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FÉNIX

FÉNIX

Status: En proceso
Genre:Maltrato Emocional / Elección equivocada / Mujer despreciada
Popularitas:156.3k
Nilai: 5
nombre de autor: JHOHANNA PEREZ

⚠️✋🔞

"¿Qué pasa cuando la fachada de galán encantador se transforma en un infierno de maltrato y abuso? Karina Sotomayor, una joven hermosa y fuerte, creció en un hogar tóxico donde el machismo y el maltrato doméstico eran la norma. Su padre, un hombre controlador y abusivo, le exige que se case con Juan Diego Morales, un hombre adinerado y atractivo que parece ser el príncipe encantador perfecto. Pero detrás de su fachada de galán, Juan Diego es un lobo vestido de oveja que hará de la vida de Karina un verdadero infierno.

Después de años de maltrato y sufrimiento, Karina encuentra la oportunidad de escapar y huir de su pasado. Con la ayuda de un desconocido que se convierte en su ángel guardián y salvavidas, Karina comienza un nuevo capítulo en su vida. Acompáñame en este viaje de dolor, resiliencia y nuevas oportunidades donde nuestra protagonista renacerá como el ave fénix.

¿Será capaz Karina de superar su pasado y encontrar el amor y la felicidad que merece?...

NovelToon tiene autorización de JHOHANNA PEREZ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Un plan...

—¡Antonia! —gritó con desesperación—. ¡Haz algo, revívela! ¡Llama a un doctor, lo que sea! ¡No dejes que se muera!

Antonia corrió al botiquín, sacó alcohol y un poco de algodón, y lo puso en la nariz de Karina. Ella despertó de golpe, respirando con dificultad, aturdida por el dolor. El labio roto le ardía, y la cabeza le palpitaba como si fuera a estallar.

—¿Cariño? ¿Estás bien? —preguntó él, sentándose a su lado, su voz ahora impregnada de culpa.

Karina no respondió. Lo miró sin pestañear, su silencio cargado de odio y desprecio.

—Ven —dijo él—. Te llevaré a la habitación.

La cargó sin darle opción a resistirse. Mientras subían las escaleras, ella lo observaba con frialdad. Ya no había miedo, solo un fuego silencioso que comenzaba a arder en lo más profundo de su alma.

—Antonia —ordenó Juan Diego—. Prepara tú misma un baño caliente para mi esposa. Y cura su herida, con cuidado.

Karina sentía el agua formarse en sus ojos, pero no lloró. Lo miró con esa dureza que solo tienen las mujeres que ya no temen perder nada.

Cada vez se parecía más a su madre: encadenada a un lobo feroz que la amaba solo con violencia. Y aunque se rebelaba, sabía que eso solo avivaba más el infierno. Pero algo dentro de ella le susurraba… que un día sería libre.

Con los ojos cerrados y el cuerpo sumergido en la tibieza del agua, Karina intentaba imaginar un mundo distinto al que vivía. Un mundo sin barrotes invisibles, sin gritos, sin miedo. Solo ella, sus sueños y libertad. El vapor ascendía suavemente desde la superficie de la tina, envolviéndola en una falsa sensación de paz.

Antonia la observaba desde la puerta del baño en silencio. La mujer, curtida por los años y la sumisión, no podía evitar sentir una mezcla de temor y admiración hacia esa joven rebelde que, a pesar de todo, se atrevía a desafiar al lobo que ellos llamaban jefe.

—Señora —dijo finalmente, con voz baja y cargada de preocupación—, no rete al jefe... Si lo hace, habrán más momentos como este. Y cada vez serán peores. Es mejor que le obedezca.

Karina abrió los ojos con furia. Su mirada, encendida como un carbón ardiente, se clavó en la mujer que tenía frente a ella.

