EL TRONO DE CENIZAS

El fuego azul de la legión espectral arrasaba las filas enemigas. El suelo temblaba con cada embestida de los guerreros antiguos, cuyas almas parecían gritar por justicia.

Pero incluso con ese poder… Valekar no se movía.

Observaba desde lo alto de una torre abandonada, su silueta oscura recortada contra el cielo rojizo por las llamas. El viento giraba a su alrededor, llevándose pedazos de tela y ceniza.

—¿Eso es todo, Lyra? —dijo en voz baja, aunque su eco se escuchó en cada rincón del Bastión—. ¿Traer fantasmas para luchar tus batallas?

Lyra lo miró desde el campo de batalla. Su cabello flotaba con energía pura, y el sello en su pecho ardía con fuerza. Dio un paso adelante… y luego otro.

—No son fantasmas —le respondió—. Son los que murieron por Aeloria. Y hoy… luchan conmigo.

Kael se acercó a ella, con la armadura agrietada y el rostro manchado de sangre.

—Vamos juntos —le dijo.

Ella asintió.

Los dos cruzaron el campo, mientras las tropas abrían paso. Se adentraron en la torre, subiendo escalón tras escalón, hasta llegar a la cima.

Valekar los esperaba junto a un trono destruido por el tiempo. Sus ojos dorados brillaban con burla y rabia contenida.

—Ah, los amantes malditos —dijo con una sonrisa torcida—. Qué conmovedor. ¿Vienen a detenerme? ¿O a rendirse?

Kael levantó su espada. Lyra alzó las manos, y el fuego danzó a su alrededor.

—Venimos a destruirte —dijo ella.

—Entonces muéstrenme de qué están hechos.

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El choque fue brutal.

Kael se lanzó primero, su espada resonando contra el bastón de hueso de Valekar. Cada golpe sacudía la torre. La magia oscura de Valekar se mezclaba con rayos de energía que quebraban la piedra.

Lyra lanzó una llamarada que se enroscó como una serpiente, pero Valekar la atrapó con la mano desnuda. Gritó, quemándose, pero rió.

—¡Ese poder no es tuyo! ¡Es mío!

—¡Ya no! —rugió ella.

El suelo se partió bajo ellos. Los tres quedaron suspendidos en un campo de energía que flotaba sobre el vacío.

Kael sangraba de un costado, pero no retrocedía. Lyra estaba envuelta en luz, y sus ojos no mostraban miedo. Solo determinación.

Valekar los miró como un dios caído.

—Entonces... si muero, me los llevo conmigo.

Y estalló.

Un círculo de magia oscura explotó desde su pecho, buscando consumirlo todo.

Lyra gritó. Alzó ambas manos. El fuego dorado salió disparado como una ola celestial, y Kael se arrojó sobre ella, protegiéndola con su cuerpo mientras el mundo se volvía luz y sombra.

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Y luego… silencio.

Polvo flotando en el aire.

La torre derrumbada.

Y entre los escombros… una mano.

Kael emergió primero, herido pero vivo.

—¿Lyra? —jadeó.

Una llama pequeña brilló entre los restos.

Y Lyra se incorporó, temblando, con los ojos abiertos como si acabara de despertar de un sueño milenario.

—Lo detuve… —susurró.

Kael cayó de rodillas frente a ella y la abrazó. Por un momento, no fueron reyes, ni armas, ni fuego.

Solo ellos.

Vivos.

Juntos.

Pero la guerra aún no había terminado.

Y desde muy lejos… algo más había sentido el estallido de poder.

Algo que llevaba dormido mucho tiempo.