En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Poción.
La primera luz del alba se filtraba a través de los gruesos cortinajes de mi habitación, llenándola de un resplandor dorado que parecía acariciar mi piel. Abrí los ojos lentamente, sintiendo por primera vez en semanas una extraña ligereza en mi cuerpo. El dolor que había sido mi compañero constante había disminuido, dejando en su lugar un leve hormigueo en mis extremidades, como si mi cuerpo recordara cómo era estar vivo.
Al incorporarme, un aroma familiar llegó a mi nariz: pan recién horneado, frutas frescas y algo más sustancioso, tal vez carne. Mi estómago rugió, recordándome que hacía días no comía adecuadamente. Para mi sorpresa, sentí hambre, verdadera hambre, algo que no había experimentado en semanas.
Einer entró con una bandeja en las manos, con su expresión cautelosa pero cálida.
—Buenos días, Leif, mira lo que te traje—dijo suavemente, colocándola sobre la mesa junto a mi cama—. Te ves mejor.
—Me siento mejor —respondí, mi voz más firme de lo que esperaba—. Gracias por cuidarme.
Él apartó la mirada, una leve sombra cruzando su rostro antes de volver a mirarme.
—Es mi deber.
Quise decir algo más, tal vez expresar el torrente de emociones que me abrumaba al verlo, pero en ese momento, Astrid entró en la habitación. Su porte elegante con su armadura y seguro, contrastaba con la calidez que emanaba Einer.
—Leif, qué alegría verte más animado —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Astrid —la saludé con una inclinación de cabeza—. Gracias por todo lo que has hecho por mí.
Ella asintió, acercándose a la cama y colocando una mano en mi frente, como si quisiera comprobar mi temperatura. Su tacto era frío, distante, pero no desagradable.
—Hoy hace un buen día. ¿Te apetecería un paseo? Creo que te vendría bien estirar las piernas.
Acepté, agradecido por la oportunidad de salir de la habitación. Con la ayuda de Einer y Astrid, me vestí y pronto estuvimos en los jardines del castillo. El aire fresco llenaba mis pulmones, y por primera vez en mucho tiempo, sentí una chispa de energía.
El paseo fue tranquilo, y Astrid demostró ser una compañía agradable, mucho más de lo que esperaba. Hablamos de temas ligeros: el clima, las flores que comenzaban a marchitarse con el frío del invierno, y pequeños recuerdos de nuestra niñez en los respectivos reinos. Einer permanecía cerca, siempre vigilante, pero su presencia era silenciosa.
Cuando regresamos al castillo, sentí una extraña paz. Aunque mi vínculo con Einer me llenaba de emociones complejas, comencé a pensar que tal vez Astrid y yo podríamos construir algo parecido a una amistad.
Más tarde, mientras cenaba, Einer se sentó junto a mí, con su expresión algo tensa. Comimos juntos y yo trataba de animarlo y sonreía por cualquier estupidez que yo mismo le contaba, el apenas sonreía. Entiendo que nuestra situación no era nada facil, pero me sentía bien solo con tenerlo a mi lado, me llegue a preguntar a mi mismo qué tan egoísta podría ser. Antes de que pudiera preguntarle qué ocurría porque seguía tenso, Astrid apareció nuevamente, acompañada por un sirviente que llevaba una copa de vino.
—Bebe esto, Leif —dijo, con su tono amable pero firme—. Te ayudará a descansar mejor esta noche.
—No estoy cansado —respondí, mirando la copa con desconfianza—Me siento mejor que nunca, gracias por preocuparte.
—Es solo una recomendación del médico, lo mezclé con un poco de vino porque es algo amargo —insistió Astrid, con su sonrisa inmutable—. Necesitas recuperar fuerzas para el invierno, hay rumores de guerra y es posible que tenga que partir muy pronto.
Einer no dijo nada, pero sentí su mirada fija en mí. A pesar de mi incomodidad, bebí el vino. Era dulce, con un leve sabor amargo al final, pero lo ignoré.
Luego de un rato mi mente comenzó a dar vueltas, recuerdo decirle a Einer que no me sentía muy bien. Lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos en medio de una neblina. Mi cuerpo se sentía pesado, como si hubiera corrido una maratón, mi parte íntima me dolía y mi mente estaba confusa, incapaz de distinguir el sueño de la realidad.
El calor a mi lado me sobresaltó a pesar del frío del largo invierno. Giré la cabeza lentamente al abrir los ojos y vi a Astrid, con su cabello dorado desparramado sobre la almohada, su respiración tranquila y regular. Mi pecho se llenó de pánico al notar que ambos estábamos bajo las sábanas, sin nada de ropa y para mi horror, mis orejas de lobo estaban completamente manifestadas, al igual que las suyas.
Mi mente intentó comprender lo que había pasado, pero no había nada, ni un solo recuerdo de cómo había terminado en esa situación. Mi cuerpo, sin embargo, contaba otra historia. Me dolían mis caderas, tenía marcas de arañazos en mi espalda, el cuello y mis muslos. Mi virilidad ardía. El aroma de Astrid estaba impregnado en mi piel, mezclado con el mío, y una ola de náusea me invadió.
—¿Qué... qué pasó? —logré murmurar, mi voz rota.
Astrid abrió los ojos lentamente, su expresión era tranquila, como si todo fuera perfectamente normal.
—Cumplimos con nuestro deber, Leif —respondió, con su voz serena, pero con un trasfondo que me heló el alma.
—¿Deber? —repetí, sintiendo que mi mundo se desmoronaba.
Ella asintió, sentándose en la cama y acomodándose el cabello.
—Es por el bien del reino. Pronto habrá un heredero, y nuestra unión será más fuerte que nunca. De ahora en adelante te daré el permiso de desposar a Einer para que esté a tu lado legalmente, el pasará a ser de caballero de la orden real, a caballero Alfa primera clase o esposo Alfa con un rango por debajo de mí.
La palabra "heredero" resonó en mi mente y lo demás no pude asimilarlo, y de repente todo encajó. El vino, mi sueño pesado, su insistencia en cuidarme. Me habían drogado, usado, y ahora...
—Einer... —murmuré, buscando desesperadamente alguna señal de él, algo que me anclara.
Astrid pareció comprender mi pensamiento y sonrió, aunque su expresión era fría.
—Einer estaba al tanto. No quería, claro, incluso intentó enfrentarme, pero entiende lo que es necesario para protegerte, para protegernos.
Mis manos temblaron mientras me llevaba una a la frente, intentando controlar la furia y la desesperación que se acumulaban en mi pecho. Había confiado en ellos, en ambos, y ahora me sentía traicionado, perdido en un mar de decisiones que nunca había tomado.
Astrid se levantó de la cama, estaba totalmente desnuda y mi se**n corría por sus piernas en abundancia y comenzó a vestirse, como si lo que había sucedido fuera la cosa más natural del mundo.
—Descansa, Leif. Te necesitaré fuerte en los próximos días. Te haré saber si la concepción tuvo exito en unos días, de lo contrario tendremos que repetir todo esto aunque estés en desacuerdo.
Me quedé en la cama, incapaz de moverme, incapaz de pensar. La figura de Einer apareció en mi mente, y con ella un torbellino de emociones: amor, odio, tristeza, y una pregunta que ardía como una llama en mi interior. ¿Cómo habíamos llegado a esto?