—¿Y tú qué haces mirándome? —soltó con veneno—. ¡Lárgate! No te he pedido consejos. Me enervan las mujeres que permiten que otras sean golpeadas y abusadas. ¡Eres una cobarde! ¡Fuera de aquí! Si no te vas, le inventaré al imbécil de mi marido cualquier cosa para que te eche a patadas.

Antonia parpadeó, sorprendida.

—Pero señora… Yo solo quería ayudarla…

Karina soltó una risa seca y amarga.

—¿Ayudarme? ¡Ja! ¡Hipócrita! Has visto muchas veces cómo me trata Juan Diego, cómo me ultraja, me humilla, me denigra. Y tú… tú no haces nada. Es más, ¡eres una abusadora igual que él! ¡Te he visto cómo maltratas a Adila y a las demás empleadas! No vengas a fingir ahora una compasión que no sientes.

Antonia frunció los labios, conteniendo su rabia.

—Por eso es que el jefe le pega, por altanera —escupió, con voz contenida pero llena de veneno.

Karina la fulminó con la mirada. Sus ojos brillaban con un desprecio absoluto.

—Sal de mi vista, Antonia. Antes de que haga realidad lo que dije. Y te juro… que el día que salga de esta prisión de mármol, vendré por todos los que miraron hacia otro lado mientras yo moría en vida.

La mujer bajó la cabeza, apretó los dientes y se dio media vuelta, saliendo del baño con pasos duros. Pero no sin antes mirar de reojo a Karina, que se hundía de nuevo en la bañera, dejando que el agua cubriera su rostro.

En el silencio, entre burbujas y lágrimas silenciosas, Karina se prometió a sí misma que no iba a caer. Que no iba a rendirse. Y que algún día, encontraría la forma de ser libre… aunque tuviera que convertirse en fuego para quemar esa mansión entera.

Tres largos y tortuosos años de matrimonio habían pasado para Karina. Años que se sintieron como cadenas apretándose más con cada amanecer. Finalmente, y contra todo pronóstico, había culminado su carrera de arquitectura, graduándose con honores. Prometía convertirse en una profesional brillante y destacada, pese a vivir atrapada en un infierno de mármol y silencios.

El magnate español, Juan Diego Morales, participó activamente en la ceremonia de graduación. Sonreía, posaba para las cámaras y ofrecía una lujosa recepción para celebrar el logro de su esposa. No lo hacía por orgullo genuino o amor. Lo hacía para congraciarse con el falso y superficial mundo de millonarios empresarios que lo rodeaban. Era otra estrategia para mantener su fachada impecable ante el público.

Los abusos habían sido una constante en su matrimonio. Golpes, humillaciones, insultos y violaciones disfrazadas de encuentros maritales. Juan Diego practicaba la violencia con la misma precisión con la que firmaba contratos: sin titubeos y con la seguridad de que nada ni nadie lo enfrentaría.

Moretones, puñetazos, patadas… eran el pan de cada día. Pero a pesar del dolor, Karina conservaba algo intacto: su rebeldía. Esa chispa obstinada en su interior que se negaba a morir. Esa misma chispa que cada vez que se recuperaba de una paliza, brillaba más fuerte, más decidida.

Las agresiones físicas y emocionales se intensificaban con el tiempo. Bastaba que un hombre la mirara por unos segundos más de lo debido en una reunión para que Juan Diego la acusara de provocadora, de coqueta, de mujer fácil. Luego se embriagaba, la golpeaba con rabia y la violaba con violencia, asegurándose de recordarle a quién pertenecía.

La última golpiza fue brutal. Karina pasó un mes entero postrada en cama, con la nariz rota, un brazo y una pierna fracturados, el rostro inflamado e irreconocible. Durante esos días, Juan Diego desapareció de la mansión, como siempre hacía tras un episodio especialmente cruel. Un médico de confianza fue enviado a curarla discretamente, sin dejar rastros. Y, como era costumbre, días después regresó con flores, joyas y un falso arrepentimiento pintado en la cara.

Pero Karina ya había tomado una decisión.

