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Lucía La Princesa De Rubí

Lucía La Princesa De Rubí

Status: En proceso
Genre:Amor en la guerra / Familias enemistadas / Batalla por el trono / El Ascenso de la Reina / Familia Ensamblada
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Atenea

La vida de Lucía era perfecta… hasta que invadieron el reino. Sus padres murieron, su hermano desapareció, y todo fue orquestado por su tío, quien organizó una revuelta para quedarse con el trono.
> Lo peor: lo hizo desde las sombras. Después del ataque al palacio, él supuestamente llegó para salvarlos, haciendo retroceder al enemigo y rescatando a la pequeña princesa, quedando así como un héroe ante todos.

> ¿Podrá Lucía descubrir la verdad y vengar a su familia?

NovelToon tiene autorización de Atenea para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Maestro… ¿Puedo ayudar?

POV: LUCÍA**— 9 años después**

Estos años pasaron rápido. Mi vida se resumió en esto: todos los días asistía a clases. No es por presumir, pero mis maestros dicen que soy excelente. He dominado todas las áreas para ser monarca, y además me he convertido en el mejor espadachín del reino.

Rosalin se ha convertido en mi mejor amiga. Siempre viene a visitarme al palacio. Me cuenta historias de otros reinos, especialmente de Danea —dice que su madre es de allí— y asegura que es muy hermoso. Me ha hablado tanto de ese reino, que me muero por conocerlo.

No asisto a fiestas de té. Le pedí a mi tío que no me obligara después del último incidente. Al principio se negó, pero luego accedió, con la condición de que cuando cumpla los 18 años no seguiría huyéndole a socializar con las damas nobles.

Mi tío nunca se casó. Sigue soltero, aunque tiene muchas pretendientes. Pobres señoritas, sueñan con volverse reinas, pero él no les presta atención. A veces pienso si lo hace por mi posición… o si realmente no le interesa. Lo único que sé es que adoro a mi tío, y deseo que sea muy feliz. Me consiente y me trata con un cariño enorme.

Con el maestro Saúl me llevo bien. Nos hemos acercado bastante.

Flashback

La noche había caído como un manto suave sobre el campo de entrenamiento. El aire era denso, tibio, como si incluso el viento evitara perturbar el descanso de la tierra. Pero yo no dormía. Algo en mi pecho me empujaba hacia afuera, lejos de los muros de piedra que guardaban mis sueños inquietos.

Crucé los patios con pasos lentos, sin rumbo claro. Hasta que lo vi.

Saúl se movía como una sombra viva bajo la luna. Su espada dibujaba arcos silenciosos, reflejando la luz con cada giro, como si danzara con el cielo. No estaba allí para enseñar. Estaba allí para calmar a los fantasmas.

No hablé. Me senté en una roca cercana, abrazando las rodillas, y lo observé. Había una belleza melancólica en sus movimientos, una quietud tan profunda que parecía contener palabras no pronunciadas.

Saúl, sin mirarme directamente, dejó una segunda espada en el suelo. No dijo nada. No necesitaba hacerlo.

La tomé. Me puse de pie y me uní a la danza de acero. Ninguno habló, pero algo entre nosotros se conectó. No era entrenamiento. Era compañía.

Al terminar, Saúl comenzó a recoger los implementos con una precisión casi ritual. Lo seguí con la mirada, admirando cómo sus manos trataban cada objeto con respeto, como si cada hebilla contuviera una historia.

—Maestro… ¿Puedo ayudar? —pregunté, sosteniendo un paño entre las manos.

Se detuvo. Me observó por unos segundos. Luego asintió. Me entregó una hoja empapada en sudor.

—Gracias —murmuró con una sinceridad inesperada.

Me senté en una piedra baja y empecé a limpiar la espada con paciencia.

—Hoy usé todos mis músculos —dije, esbozando una sonrisa tímida—. Me siento agotada… pero viva.

Saúl se quedó en silencio. Luego habló, con la voz apenas audible:

—Una espada puede responder al dolor. Pero el corazón… debe aprender a responder a la verdad.

Levanté la mirada. Sus palabras me tocaron con una fuerza serena.

—¿Y usted? —susurré— ¿Lucha por dolor… o por verdad?

Saúl se endureció, como si le hubiera tocado una herida vieja. Bajó la mirada. Pero cuando habló, lo hizo con una calma que solo quien ha sobrevivido conoce.

—Lucho por silencio. Para que no se escuchen los gritos que viven en mi memoria.

Tragué saliva. No sabía cómo curar eso. Pero sí podía ofrecer algo.

Saqué una pequeña hoja verde de mi bolsillo, arrugada pero fragante, y la extendí hacia él.

—Esta planta ayuda con el dolor de cabeza. Pero creo que también sirve cuando uno piensa demasiado.

Saúl dudó. Luego la tomó con una delicadeza inesperada, como si ese gesto tuviera más valor que mil palabras.

—Gracias —dijo.

El silencio que siguió fue distinto. Ya no era un muro. Era un puente.

A la mañana siguiente regresé al campo. Saúl revisaba unas armaduras junto al árbol más antiguo.

—Buenos días, Lucía —dijo, sin girarse del todo.

—Buenos días, maestro —respondí, dejando una pequeña cesta junto a él—. Le traje frutas. Pensé que podríamos hablar… si usted quiere.

Se detuvo. Me observó. Luego asintió.

—Me gustaría.

Compartimos las frutas en la sombra. Le pregunté por sus técnicas, y explicó más de lo que esperaba: no solo cómo moverse, sino por qué cada movimiento debía tener propósito.

Lo escuché con la atención con la que se leen los libros importantes. Y luego, como devolviéndole la sinceridad, hablé de mi propia búsqueda. De cómo quería entender a las personas, no por sus títulos, sino por sus heridas, sus gestos, por lo que les cuesta decir.

Los días siguientes se llenaron de encuentros: caminatas tranquilas, conversaciones largas, silencios cómodos. Saúl comenzó a revelar fragmentos de su historia: no solo tragedias, sino momentos de camaradería, incluso alegría. Y yo le ofrecía mi escucha sin juicio, como quien sabe que el dolor no necesita solución, sino compañía.

Una noche, mientras observábamos juntos las estrellas, Saúl habló:

—Me has enseñado que no toda la oscuridad es para temer. A veces, allí se esconden las estrellas más brillantes.

Sonreí, sintiendo cómo algo cálido se abría en mi pecho.

—Y usted me ha mostrado —dije con suavidad— que incluso las espadas más afiladas pueden sostenerse con un corazón dispuesto a sanar.

Y así, bajo el cielo estrellado, nuestro vínculo se consolidó. Ya no éramos solo maestro y alumna. Éramos dos almas que habían elegido caminar juntas un tramo del camino. Porque a veces, los silencios compartidos dicen más que cualquier palabra.

1
Marta Aleida Sagarra Casamayor
Si la princesa supiera, quien asesino a sus padres.
Atenea
"Gracias, me alegra que les guste 🤗."
Limaesfra🍾🥂🌟
esta historia es impactante, cada capitulo.es mejor que el.otro
Alcira Castellanos
está muy interesante
Its_PurpleColor
Tu talento es inigualable, no detengas🙌
🦩NEYRA 🐚
Quiero más😃
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