En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El pacto silencioso
El viento nocturno aullaba fuera de la casa de Nicolás, pero no era el único sonido que llenaba el aire. La habitación principal estaba patas arriba: cajones abiertos, papeles esparcidos, y un vacío inconfundible en el lugar donde antes reposaba el relicario. Nicolás respiraba con dificultad, los nudillos blancos al apretar la madera del escritorio.
—¡Maldito Samuel! —gruñó, golpeando la pared con tanta fuerza que un cuadro cayó al suelo.
Había ignorado las señales: las preguntas constantes, las miradas furtivas hacia el relicario. Ahora, todo tenía sentido. Samuel había esperado el momento perfecto para traicionarlo.
Nicolás se tambaleó hacia el teléfono, marcando un número con manos temblorosas.
—Álvaro, —dijo, sin dar tiempo a un saludo, —necesito que localices a Samuel. No sé cómo lo hizo, pero se llevó algo importante.
—¿Qué tan importante? —preguntó Álvaro, su tono sombrío.
—Suficientemente importante como para que tenga que encontrarlo antes de que lo use.
Álvaro suspiró al otro lado de la línea.
—Dame una hora. Pero Nicolás, si está huyendo, debe tener un plan.
Nicolás colgó sin responder, el corazón palpitándole con una mezcla de rabia y ansiedad. Sabía que Samuel no actuaba sin motivos. Si había robado el relicario, era porque había descubierto lo que realmente era.
El escape de Samuel
En una gasolinera desierta a las afueras de la ciudad, Samuel se lavaba la cara en el baño, su reflejo en el espejo distorsionado bajo la tenue luz amarilla. Tenía el relicario en el bolsillo, y aunque no lo había abierto, podía sentir su peso, un calor inquietante que parecía irradiar vida.
—¿Qué diablos eres? —susurró, sacando el objeto para observarlo nuevamente.
No había nada en su apariencia que delatara el poder que contenía: un simple medallón de plata, desgastado por el tiempo. Pero Samuel sabía que era mucho más que eso. Lo había sentido la noche en que decidió tomarlo, un impulso que no podía explicar, como si algo lo hubiera llamado desde su interior.
Dejó el relicario sobre el lavabo y se frotó las sienes, intentando ordenar sus pensamientos. ¿Qué significaba realmente este objeto? ¿Por qué Nicolás lo había protegido con tanto recelo?
De repente, las luces comenzaron a parpadear, y el aire se volvió frío. Samuel sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal mientras un susurro llenaba la habitación.
—Devuélvelo...
Samuel dio un paso atrás, sus ojos buscando frenéticamente el origen de la voz.
—¿Quién está ahí?
No hubo respuesta. Solo el eco de sus propias palabras y el sonido del relicario cayendo al suelo.
La persecución
Álvaro no tardó en cumplir su palabra. A través de cámaras de seguridad y contactos estratégicos, localizó a Samuel en un motel a las afueras de la ciudad.
—Está solo, pero no parece que vaya a quedarse mucho tiempo, —informó a Nicolás por teléfono.
—Voy para allá. Mantén los ojos en él, —ordenó Nicolás, arrancando el auto con una determinación férrea.
El viaje fue rápido, pero cada kilómetro parecía alargar el nudo en su pecho. No era solo el relicario lo que estaba en juego; era todo lo que representaba. Marina, los secretos del pasado, y ahora Samuel, todos estaban conectados de una forma que Nicolás no alcanzaba a comprender del todo.
Cuando llegó al motel, el lugar parecía desierto. Solo había un par de luces encendidas y el sonido lejano de un televisor en una de las habitaciones. Nicolás apagó el motor y respiró hondo, preparándose para el enfrentamiento.
El choque
Samuel estaba empacando sus cosas apresuradamente cuando escuchó los golpes en la puerta.
—¡Abre, Samuel! —gritó Nicolás desde el otro lado.
El tono no dejaba lugar a dudas: estaba furioso. Samuel se detuvo por un momento, sopesando sus opciones. Finalmente, decidió enfrentar a su perseguidor.