Durante años, había estado ahorrando a escondidas. Moneda por moneda, euro por euro, vendiendo pequeños diseños, recibiendo discretos pagos por asesorías desde su laptop. Ahora que era profesional, tenía lo necesario para marcharse. Lo había planeado todo, cuidadosamente. Solo le faltaba la oportunidad perfecta.

Esa mañana, mientras el sol bañaba los ventanales de la habitación principal, Karina entró al vestidor. Juan Diego la observaba desde el borde de la cama, vestido con su bata de seda, con una taza de café en mano.

Ella se giró, usando su mejor tono meloso, fingiendo la dulzura de una esposa enamorada.

—¿Vas a permitir que vaya de compras con mi madre, cielo?

Juan Diego la miró por encima de la taza. Sus ojos grises la recorrieron como si calculara cada fibra de su cuerpo, cada palabra dicha.

—Sí, puedes ir —respondió finalmente, con ese tono grave y autoritario—. Pero recuerda comprar ropa discreta. Nada provocador. Y lencería sugerente para mí —sonrió con burla, como quien da una orden disfrazada de petición—. Espero que esta noche estés dispuesta a complacerme… como tanto me gusta. Iremos donde la bella morena, practicaremos los tres.

Karina sintió una oleada de asco. Un nudo en el estómago le cortó el aliento, pero no dejó que la expresión de su rostro se quebrara. Solo asintió, bajando la mirada.

—Claro, cielo. Como tú digas —murmuró.

Pero en su interior, todo gritaba. Esa salida sería su oportunidad. Iba a burlarse de la seguridad, aunque eso implicara usar a su madre como escudo. Sabía que Juan Diego no haría daño a su suegra. No aún. Por eso, aunque le doliera, la pondría en riesgo, solo por unas horas, solo hasta que ella pudiera escapar… y no mirar jamás hacia atrás.

Karina y Amanda fueron llevadas al centro comercial escoltadas por dos mujeres que parecían salidas de una película de acción: firmes, serias, con movimientos milimétricamente calculados, como si estuvieran entrenadas para una batalla silenciosa.

Entraron a varias tiendas, hicieron múltiples compras, y aunque ambas escoltas cumplían su labor con estricta vigilancia, una de ellas parecía simpatizar con la pelinegra. Karina lo notó de inmediato y, como buena estratega, supo que podía usarlo a su favor.

Durante semanas, había estudiado la estructura del centro comercial, identificando cada salida de emergencia, cada pasillo sin cámaras, cada recoveco útil para una posible huida. Su plan estaba bien trazado. En su bolso, ocultos entre los paquetes y bolsas de compras, llevaba su pasaporte, documentos personales, una considerable suma de dinero en efectivo y acceso a una cuenta clandestina que había creado con sigilo y paciencia durante años.

—Mamá, entremos a la tienda de lencería —dijo Karina, disimulando el temblor en su voz—. Juan Diego quiere algo especial.

Amanda, algo reservada en esos temas, bajó la mirada, visiblemente avergonzada.

—Mami… sabes que te amo, ¿verdad?

—Sí, princesa, lo sé. Yo también te amo.

—Mami… te amo más de lo que tú misma te amas. A ti, mi papá no te controlaba de la misma manera que lo hace Juan Diego conmigo. Mami, vámonos. Hagámoslo juntas. Tengo suficiente dinero para que vivamos las dos. Yo buscaré trabajo y te daré la vida que te mereces. Ya no habrá más golpes, más abusos, más humillaciones.

Amanda soltó las manos de su hija con horror.

—¿Qué estás diciendo, Karina Sotomayor? ¿Estás loca? ¡Yo jamás haría una tontería tal! Y tú no deberías estar pensando en algo tan descabellado. A ti el señor Juan Diego no te pega.

Karina apretó los dientes, con el dolor floreciendo en sus ojos.

—Cómo se nota que estás completamente ciega… Mami, Juan Diego me ha pegado con tanta brutalidad que a veces pienso que un día me matará. Es más rudo y cruel que papá, te lo aseguro.

