Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 16 Confidencias
La noche ya había caído sobre Nueva York cuando Alice y Aristoteles subieron al Audi. La ciudad estaba bañada por luces que contrastaban con la oscuridad del cielo, creando una atmósfera envolvente. Aristoteles tomó su lugar al volante, y Alice se acomodó en el asiento trasero, cerrando la puerta con un leve suspiro que resonó en el silencio del coche. La jornada había sido larga, y la tensión en sus hombros lo reflejaba.
Mientras avanzaban por la avenida principal, Alice respiró hondo y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Aristoteles, ¿podrías abrir un poco la ventana? Necesito algo de aire fresco.
—Claro, señora Crawford —respondió él, y con un rápido movimiento, bajó ligeramente la ventanilla.
La brisa nocturna entró en el coche, suave y refrescante. Alice cerró los ojos un momento, disfrutando del aire que llevaba el ligero aroma del cambio de estación. El otoño estaba empezando a hacerse presente, y el frescor del ambiente era un recordatorio de la transición.
—Sabes —comenzó Alice, con un tono reflexivo—, en unos días veremos lo de Elara en el hospital.
Aristoteles dirigió una breve mirada de gratitud a través del retrovisor, sus ojos reflejando una mezcla de alivio y aprecio.
—Gracias, señora Crawford. Realmente no sé cómo podría pagarle esto. Haré todo lo necesario para compensarlo.
Alice sonrió, una sonrisa que mezclaba comprensión y cercanía, una faceta poco común en ella.
—No te preocupes por eso. A veces, uno ayuda porque siente que es lo correcto. —Hizo una pausa antes de continuar—. Pero dime, ¿cómo es tu relación con Elara?
Aristoteles pensó un momento antes de responder, sus manos aferradas al volante mientras recordaba a su hija con una expresión de ternura.
—Elara es mi vida, señora Crawford. Es una chica fuerte, inteligente, aunque a veces tiene esa rebeldía típica de su edad. Después de que su madre falleció, nos volvimos aún más cercanos, pero trato de darle su espacio. —Hizo una pausa, como si sopesara las palabras—. Creo que, en cierta forma, me veo reflejado en ella. La he criado solo desde hace varios años, y… bueno, no quiero imponerme demasiado, pero intento que siempre sepa que estoy ahí para ella.
Alice asintió, comprendiendo cada palabra. La dedicación de Aristoteles hacia su hija era palpable, y, por un instante, se sintió conmovida al notar la profundidad de su amor paternal.
—Tiene catorce, ¿no? —preguntó Alice, su tono volviéndose más suave—. Es la misma edad de mis hijos.
Aristoteles asintió.
—Sí, catorce. Está en plena adolescencia… y créame, eso ya es un desafío en sí mismo.
Alice dejó escapar una risa breve, entre frustrada y divertida, como si en aquella respuesta hubiera encontrado un punto en común con él.
—A veces no sé cómo acercarme a Nathan. A Sophie, claro, la entiendo un poco mejor, pero con él… —Alice suspiró, y su voz reflejó una vulnerabilidad que pocas veces mostraba—. Es muy difícil tratar de conectar con los varones. Parece que, mientras más me esfuerzo, más lejos se sienten.
Aristoteles la escuchó en silencio, con una empatía que iba creciendo en él. Podía ver la sinceridad en sus palabras y sintió el impulso de ayudarla.
—La adolescencia es una etapa complicada para ellos —dijo finalmente—. Pero tal vez lo que Nathan necesita es saber que puede confiar en alguien que no lo juzgue, alguien que entienda que no necesita ser perfecto. Quizá lo que le vendría bien es hablar con alguien que no esté tan… implicado emocionalmente.
Alice inclinó la cabeza, considerando sus palabras.
—¿Y crees que eso funcione? —preguntó, con una nota de duda en su voz—. ¿Qué se supone que debo hacer? No quiero perderlo.
Él sintió un impulso, casi irrefrenable, de ayudarla en ese momento.
—Puedo hablar con él, si lo desea. No como un intruso, sino como alguien que ha pasado por esto. Tal vez pueda ayudar a Nathan a encontrar un poco de claridad.
Alice lo miró, y aunque no podía ver sus ojos directamente, la tensión en su expresión se relajó. Su sonrisa era apenas perceptible, pero Aristoteles la sintió como un gesto de agradecimiento.
—¿Lo harías? —preguntó ella en voz baja.
Aristoteles asintió.
—Por supuesto, señora Crawford. Cualquier cosa para ayudarla.
Un silencio cómodo se instaló entre ellos, mientras ambos compartían aquel momento de empatía. Aristoteles sentía una conexión inexplicable con ella, algo que iba más allá de sus roles y sus títulos. Era un lazo que, aunque sutil, parecía fortalecerse con cada momento que compartían.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo