La Nueva Ingresada

—¡¿Qué demonios fue eso, Hiroshi?! —Sayuri me seguía mientras salíamos de la azotea, claramente molesta.

—¡No puedo decidir algo así tan rápido! —respondí, tratando de evitar a los estudiantes que llenaban los pasillos.

Ella se adelantó y se colocó frente a mí, obligándome a detenerme.

—¡Esto no es un juego! ¿Crees que puedes retrasar lo inevitable? Si Yoshida pidió ese deseo, alguien tiene que pagar por ello.

—Lo sé, pero... —hice una pausa, buscando las palabras correctas—. No estoy listo para condenarlo, ¿vale? Tal vez haya algo más, algo que no sabemos.

Sayuri bufó, cruzando los brazos.

—Siempre buscas excusas. No todos los que piden deseos son inocentes, Hiroshi. Al final dos pagaran por algo. Deberías saberlo mejor que nadie.

El comentario me golpeó como un balde de agua fría. Estaba a punto de responder, pero la campana que anunciaba el final de las clases sonó, cortando nuestra discusión.

—Ya no me sigas, Sayuri. Necesito tiempo para pensar.

No esperé su respuesta. Agarré mi mochila y salí del aula rápidamente, sintiendo su mirada pesada en mi espalda.

Cuando llegué a casa, la tranquilidad habitual me recibió.

—¿Mamá? ¿Papá? —pregunté en voz alta, pero no hubo respuesta.

Un papel sobre la mesa decía que habían salido a hacer unas compras y volverían tarde. Suspiré, aliviado por tener un rato a solas. Me preparé algo rápido para comer y subí las escaleras hacia mi habitación, deseando un momento de paz.

Pero cuando abrí la puerta, lo último que esperaba era encontrarme con Claude acostado en mi cama, mirando el techo con una expresión relajada.

—¡¿Otra vez tú?! —grité, dando un salto hacia atrás.

Claude se giró lentamente, con una sonrisa perezosa.

—Vaya, qué cálida bienvenida. También me alegra verte, Hiroshi.

—¡¿Qué haces aquí?! —le grité, cerrando la puerta rápidamente.

—Nada en particular. Pensé en pasar a visitarte. Este lugar es tan... ¿cómo lo dices? Hogareño.

—¡Eso no explica nada! —me acerqué, furioso—. ¿Por qué sigues viniendo a mi casa?

Claude se incorporó, apoyándose en sus codos, y me miró con esa expresión que mezclaba diversión y burla.

—¿Por qué no? Es un buen lugar para descansar. Además... —hizo una pausa, su tono cambiando ligeramente—. Me gusta verte.

—¿Qué...? ¿Todavía sigues con eso? Oye no me gustan los chicos.

Claude se rió suavemente, como si disfrutara de mi incomodidad.

—Eres interesante, Hiroshi. ¿Sabes cuántos humanos he conocido en mi existencia? La mayoría son... aburridos. Pero tú... tú me haces querer quedarme.

—¡Eso no tiene sentido! —dije, tratando de ignorar el calor que subía a mi rostro—. ¡No puedes seguir apareciendo en mi casa como si fuera un hotel!

Claude se levantó lentamente, acercándose a mí hasta que estuvimos cara a cara.

—¿De verdad quieres que me vaya? —preguntó en un tono bajo, su voz acariciando mis nervios como una melodía peligrosa.

Tragué saliva, sin saber cómo responder. Antes de que pudiera decir algo, golpearon la puerta de mi habitación.

—¡Hiroshi! —la voz de mi madre se escuchó del otro lado—. ¿Todo bien?

—¡Sí, mamá! —respondí rápidamente, mirando a Claude con una expresión de advertencia.

Mi madre pareció dudar un momento antes de alejarse.

—Debes irte —le susurré, señalando la ventana.

Claude suspiró dramáticamente.

—Eres tan aburrido a veces, Hiroshi. Pero está bien, me voy.

En un parpadeo, se desvaneció, dejando solo un leve rastro de humo negro. Me quedé mirando el espacio donde había estado, tratando de calmar mi respiración.

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*

El viernes llegó rápido, como si los demás días nunca hubieran existido. Me levanté con un cansancio que no tenía explicación y traté de empezar mi día como si todo fuera normal. Bajé a la cocina, desayuné en silencio mientras mis padres hablaban de cosas triviales, y luego me despedí para ir a la escuela.

Durante todo el día, Sayuri no apareció por ningún lado. Las clases pasaron como siempre, aunque algo dentro de mí no me dejaba concentrarme. Cada vez que alguien me hablaba, me sobresaltaba, como si esperara verla aparecer de la nada.

Cuando la campana marcó el final de las clases, me despedí de algunos compañeros y me dirigí hacia la salida. Y ahí estaba ella. Sayuri, esperando en la puerta como si fuera una amiga que venía a recogerme, pero con su expresión seria y su presencia intimidante.

—Hoy no estudiarás —dijo apenas me acerqué.

