre los ventanales, como si quisiera entrar, pero aún dudara de si merece hacerlo.
Ella pasa la mañana en su jardín y él en la biblioteca.
Cuando llegó la hora pactada, los dos. Al llegar, notan la calma en el salón. La biblioteca quedó atrás por unas horas y el jardín con un brillo único.
Ahora, sentados uno frente al otro en una sala decorada con telas antiguas, relojes detenidos y un cuadro cubierto por un paño oscuro, los dos beben té sin prisa.
Ainelys descalza, con las piernas recogidas sobre el sillón, lo observa con atención.
—No pensaba que me quedarías mirando tanto
—dice, sin levantar la voz.
Iker sonríe apenas, apoyando su taza.
—Estás llena de detalles. A las personas así hay que mirarlas lento. Para entender qué esconden.
Con astucia.—¿Y vos? ¿Qué escondes, Iker? Además de las órdenes que no decís y el dolor que disimulás.
Él duda. Pero no miente. —Durante años pensé que la justicia se lograba con control, con estrategia.
Dudoso.—Ahora no estoy seguro de si lo que quiero es justicia o destruir lo que me rompió.
Ella asiente. —A veces es lo mismo. O eso creemos.
Un silencio los invade;— no es incómodo. Se permite habitar entre ellos como una pausa necesaria.
—¿Y vos? —pregunta él—. ¿Qué quieres en realidad?
—Recuperar el poder de elegir —responde ella sin dudar—. No quiero ser un legado, una copia, un instrumento de nadie. Ni siquiera de ella.
—De tu abuela.
— Mí, sombra —corrige.
Iker se inclina un poco hacia adelante. —Entonces, ¿no estás jugando su juego?
Ella muestra determinación.— Estoy jugando mí juego. Aunque ella no lo sepa aún.
Sus ojos se cruzan. Por primera vez no hay ni desafío ni defensa. Solo reconocimiento. Un reflejo.
Dos piezas que, por destino o diseño, fueron colocadas cerca.
La tarde avanza, y con ella, las confesiones.
Hablan de lo que perdieron. De lo que creían que iban a ser. De las veces que casi eligieron el camino fácil y no pudieron. Hablan incluso de lo que no, dicen a nadie.
Cuando el reloj marca las seis, el sol comienza a declinar.
Él la observa con detenimiento. Ella se ríe sin motivo aparente.
—¿Qué? —pregunta él.
—Estoy pensando en lo absurdo que es confiarte algo.
—¿Por qué?
—Porque si me traicionás, me dolería. Y eso, Iker, me hace vulnerable.
Él no contesta. Solo se levanta y camina hacia la ventana. La luz lo dibuja en líneas doradas.
—Yo, ya estoy cansado de ser una amenaza para todos. Hoy solo quiero que alguien me crea.
Ella lo mira largo rato. —Te creo, Iker. Por hoy.
Ella se retira, mientras él la observa pensativo.
Había logrado saber algo más de ella. La sinceridad, la verdad descubierta y algo más importante, que los dos se necesitaban.
Si deseaban volver a tener libertad.
Durante la noche en la mansión.
Las luces están tenues, como si hasta la electricidad supiera que hay secretos respirando entre las paredes.
El comedor está dispuesto solo para dos. Una mesa larga, absurda en su tamaño para esa escena pequeña. Los candelabros antiguos iluminan los platos con una calidez dorada.
No hay sirvientes, no hay cámaras a la vista, no hay órdenes.
Solo ellos.
Iken sirve vino sin decir una palabra.
Ella le sonríe, como si eso —la ausencia de palabras— ya dijera mucho. —No sabía que también eras caballero —bromea, levantando su copa.
—Lo fui una vez. Cuando todavía creía en los cuentos.
Chocan las copas con suavidad. El cristal vibra un segundo, como si supiera que algo está cambiando.
Comen despacio. Hablan de libros, de películas viejas, de comidas que odiaban de niños.
Se ríen bajo, como si tener alegría estuviera prohibido en esa casa.
Pero después el silencio regresa. Y no es incómodo.
Es nuevo.
Ella deja el tenedor a un lado, y lo mira directo.
—¿Qué piensas de mí en realidad?
Iker duda. —Pienso...—haciendo una pausa, —que sos distinta a lo que esperaba.
No muy segura. —¿Para bien o para mal?
Él se apoya en la silla, pero no aparta la mirada.
—Para bien y creo. Pero creo que puede ser peligroso. Porque sos capaz de ver partes de mí que ni yo reconozco.
Ella lo observa con una mezcla de ternura y advertencia. — No te confíes. A veces lo que vemos en el otro no es el otro, sino lo que nos falta a nosotros.
Él sonríe. Una sonrisa de alguien que, por un instante, dejó de defenderse. —¿Y vos qué ves en mí?
—pregunta por curiosidad.
Ella se inclina hacia adelante, con la copa entre las manos.
—Veo alguien que quiere hacer lo correcto, pero está lleno de rabia.
Intrigado.—¿Y eso te aleja?
—No. Me preocupa. Porque yo también estoy hecha de eso. Y juntos podríamos arder.
Un segundo. Solo uno. Sus miradas se quedan suspendidas. Las palabras sobran. El aire cambia. No hay música, pero hay ritmo.
Un roce de dedos al alcanzar el agua. Una respiración más profunda. Una pausa en la masticación.
El lenguaje silencioso de dos personas que empiezan a intuir que el otro no es un enemigo, ni un instrumento.
Es posibilidad. Es grieta. Es reflejo.
Ella se levanta primero. —Buen vino.
—Buena compañía —responde él.
Ella va hasta la puerta. Se detiene. No se gira.
—Iker…
—¿Sí?
—No te atrevas a enamorarte de mí.
—¿Y si ya es tarde?
Ella sonríe apenas. No responde. Y se va.
La cena termina. Pero algo empieza.
Él solo se levanta de la mesa y se dirige al salón donde todo comenzó.
Arriba de la chimenea, donde el cuadro lo recibió por primera vez. Él toma asiento en el sillón colonial.
Se queda observando a la pareja. Y mirándolos en voz baja como murmullos.
—Ellos estarían orgullosos de quien hoy los representa.
Por lo que investigó de la pareja. Querían regresar para poder desenmascarar y terminar con la mujer.
O al menos era lo que le informaron.
Algo que debía saber y no se animó a preguntar a Ainelys. Tenía miedo de que pudiera hacerle daño.
Mientras esa misma noche, su nieta e Iker descubren su complicidad silenciosa.
La abuela, lejos de confiar, en la tregua que ella misma propuso, observa y empieza a mover sus piezas nuevamente, porque donde hay cercanía, ella teme debilidad.
Continuará...
Gracias 😊 querida escritora @Λlι Cαя∂ιηαlι✨ ♥️ por actualizar 😌 sigamos apoyando con me gusta publicidad comentarios y regalos ☺️🌻
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