Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
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capítulo 16
Arriba, en el piso ejecutivo, Leonardo salió de la sala de juntas mientras revisaba correos en su celular. Su asistente se acercó con paso rápido y le habló en voz baja.
—Señor Moretti, hay alguien esperándolo en el vestíbulo. Una mujer… dijo llamarse Aldana Salcedo.
El hombre se detuvo en seco. Su mirada se congeló. No necesitaba más información.
—¿Dijo… Aldana?
—Sí. Está con otra mujer. Llegaron hace quince minutos. Dijo que era un asunto personal.
Leonardo tragó saliva. Su mente se llenó de imágenes confusas: la noche en Londres, su sonrisa tímida, la despedida sin promesas, el silencio que siguió durante meses.
—Gracias, Nicole. ¿Dijeron algo más?
—No. Pero… parecen decididas a esperar.
Leonardo se pasó una mano por el cabello, como si necesitara despejarse antes de bajar. Parte de él quería girar y encerrarse en su oficina. Otra, más fuerte, latía con fuerza bajo su pecho, empujándolo hacia el ascensor.
Desde el sofá, Aldana vio cómo el ascensor se abría y de él salía Leonardo.
No había cambiado mucho, pero algo en él se sentía distinto. Más serio, más firme. El mismo rostro de la foto en la nota de prensa, pero con la realidad de carne, hueso y memoria frente a ella.
Él también la vio.
Y por un segundo, sus pasos se detuvieron.
Leonardo la observó como si no pudiera creer lo que veía. Su mirada se posó en ella como un torbellino de emociones contenidas: sorpresa, desconcierto… y algo más difícil de nombrar.
Aldana se puso de pie, como si sus piernas no quisieran obedecerle. Letty la empujó con sutileza.
Él dio un paso. Luego otro. Y sin apartar la vista de ella, murmuró su nombre con voz baja, casi como una plegaria.
—Aldana…
Leonardo se detuvo frente a ella, a tan solo un par de pasos de distancia. No supo si sonreír, abrazarla o preguntar qué demonios hacía ahí después de tanto tiempo. Pero lo único que alcanzó a hacer fue mirarla. Estaba más hermosa de lo que recordaba. Y más nerviosa también.
—Hola, Leonardo —dijo ella, con una voz suave y contenida.
Él parpadeó. Escucharla de nuevo fue como recibir una bofetada y un abrazo al mismo tiempo.
—Aldana… ¿qué estás haciendo aquí?
Ella miró alrededor, incómoda con la atención de la recepcionista y del personal que pasaba cerca.
—¿Podemos hablar en un lugar más privado? —preguntó con un hilo de voz.
Leonardo asintió de inmediato, sin pensarlo dos veces.
—Claro. Sí, vamos.
Giró sobre sus talones y la guio hacia el ascensor privado del ala ejecutiva. Letty le guiñó un ojo a Aldana antes de dejarla ir sola con él, como si supiera que había llegado el momento que tanto habían temido y esperado.
Durante el trayecto en el ascensor, el silencio se hizo espeso. Leonardo no podía dejar de mirarla de reojo. Su perfume era el mismo. Una mezcla dulce y cálida que se le anudaba en el pecho.
—Estás igual —murmuró de pronto, rompiendo el silencio—. O mejor.
Aldana lo miró, sorprendida, y bajó la vista.
—Tú también… más serio, pero igual de guapo.
Él esbozó una sonrisa breve, casi incrédula.
—No pensé volver a verte.
—Yo tampoco planeaba hacerlo… hasta que fue inevitable.
La puerta del ascensor se abrió y Leonardo la condujo a una oficina lateral más pequeña, con ventanales opacos y un par de sillones. Cerró la puerta tras ellos y se quedó de pie, sin saber si sentarse o abrazarla o pedirle explicaciones.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente.
Aldana asintió. Luego negó con la cabeza. Sus manos temblaban un poco.
—Hay algo que necesito decirte. Y necesito que me escuches… sin interrumpirme, ¿puede ser?
La seriedad en su voz hizo que Leonardo frunciera el ceño y se sentara sin oponer resistencia.
—Te escucho.
Aldana respiró hondo, se sentó frente a él y clavó los ojos en los suyos.
—La noche que... estuvimos juntos en Londres... tú y yo no hicimos promesas, lo sé. Pero cuando me fui, nunca pensé que llevaría conmigo una parte de ti.
Leonardo abrió la boca, confundido, pero ella levantó la mano para que no la interrumpiera.
—Estoy embarazada, Leonardo. De ti.
El silencio cayó como una piedra en el agua.
Los ojos de Leonardo se abrieron con lentitud. El mundo se volvió borroso, como si no pudiera procesar lo que acababa de oír.
—¿Qué…? —murmuró, incrédulo.
Aldana tragó saliva, con los ojos brillando.
—Tengo mes y medio de embarazo. Quise encontrarte y decírtelo en persona, ya que he decidido tenerlo.
Leonardo se quedó de espaldas, la mirada perdida en los ventanales. El silencio se volvió ensordecedor. Sus hombros tensos, la mandíbula apretada, las manos aferradas al borde del escritorio.
—Un bebé… —repitió, como si la palabra no tuviera forma ni sentido.
Aldana sintió cómo el nudo en su garganta se apretaba. No hubo sonrisa, ni alivio, ni siquiera enojo en su rostro. Solo confusión… y distancia.
—Bueno, eso es todo… me voy —dijo con un hilo de voz, poniéndose de pie. No quería lágrimas. No quería suplicar. Solo quería huir.
Se volvió hacia la puerta, pero apenas giró el picaporte, escuchó su voz detrás de ella. Grave. Dura.
—¿Te vas?
Ella no respondió, solo bajó la vista.
—Así, ¿nada más? Vienes, tiras esta bomba… y te vas.
—¿Y qué querías que hiciera? —dijo, dándose la vuelta—. Esto no es algo que planeé, Leonardo. Solo vine a decírtelo. No esperaba… nada.
—¿Y crees que yo sí? —gruñó él, sin moverse—. ¿Crees que estoy preparado para esto?
—No. Pero al menos yo me haré cargo —espetó con voz quebrada—. No te estoy pidiendo nada. Ni tu dinero, ni tu presencia. Solo vine a decírtelo antes de que lo supieras por alguien más.
Leonardo la miró, pero no dijo nada. Su expresión era un muro. Fría, cerrada. Y eso la hirió más que cualquier palabra.
—Adiós, Leonardo.
Abrió la puerta y salió sin esperar respuesta.
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Ya en el lobby, Aldana caminó directo hacia la salida, con Letty siguiéndola con pasos cortos. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no pensaba derramarlas ahí.
Entonces escuchó pasos apresurados detrás de ella. No necesitó voltear para saber que era él.
Leonardo la alcanzó en apenas unos segundos y la sujetó con firmeza del brazo.
—Vamos —dijo, sin alzar la voz pero con una fuerza contenida en cada sílaba.
—¿Qué…?
—Aquí no voy a hablar de este asunto. No así.
Aldana lo miró confundida, dolida… pero también aliviada, aunque no supiera si debía estarlo.
Leonardo tragó saliva. Su mundo acababa de tambalearse, pero aún no estaba listo para dejarla ir. No sin entender. No sin escuchar todo. No sin sentir.
—Vamos, por favor —repitió, esta vez más bajo. Más humano.
Y ella, temblando, asintió.