Venganza Implacable

Rhyse cruzó la puerta del departamento que Davian le había regalado, sintiendo cómo una ola de ira comenzaba a agitarse en su interior. Tan pronto como la puerta se cerró tras ella, empezó a lanzar objetos frenéticamente. Los libros volaron por los aires, los adornos se cayeron de las superficies y las fotografías chocaron contra las paredes, estrellándose en el suelo con un estruendo que resonaba en la soledad de la habitación. Cada objeto roto parecía liberar un poco de la tensión y el dolor acumulado en su pecho, como si esos fragmentos pudieran absorber parte de su tormento.

—¡Elysia, maldita seas! —exclamó, su voz resonando en el espacio vacío—. ¡Me hiciste pasar por esta humillación a propósito!

Tomó un jarrón de porcelana fina, uno de los objetos más valiosos del apartamento, y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared. El jarrón que Davian le había regalado se hizo añicos, esparciendo fragmentos brillantes por toda la habitación. Cada trozo roto le causaba un dolor intenso, no solo por el valor material, sino por el significado emocional que tenía.

—¡Cómo pudiste! —gritó, cargada de resentimiento—. ¡Siempre has tenido que controlar todo, siempre has tenido que ser la que manda!

Rhyse continuó desahogando su ira, sin mostrar señales de querer detenerse. Sus palabras salían con una intensidad que revelaba la magnitud de su frustración y enojo. Cada frase parecía cargar un peso significativo, mientras su voz resonaba con la fuerza de sus sentimientos reprimidos.

—¡Incluso trajiste a los medios para asegurarte de que todos lo presenciaran! ¡No puedo creer que haya puesto mi confianza en ti!

Después de su explosión de furia, Rhyse se dejó caer al suelo, rodeada de los restos de su ira. Su respiración era entrecortada y su cuerpo temblaba por la intensidad de lo que había sentido.

Davian entró en el departamento y, al abrir la puerta, se encontró con un caos total. Los libros estaban esparcidos por el suelo, algunos abiertos con sus páginas arrugadas; los adornos que antes decoraban las estanterías estaban derribados, y las fotos familiares yacían desordenadas en el suelo. Al avanzar con precaución, los fragmentos del jarrón roto crujieron bajo sus pies, creando un sonido ominoso que impregnaba la atmósfera. Miró el desorden con inquietud, comprendiendo que Rhyse había liberado su furia de esta manera. La habitación, antes acogedora, se había convertido en un campo de batalla.

Se acercó a ella, que permanecía entre los restos de su explosión emocional. Intentó mirar a su nivel agachándose, pero Rhyse lo contempló con una furia intensa y, sin pronunciar palabra, lo apartó suavemente pero con decisión. Se levantó y se dirigió al sofá con paso acelerado, mientras Davian la seguía de cerca.

—¿Cómo pudiste permitir que esa estúpida me tratara así? —le reclamó Rhyse, su voz llena de indignación.

—¿Qué podía hacer yo? —respondió Davian, intentando mantener la calma—. Además, frente a ella, ¿cómo se te ocurre insinuar que hay algo entre tú y yo?

Rhyse lo miró con rabia, sintiendo que la tensión entre ellos aumentaba. Y con razón, ¿cómo podía alguien que dice amarte permitir que sufras esos maltratos delante de él?

—¡No podía aguantar más! Era necesario que dijera algo —exclamó, su voz llena de frustración.

Davian notó la tensión en el ambiente y decidió acercarse un poco más para brindarle apoyo.

—Querida, lo entiendo —dijo con suavidad—. Pero debemos ser más precavidos. Elysia no es ingenua; si queremos jugar con ella, debemos ser más astutos.

—No sé cuánto tiempo más podré soportar esto —dijo Rhyse, con voz tensa—. Más te vale que tomes cartas en el asunto pronto, Davian, o de lo contrario, tomaré la decisión de dejarte.

De repente, Davian ajustó su tono, adoptando un aire más grave y serio.

—Tengo un plan.

Rhyse lo miró con interés y curiosidad, incorporándose rápidamente en su asiento, ansiosa por conocer más.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó, sus ojos brillando con expectación.

Davian, aprovechando su atención, comenzó a detallar su estrategia. Ella, completamente absorta, prestaba atención a cada palabra que él pronunciaba, absorbiendo la información con máxima concentración.

Mientras tanto, Elysia disfrutaba de la calidez y el lujo de su mansión. Sentada en un sofá tapizado en suaves tonos dorados, sostenía una copa de champán, saboreando lentamente el líquido efervescente, sintiendo las burbujas danzar en su paladar.

Con curiosidad, Elysia decidió espiar a Davian y Rhyse, quienes se encontraban absortos en sus planes. Para ello, buscó un espejo que adornaba una de las paredes de la lujosa estancia. Después de encontrarlo, lo tomó con delicadeza y lo colocó frente a ella. Cierra los ojos por un momento y, al abrirlos, realizó un gesto sutil con su dedo, imbuyendo al espejo con un hechizo que lo transformó en un espejo mágico, capaz de mostrarle lo que sucedía en otros lugares.

—Bien, veamos qué hacen esos dos —murmuró, dejando escapar una enigmática sonrisa que mostraba tanto su interés como su astucia ante la situación.