Fruncí el ceño, intentando ignorarla y seguir mi camino.

—Claro que estudiaré. Me dejaron muchas tareas, Sayuri. No soy como tu, que faltas una semana entera a la escuela.

Ella bloqueó mi paso en un movimiento tan rápido que ni siquiera vi cómo lo hizo.

—No. Iremos a ver al hermano de Yoshida. Ya no puedo esperar a matarlo.

Mis ojos se abrieron de par en par, y retrocedí un paso.

—¿Qué? ¿Por qué tanta prisa?

—Porque ya no tiene sentido esperar.

Suspiré, tratando de calmarme.

—Tengo tareas que hacer.

Sayuri soltó una risa sarcástica, que me hizo sentir más pequeño de lo que ya me sentía.

—¿Aún no entiendes? —dijo mientras me miraba con sus ojos fríos—. Tú ya no tienes que preocuparte por esas cosas. Vas a morir, Hiroshi.

Sentí un nudo en el estómago. Cada vez que me lo recordaba, era como si me arrancara el aire de los pulmones.

—Eso no lo decides tú.

—No, claro que no. Lo decide mi jefe. Pero mientras tanto, tu tiempo es mío, y tenemos un trabajo que hacer. —Sayuri me tomó del brazo y comenzó a caminar, arrastrándome.

Intenté resistirme.

—¡Esto no tiene sentido! ¡No puedes simplemente arrastrarme!

Ella se detuvo de golpe y me miró con una intensidad que me heló la sangre.

—¿Quieres que lo haga sola? Porque si eso es lo que prefieres, puedo hacerlo. Pero recuerda, si no cumples con las tareas que realmente debes hacer, tu linda familia muere contigo.

Suspiré, rindiéndome una vez más.

—Está bien… pero al menos explícame por qué es tan urgente.

Sayuri no respondió de inmediato. Comenzó a caminar nuevamente, y yo la seguí como un cachorro perdido.

—Porque si no lo hacemos hoy, tendremos una linda y hermosa Reunión con el jefe. Y cuando eso pase, las cosas se complicarán mucho más de lo que ya están.

No entendía completamente a qué se refería, pero su tono no dejaba lugar a preguntas.

El trayecto fue tenso, casi claustrofóbico, aunque estábamos al aire libre. Finalmente, llegamos a un edificio viejo en una zona que claramente había visto mejores días. Sayuri se detuvo frente a una puerta marcada con el número "23".

—Aquí es.

La miré, sintiéndome cada vez más nervioso.

—¿Y qué vamos a hacer?

Ella me miró como si fuera un idiota.

—¿No es obvio? Entramos, leo su mente y decidimos si merece morir.

El simple hecho de escuchar la palabra morir me hizo estremecerme.

—¿Y si no lo merece?

—Eso depende de ti.

Sayuri tocó la puerta antes de que pudiera decir algo más. Al principio, no hubo respuesta, pero después de unos segundos, un hombre abrió. Era mayor que yo, con una expresión de desconfianza y una botella de cerveza en la mano.

—¿Qué quieren? —preguntó con brusquedad.

—Solo unas preguntas —respondió Sayuri, con su tono frío habitual.

Mientras el hombre nos miraba con desconfianza, Sayuri cerró los ojos y comenzó a concentrarse. Sabía lo que estaba haciendo: estaba leyendo su mente.

Cuando abrió los ojos, me miró con una expresión dura.

—Es culpable.

Mi corazón comenzó a latir más rápido.

—¿Culpable de qué?

—De todo lo que su hermano lo acusa, y más. Robos, estafas, incluso un intento de homicidio.

El hombre parecía inquieto, como si supiera que algo extraño estaba pasando.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó, dando un paso atrás.

Sayuri me miró directamente.

—Es tu decisión.

El nudo en mi estómago se hizo más grande.

—¿No podemos... entregarlo a la policía?

Sayuri negó con la cabeza.

—Esa no es la tarea. Decide, Hiroshi.

El hombre retrocedió otro paso, con más nerviosismo en su rostro.

—Voy a llamar a la policía si no se van.

Sayuri cruzó los brazos, impaciente.

—Hiroshi. Ahora.

Cerré los ojos, sintiéndome atrapado.

—Está bien… hazlo.

Sayuri sonrió ligeramente. En un abrir y cerrar de ojos, las sombras comenzaron a rodearla. Sus espadas aparecieron de la nada, y antes de que pudiera reaccionar, el hombre dejó escapar un grito que se cortó abruptamente.

Cuando abrí los ojos, el cuerpo del hombre yacía en el suelo. Sayuri me miró, su rostro tan neutral como siempre.

—Otro menos.

Me quedé paralizado, incapaz de moverme.

—Esto no está bien…

—Nunca dije que lo estuviera. —Sayuri comenzó a caminar hacia la salida, dejando el cuerpo atrás como si no significara nada—. Pero es lo que hay.

Y como siempre, no tuve más remedio que seguirla.