Todo Por Amor A Tí

Alexis había llegado a Roma. Se registró en el hotel más cercano a la empresa de Max y se vistió de forma casual; quería lucir bien para ella. Salió y, justo cuando llegó, la vio bajar de la parte trasera de un auto.

—[Se veía hermosa, sensual. Vi cómo cada bastardo que trabajaba en esa empresa babeaba por ella. Luego, del asiento del copiloto, bajó un tipo al que no le presté mucha atención, hasta que Mía lo tomó del brazo y le susurró al oído. Parecían tan íntimos...]—¿Qué significa esto, Mía? ¿Qué te pasa? ¿Se te olvida que todavía estamos comprometidos?

Antes de que Mía pudiera contestar, Max llegó junto a ella. La apartó de Alexis y le dio un puñetazo.

—¡Maldito bastardo! Aléjate de Mía. Ella ya tiene quien la defienda.

—Mira, hijo de perra, no te metas en esto. Este es un problema que tengo que arreglar con *mi* mujer.

—¿Cuál mujer? Aquí no hay ninguna mujer tuya. Será mejor que te vayas, Alexis. No olvides lo que le pasó al último tipo que se atrevió a cabrearme.

—No te tengo miedo, y no me iré si no es con Mía.

Toda la empresa estaba presenciando el escándalo. Mía estaba en shock; no esperaba volver a verlo. Cuando recobró el sentido, se acercó a Alexis y le dio una cachetada que le giró la cara.

—¿Qué dijiste? ¿Que se me olvidó que estamos comprometidos? ¡Ja! No, maldito infeliz de mierda. Al que se le olvidó eso fue a ti. ¡Vete! Déjame vivir en paz. Anda, eres libre de acostarte con cuanta mujer quieras.

—Mía, por favor. Solo fue un desliz. No puedes tirar tantos años de relación por algo tan insignificante...

—¿¡Insignificante!? ¿Insignificante te parece haberte acostado con *mi hermana*? ¡Maldito! ¡Bastardo! ¡Infeliz!

Mía, desquiciada y con los nervios a flor de piel, lo golpeaba en el pecho mientras lo insultaba. Pero, de pronto, perdió fuerzas en las piernas, vio todo negro y se desmayó. Alexis quiso sostenerla, pero Max fue más rápido: la cargó en brazos y la subió al auto. Alexis intentó seguirlos, pero los de seguridad de la empresa se lo impidieron.

Max le hizo señas a David, y este comenzó a poner orden. Mientras tanto, en el auto, Max iba alterado. Esperaba que nada malo le pasara a su pequeña hermana ni a los bebés. Ese bastardo no volvería a hacerla sufrir.

Por otro lado, Alexis no esperaba que las cosas salieran así. No pensó, mejor dicho, no *esperó* encontrar a Mía del brazo de otro hombre. Perdió los estribos solo de pensar que, en este tiempo, otro podría haberla tocado. Volvió al hotel, dispuesto a esperar una oportunidad para hablar con ella con calma.

En la empresa no se hablaba de otra cosa que del escándalo en el estacionamiento. Todos coincidían en que ambos eran hermosos, y que era obvio que un hombre como él tuviera a una mujer como ella a su lado. Alguien más había visto y escuchado todo, y en ese momento iba siguiendo el auto donde iba Mía: Donato. Necesitó de todo su autocontrol para no interferir y romperle los huesos a Alexis.

Al llegar al hospital, Max bajó del auto, y detrás de él llegó Donato. Max lo miró, se acercó a su auto, bajó a Mía en brazos y la llevó a urgencias. No se dijeron nada, pero Donato se mostró preocupado. En eso salió el doctor que la había atendido y habló:

—¿Ustedes son los familiares de la señorita que ingresó inconsciente?

—Sí, doctor. ¿Cómo está mi hermana? Está embarazada de gemelos. ¿Cómo están los bebés?

—Calma. Ella está bien, solo fue un desmayo. Tenía un poco elevada la glucosa, pero nada grave. Es normal que las mujeres embarazadas colapsen en momentos de mucho estrés. Traten de evitar este tipo de situaciones; si se repiten con frecuencia, podrían afectar la salud de los bebés. Ella aún está en los meses de riesgo. Ahora le estamos pasando suero, y una vez termine, podrá irse.

—Muchas gracias, doctor.

—Gracias —añadió Donato.

El doctor se retiró, y los dos hombres quedaron solos. Entonces Max habló:

—¿Estabas en la empresa?

—Llegué cuando él la tomó del brazo.

—Vamos por un café, y si querés, te cuento qué fue eso que viste.

—Vamos.

Al volver de la cafetería, Max le contó todo a Donato, quien escuchó en silencio.

—Si necesitas mi ayuda para mantener a ese tipo alejado, solo dímelo.

—Donato, eso se lo tienes que ofrecer tú directamente a ella. Sé perfectamente tus intenciones con Mía, y créeme, no me molesta. Pero como podrás ver, ese bastardo la rompió por dentro. Ya no confía. Vas a tener que batallar mucho.

—No llegué a donde estoy por darme por vencido.

Después de eso, ambos permanecieron en silencio, hasta que una enfermera salió a avisar que Mía ya había despertado.

—Max... dime que él no está aquí.

—No te preocupes, pequeña. No voy a dejar que se acerque a ti.

—No sabes lo insistente que puede llegar a ser. Y si se entera... Max, tengo que irme. No quiero que sepa de mis hijos.

—Cálmate, Mía. Todo va a estar bien.

Donato observaba cómo Mía entraba en pánico y sentía unas ganas terribles de matar a ese bastardo, pero no podía. Tenía que controlarse... aunque iba a cuidarla desde las sombras. Pondría seguridad para ella.