— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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Ese nefasto hombre aún no se rinde
— Ese nefasto hombre aún no se rinde —exclamó el duque Cárter, visiblemente exasperado.
— ¿Insiste nuevamente con ese absurdo compromiso? ¿Acaso no hay otros caballeros en este imperio con quienes pueda comprometer a su hija? —respondió la dama Cárter, furiosa ante la insistencia de un noble de tan baja estirpe.
— Efectivamente, la carta es una advertencia que me indica que, si no acepto desposar a su hija, otros socios se retirarán. Estoy cansado de esta situación. Me pregunto: ¿qué es lo que realmente les interesa del ducado para que perseveren en acorralarme por todos los medios posibles? —reflexionó el duque, sintiendo que la incertidumbre aumentaba respecto a las verdaderas intenciones de los Lee sobre sus tierras.
— Ese hombre ha sobrepasado sus límites; amenazar a un duque es un delito, y ni siquiera sus influencias los protegerían si llevamos este asunto ante el emperador —manifestó la dama Cárter, con evidente indignación.
— Que se retiren todos aquellos que deseen hacerlo; no retendré a nadie a mi lado. Llevar este asunto ante el emperador generaría más complicaciones. Pronto, esta situación con los Lee llegará a su fin. Madre, te encargo a los niños; el exduque Vitaly me ha convocado a una reunión —concluyó el duque, mientras se colocaba su abrigo que estaba en el perchero.
— ¿Te acepto? —inquirió la dama Cárter, visiblemente perpleja.
— No, pero seré el esposo de su hija, lo que limita considerablemente sus opciones —respondió el duque con calma.
— Pronto verás que te aceptará; el exduque no es una persona malvada, simplemente sus valores difieren notablemente de las normas que han regido a los Cárter a lo largo de los años —observó la dama Cárter con un tono de cansancio. Ser la esposa de un Cárter no fue fácil, pero pudo asumir su cargo como duquesa y, posteriormente, como duquesa regente, con honor y sabiduría.
— Comienzo a pensar que nacer en esta familia es una maldición; no comparto sus normas ni ideales, pero el simple hecho de llevar su apellido se siente como una condena —expresó el duque, con un matiz de amargura en su voz.
— No te dejes llevar por esos pensamientos. Aún tienes la oportunidad de romper con esas viejas creencias. No te retrases; tu suegro no es una persona muy paciente y el camino por delante es largo —dijo la dama Cárter, mientras le daba unas palmaditas en el hombro a su hijo en un gesto de despedida.
El duque se dirigió hacia el marquesado Marcellus, donde le aguardaba el exduque Estefano Vitaly.
Al arribar al marquesado, no solo encontró al patriarca de los Vitaly, sino que este se hallaba acompañado de distinguidos miembros de la nobleza, quienes mantenían vínculos estrechos con la familia Vitaly.
—Duque, permítame presentarle a mi yerno, Bastián Chevalier —anunció el exduque Estefano con orgullo. El duque Carter se sintió desconcertado por la actitud tan cordial de su suegro.
—Es un placer, Excelencia —respondió el duque Carter. En el pasado, solo había intercambiado algunas palabras con el anterior archiduque y nunca imaginó que los Vitaly y los Chevalier mantuvieran una unión tan sólida, a pesar de sus lazos familiares. No era habitual en la nobleza mantener relaciones tan cercanas con los miembros de la propia familia.
—Dejemos de lado las formalidades; estás a punto de convertirte en parte de la familia. Bienvenido, duque Carter —manifestó Bastián con amabilidad.
—El gran general del imperio, el esposo de mi nieta —declaró el patriarca con orgullo. Lo que no sabía el duque Carter era que Estefano estaba orgulloso de haber participado en la formación del gran general.
—Un honor conocerlo en persona —respondió el duque, quien no comprendía el motivo de tales presentaciones, pero optó por guardar silencio y adoptar una actitud lo más informal posible.
—El marqués Santillana, el prometido de mi nieta Dorothea —concluyó el patriarca las presentaciones, dejando al marqués Santillana y al duque Carter en un estado de expectativa.
— Los demás miembros se encontraban ocupados, lo que impidió su asistencia. En el transcurso de una semana, el duque Cárter se unirá a nuestra familia; sin embargo, hay dos familias que han sobrepasado los límites de lo aceptable. Entre los miembros presentes de la familia, deseamos ofrecer un obsequio de bienvenida, y se le solicitará que elija cuál de las dos familias, los Lee o los Cárter, será la primera en caer. Permítame informarle que rechazar nuestra buena voluntad no será tolerado, ya que ello constituiría una ofensa —expresó el duque con un tono de descontento.
El duque Cárter se mostraba reacio a aceptar, pero una voz interior le indicaba que, si deseaba mantener una buena relación con su suegro, sería más prudente aceptar su ayuda.
— Ambas familias han representado un desafío en los últimos años; sin embargo, por derecho de sangre, los Cárter constituyen una amenaza más significativa para mi familia —expresó el duque con franqueza. Era consciente de que los Cárter habían estado buscando apoderarse del ducado, lo cual no había permitido, aunque siempre existe la incertidumbre respecto a las artimañas que podrían emplear.
— Su regalo de boda será la caída de los Cárter; estoy convencido de que mi cuñada se encargará de los Lee, ya que las mujeres de la familia Vitaly son sumamente territoriales. Le deseo mucha suerte —comentó Bastian entre risas, dándole una palmadita en el hombro.
— Márquez Santillana, así como el duque tiene requisitos para contraer matrimonio con mi hija, usted también deberá cumplir con ciertas condiciones para casarse con mi nieta. Un contingente de mis soldados estará presente en el territorio para salvaguardar a mi nieta y a mis futuros bisnietos —declaró el patriarca con una leve sonrisa.
— Es importante señalar que las mujeres de la familia Vitaly siempre tendrán las puertas de mi hogar abiertas para su regreso. Si no son valoradas, disolver un matrimonio es una opción sencilla; en tal caso, ser viudas no representa una situación tan adversa. — Tanto el marqués como el duque comprendieron la advertencia implícita: si no lograban consolidar la unión en un plazo determinado, corrían el riesgo de que sus esposas decidieran abandonarlos.
— No sé a cuál de los dos odia más, ¿si a ti o a mí? —susurró el duque Cárter al marqués Santillana.
— Creo que a ambos —respondió el marqués Santillana, con seguridad.