El joven de sangre pura había sido encontrado por el gran gobernante, Theo. Noah Everhart nunca podría escapar de su destino.
Encerrado en la imponente presencia de Theo Langston, su cuerpo tembló involuntariamente cuando el aire se impregnó con el embriagador aroma de sus propias feromonas. El Alfa frente a él sonrió con satisfacción, sus ojos ámbar brillando con un peligroso fulgor depredador.
—No tiene sentido correr, Noah —murmuró Theo, su voz profunda y envolvente—. Ya eres mío.
Los latidos de Noah se aceleraron. No... no hay escapatoria.
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📌 BL / Omegaverse (Chico x Chico)
📌 Embarazo Masculino
📌 ¿Kitsunes?
📌 Fantasía BL
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Capítulo 16
La partida de Theo hacia el bosque Lunar no pasó desapercibida para Hera.
La diosa, siempre atenta a los movimientos del espíritu, supo que ese era el momento perfecto para ejecutar su plan. Sabía que no podía matar a Theo de manera directa. Así que optó por algo más retorcido: destruirlo desde adentro. Y para eso, usaría a Noah.
Un simple humano, uno que ya había sido esclavizado por la voluntad del Alfa. Uno que llevaba su aroma impregnado en la piel y una marca invisible que sellaba su destino (La gema sagrada).
Hera sabía lo que debía hacer: revelarle a Noah la verdad sobre Theo. Aquel Alfa jamás había conocido el amor. No tenía ternura ni afecto hacia él. Desde el principio, lo había elegido como sacrificio. Como recipiente para su gema. Como nada más que un medio para poder convertirse en humano.
Para ejecutar su jugada, Hera tomó la forma de Caleb, el único humano que podía acercarse a Noah sin levantar sospechas. Su mejor amigo desde la infancia. Un Omega. Su confidente más sincero. Hera conocía cada detalle de esa relación: cada risa compartida, cada secreto, cada herida emocional.
Con su nuevo rostro, Hera presionó el timbre de la mansión. En sus manos sostenía un libro antiguo, cubierto de polvo y encuadernado en cuero viejo. El texto contenía leyendas sobre los Kitsune: mitades verdades, mitades advertencias disfrazadas de cuentos.
Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa. Una que Caleb jamás habría hecho. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera.
—Señorito Caleb —saludó la sirvienta con respeto.
—¿Nana, tú eres quien cuida a Noah en esta casa? —preguntó Hera, imitando el tono cálido de Caleb.
—Así es, señorito. Adelante, por favor.
Aquella mujer de cabello plateado había estado al servicio de la familia desde antes de que Noah pudiera caminar. Leal, estricta, pero con un profundo cariño hacia el Omega.
—¿Dónde está Noah, Nana?
—En su habitación, señorito. ¿Desea que lo llame?
—Sí, por favor. No sería correcto que entre directamente… después de todo, ahora Noah está casado —comentó Hera con una sonrisa suave, cargada de doble intención.
La sirvienta asintió, sin notar el veneno oculto tras esas palabras.
Hera se acomodó en la sala del primer piso. El aire estaba impregnado del aroma de un alfa dominante, pero tenue, como si Theo hubiera estado ausente por varias horas. Lo cual era perfecto. El zorro aún no había regresado.
Cerró los ojos por un segundo, respirando hondo, como si saboreara la calma antes del desastre.
—¡Caleb! —la voz de Noah descendiendo por las escaleras resonó por la estancia.
El Omega apareció apresurado, con el ceño fruncido por la sorpresa y los ojos brillando de emoción. Vestía ropa cómoda, como si acabara de salir de la cama, y llevaba una pequeña bufanda atada al cuello, cubriendo las marcas del alfa.
Una mezcla de alegría y tensión se dibujó en su rostro. Ver a Caleb le traía consuelo, pero el miedo de que Theo regresara lo hacía caminar con cautela.
—¡Noah! —exclamó Caleb, corriendo a abrazarlo. Hera fingió emoción tan bien que incluso sus ojos se llenaron de lágrimas falsas.
—Hace tanto que no te veía… pensé que nuestras vacaciones de semestre serían tranquilas, pero todo cambió tan rápido…
Noah asintió con una sonrisa forzada. Ni siquiera él sabía cómo explicar todo lo que había ocurrido.
—Estos días solo he ido a la biblioteca de la ciudad —continuó Caleb, sacando el libro de su bolso—. Sabía que te aburrirías aquí, así que traje este libro para ti. No lo habías terminado, ¿verdad?
Los ojos de Noah se iluminaron. Reconoció ese ejemplar de inmediato. Uno que hablaba sobre las criaturas míticas y sus leyendas. Ahora, ese libro representaba más de lo que él imaginaba, era la guía para poder saber más de su esposo.
—Gracias, Caleb. Me alegra mucho que lo hayas traído —respondió con sinceridad.
Ambos se sentaron en el sofá, justo cuando una sirvienta apareció con una bandeja de té caliente. El ambiente se volvió más íntimo. La calidez del reencuentro llenaba el espacio… pero la tensión subyacente no desaparecía.
—Yo ya lo terminé —comentó Caleb, bajando la voz, como si compartiera un secreto—. Pero… la historia de amor entre el humano y el Kitsune no terminó bien.
—¿Cómo acabó? —preguntó Noah, sin poder disimular su interés.
—Para poder convertirse en humano, el zorro debía plantar su gema sagrada en un cuerpo de sangre pura… durante cien días. Pero después de ese tiempo…
—¡NOAH! —la voz grave y rasposa de Theo retumbó desde la entrada, como un trueno que rompía la calma.
Ambos se sobresaltaron. Nadie notó en qué momento había regresado. El Alfa entró cubierto de heridas y su aroma invadió la sala de inmediato: feromonas pesadas, dominantes, marcando su territorio sin contemplaciones.
—¡Theo! —gritó Noah, corriendo hacia él. Lo sostuvo con fuerza, ayudándolo a mantenerse en pie.
—¿Q-qué te pasó? Estás herido… —dijo Noah, con los ojos llenos de angustia.
—¿Tienes visita? —preguntó Theo, ignorando la pregunta del omega y mirando fijamente a Caleb.
—Caleb pasaba por aquí… solo quiso verme un momento.
Pero Theo no necesitaba explicaciones. Ese olor no pertenecía a ningún humano. Ese "Caleb" frente a él… no era un omega. Era Hera. Y lo sabía.
El falso Caleb se levantó lentamente. Sus pasos eran tranquilos, pero su sonrisa escondía veneno.
—Noah, señor Theo, me retiro —dijo con cortesía fingida.
—Perdón, Caleb… Theo está herido —susurró Noah, apenado, sin entender el peligro que se cernía sobre ellos.
Caleb asintió en silencio. Sus ojos se cruzaron con los del Alfa, y en ese instante no hicieron falta palabras. La tensión entre ambos era palpable. Una amenaza no dicha. Una guerra contenida. Y un odio profundo.
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