Abrió la puerta lentamente, encontrándose cara a cara con Nicolás, cuyos ojos ardían de ira.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —espetó Nicolás, empujándolo hacia adentro y cerrando la puerta detrás de él.
—No puedes entenderlo, —dijo Samuel, retrocediendo unos pasos.
—Entonces explícamelo. ¿Por qué robaste algo que no te pertenece?
Samuel sacó el relicario de su bolsillo y lo sostuvo frente a Nicolás.
—Porque esto no es lo que tú crees. No es solo un recuerdo de Marina. Es algo más. Lo sentí la primera vez que lo vi. Es como si me hablara, como si quisiera que supiera algo.
Nicolás se quedó en silencio por un momento, estudiando a Samuel con una mezcla de incredulidad y desdén.
—¿Tienes idea de lo peligroso que es? —preguntó finalmente, con un tono más frío.
—¿Peligroso para quién? ¿Para ti? ¿O para las mentiras que has construido alrededor de esto?
Las palabras de Samuel golpearon a Nicolás como un puñetazo.
—No sabes de lo que estás hablando, —respondió, avanzando hacia él.
—Quizás no lo sé todo, —admitió Samuel, manteniéndose firme. —Pero sé que estás ocultando algo. Y voy a descubrirlo.
El dilema del relicario
Nicolás extendió la mano hacia el relicario, pero Samuel lo apartó rápidamente.
—¡No te acerques! —advirtió.
—Samuel, escúchame, —dijo Nicolás, su voz ahora más controlada, casi suplicante. —Ese objeto no es un juguete. Es una llave, una conexión con algo que no puedes imaginar.
—¿Con qué? —preguntó Samuel, su curiosidad ganándole al miedo.
—Con nuestro pasado. Con Marina. Con cosas que no deberíamos haber tocado.
Samuel lo miró fijamente, buscando la verdad en sus palabras.
—¿Qué le hiciste a Marina?
El silencio que siguió fue más revelador que cualquier confesión. Nicolás apartó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de la pregunta.
—No fue solo mi culpa, —dijo finalmente. —Fue el relicario. Tiene una voluntad propia.
—Eso no es una respuesta, —dijo Samuel, acercándose más. —¿Qué pasó realmente?
El pasado que nunca muere
Antes de que Nicolás pudiera responder, el relicario comenzó a brillar con una luz inquietante, llenando la habitación con un resplandor sobrenatural. Ambos hombres se quedaron paralizados, observando cómo el objeto flotaba entre ellos, emitiendo un zumbido bajo y constante.
—¿Qué está pasando? —preguntó Samuel, su voz llena de pánico.
—Es Marina, —murmuró Nicolás. —Ella nunca se fue.
La luz del relicario se intensificó, proyectando sombras danzantes en las paredes. De repente, una figura comenzó a formarse en el centro del resplandor.
—¡No puede ser! —exclamó Samuel, retrocediendo.
Era Marina, pero no como la recordaban. Su rostro estaba marcado por una mezcla de serenidad y tristeza, y sus ojos brillaban con una intensidad que parecía atravesar sus almas.
—Detengan esto, —dijo ella, su voz resonando como un eco. —Ambos están jugando con fuerzas que no comprenden.
Un pacto silencioso
La figura de Marina alzó una mano, y el relicario volvió a caer al suelo, emitiendo un sonido metálico que rompió el hechizo.
—Debemos terminar con esto, —dijo Nicolás, mirando a Samuel.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Samuel, recogiendo el relicario con manos temblorosas.
Marina dio un paso hacia ellos, su expresión más dura ahora.
—Hagan un pacto. Unan sus fuerzas. Solo así podrán evitar que esto destruya todo lo que queda.
Los dos hombres intercambiaron una mirada, conscientes de que estaban en el borde de un abismo. Finalmente, Samuel extendió el relicario hacia Nicolás.
—Hagámoslo, —dijo.
Nicolás lo tomó, sintiendo el peso del objeto y de la decisión que estaban a punto de tomar.
El relicario brilló una vez más, sellando un pacto que cambiaría sus vidas para siempre.