Amanda se quedó en silencio por varios segundos. Tragó saliva, atónita, mientras intentaba asimilar la confesión de su hija. Jamás imaginó que Karina estuviera viviendo un infierno peor que el que ella había soportado durante años.

Y entonces, ese instinto materno que había permanecido latente durante tanto tiempo despertó con fuerza. Recordó cuando Fernando la golpeaba, y Karina, aún niña, lo enfrentaba. Recordó cómo se interponía entre ellos para evitar que él la tocara. Fernando, incluso en su crueldad, nunca se atrevió a lastimar gravemente a su hija. Solo una vez le dio una bofetada y se arrepintió durante meses.

Amanda apretó los labios y miró a su hija con los ojos llenos de lágrimas.

—Vete, hija —susurró con voz quebrada—. Vete. Huye. Sálvate tú de este infierno.

Karina negó con la cabeza, con lágrimas cayéndole por el rostro.

—Mami, yo quiero irme contigo… Vámonos lejos. Lejos de mi abusador padre, lejos de mis hermanos, lejos del imbécil de Juan Diego. No quiero seguir un día más sometida a tantas bajezas.

Amanda le acarició el rostro con ternura.

—Yo ya tomé mis decisiones, hija. Tú aún puedes salvarte. ¡Corre, Karina!. ¡Corre! antes de que sea demasiado tarde...

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Olga Ortiz
excelente novela, me encanta como escribes, gracias
Olga Ortiz
solo enfrentando con ayuda profesional y con un amor como Massimo te tiene, solo así podrá dejar de lado ese trauma
Olga Ortiz
cada día fortalecen más su amor, serán muy felices
Olga Ortiz
no creas que Karina es la zorra de Aitana, ella si lo ama de verdad y después de pasar por todo, eso también sabe ser agradecida y no dejará que le hagan nada a ella y a Massimo
Mary Gonzlz
más capítulos autora escritora porfa
Olga Ortiz
que tierno es Massimo con Karina, espero que esté amor los fortalezca y nadie los pueda separar
Olga Ortiz
la novela es muy buena, tiene una buena temática, espero que pronto se recupere que pueda sentirse bien para que pueda hacer lo que quiera en la vida entre esas escribir, porque lo hace muy bien
Olga Ortiz
el infierno está aquí mismo en la tierra y nadie se va sin pagar lo que se debe, haber matado a su propio hijo por celos que solo en su mente sucia había, eso no tiene como pagarlo
Olga Ortiz
eso no es nada más y nada menos lo que merece un monstruo como ese, así debería ser la justicia para todas las mujeres que han tenido que sufrir toda esa violencia por alguien no sólo su esposo, hasta hay algunas que no sobrevivieron a esa furia
Olga Ortiz
que Juan Diego, tu mismo te hechaste la soga al cuello, se te cayó la mascara
Olga Ortiz
no creo que alguien se coma el cuento de ese mal nacido
Olga Ortiz
eso es Massimo, deja en claro todo lo que pasó en la vida de Karina desde que ayudaste a Karina
Olga Ortiz
me alegro que al fin los hermanos abrieron los ojos y se dieron cuenta de lo que hacían
Olga Ortiz
estás acorralado Juan Diego, vas a ir a la cárcel
Olga Ortiz
ese degenerado es un enfermo mental, nadie en su sano juicio hace algo así
Olga Ortiz
quisiera ver la cara de ese bicho cuando supo que ese niño era suyo
Olga Ortiz
ya se dieron cuenta de que juntos son fuertes y que su conexión es muy importante
Olga Ortiz
nooo puede ser que sea tan degenerada de traicionarlo
Olga Ortiz
ya me imagino lo detestable de esa mujer, como para que Massimo haya sufrido por ella
Olga Ortiz
Massimo no hace sino ganarse su corazón, y pronto lo logrará
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