“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
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Capitulo 13:“El número prohibido”
Isabella salió de la cafetería con el ceño fruncido, los brazos cruzados y la sensación de que el universo se reía de ella.
Ser asistente de Damián Montenegro.
¡Asistente!
¡Del mismísimo demonio de ojos azules y sonrisa presumida!
—“Asistente”, dice… —murmuraba para sí mientras caminaba por el pasillo—. Deberían llamarlo “castigo inhumano nivel jefe final”.
Intentaba no pensar en ello, pero el destino tenía un pésimo sentido del humor. Porque justo al girar en el pasillo, ahí estaba él.
Apoyado con despreocupación en una columna, con las manos en los bolsillos y una sonrisa tan tranquila que daba rabia.
—Vaya, si no es mi nueva esclava.
Isabella se detuvo de golpe, su expresión fue un poema entre incredulidad y ganas de pegarle con una libreta.
—¿Perdón? —preguntó, arqueando una ceja.
—Tu castigo. Mi asistente. En otras palabras… mi esclava. —Su tono era arrogante, casi divertido.
—Oh, sí, claro —respondió ella con sarcasmo—. ¿Y debo ponerme cadenas o basta con servirte café con reverencia, su alteza Montenegro?
Él soltó una media sonrisa, disfrutando cada segundo de su desesperación.
—Solo asegúrate de no tropezarte antes de servirme algo. No quiero terminar empapado otra vez.
—¡Fue un accidente! —protestó ella, cruzándose de brazos—. Además, fue culpa tuya por estar tan… tan en medio del camino.
—Ajá —dijo él, sin tomarse la molestia de discutir—. Bueno, esclava, necesitarás contactarme. Tengo algunas indicaciones que darte.
—Asistente —corrigió Isabella, apretando los dientes.
—Sí, eso… —respondió con indiferencia—. Como sea.
Ella lo miró, esperando.
—Entonces… ¿me das tu número?
Él la miró con diversión contenida.
—Eres mi esclava. Es tu deber encontrar una manera de contactarme.
—Asistente, no esclava —repitió Isabella, esta vez con un leve gruñido—. Y… ¿cómo demonios voy a conseguir tu número si ni siquiera sé de qué planeta vienes?
—No es mi problema —dijo él encogiéndose de hombros mientras se alejaba con esa calma irritante—. Esfuérzate un poco, serás mi asistente, ¿no? Y recuerda… solo puedes escribirme por la tarde. Es el único horario que tengo disponible para ti.
Isabella lo miró alejarse con el ceño fruncido.
—¡Perfecto! ¡Qué considerado! ¡Debería escribirte una carta con pluma y sello real, tu majestad Montenegro!
Varias personas en el pasillo la miraron, y ella bajó la voz, apenada.
—Genial… ya estoy hablando sola. Primer síntoma de locura escolar.
Más tarde, en la cafetería, Isabella se dejó caer en la mesa donde estaba Lucas, suspirando tan fuerte que las servilletas volaron.
—¿Tan mal te fue con Damián? —preguntó él, mordiéndose una manzana.
—Peor. Ahora soy su “esclava oficial”, según él.
Lucas dejó la manzana, con cara de pocos amigos.
—¿Damián te llamó así?
—Sí. ¡Y encima no me dio su número! Dice que debo “buscarlo”, como si fuera una misión secreta del FBI.
Lucas apretó la mandíbula.
—Ese tipo no tiene límites. Aun no puedo creer que el comité haya aceptado eso , y que yo no pueda hacer nada.
—Créelo —respondió ella, tomando su jugo—. Y lo peor es que tengo que escribirle por la tarde, como si fuera una cita con un villano de telenovela.
Lucas no pudo evitar sonreír un poco ante su dramatismo.
—Bueno… al menos todavía tienes sentido del humor.
—Lo único que me queda —dijo ella, suspirando—. Si no me río, lloro. Y si lloro, me suspenden de nuevo.
Por el otro lado de la cafetería, Sofía los observaba desde su mesa. Sonreía con esa dulzura fingida que solo ella sabía, así que su asistente ,sacaré provecho de esto ,mientras Isabella se ocupa del señor Montenegro, yo me ocuparé de Lucas”, pensó, girando su cabello con fingida inocencia.
Horas después, en el pasillo del edificio de artes, Isabella caminaba con Lucas, decidida a conseguir el número de Damián.
—Tal vez Tomás lo tenga —sugirió Lucas—. Es su mejor amigo, ¿no?
—Sí, pero Tomás me da miedo. Tiene esa sonrisa de “sé algo que tú no”.
—Isa, todos te dan miedo cuando no duermes.
—No es cierto. Solo los que podrían vender mi alma a cambio de un Ferrari. —Isabella respiró hondo—. Bueno, vamos a buscarlo antes de que Montenegro me diga que fallé mi primera “misión.
Isabella y Lucas llegaron a las canchas, donde Tomás estaba jugando baloncesto.
El chico los vio acercarse y sonrió con picardía.
—Vaya, si es la famosa Isabella —dijo, lanzando el balón a un compañero—. La chica que llevó al mismísimo Montenegro a una piscina.
—Fue un accidente —repitió Isabella por enésima vez—. además yo no pedí q se lanzará , Y no vine a hablar de eso.
—Lo suponía. Déjame adivinar… —Tomás se cruzó de brazos—. Quieres el número de Damián.
Isabella asintió, medio apenada.
—Sí… y antes de que digas algo, no es porque quiera hablar con él. ¡Es parte del castigo!
Tomás sonrió, inclinándose un poco hacia ella.
—Ten cuidado con lo que pides, Isabella. A veces, cuando tienes la atención de Damián… no hay marcha atrás.
—¿Eso es una amenaza o una profecía? —preguntó ella, medio bromeando.
—Un consejo. Montenegro no juega limpio, y tú acabas de entrar a su tablero —respondió él con un brillo serio en los ojos—. Si te dice que hagas algo, piénsalo dos veces.
Isabella sintió un escalofrío, pero trató de disimularlo con humor.
—Bueno, gracias por el aviso, Nostradamus. Ahora, ¿me das el número o tengo que invocar a los espíritus?
Tomás rió, sacó su teléfono y anotó algo en un papel.
—Aquí tienes. Pero no digas que no te lo advertí.
Ella tomó el papel y lo guardó con cuidado.
—Gracias. Prometo usarlo solo para fines pacíficos y no para exorcismos.
Lucas, que había estado en silencio, la miró con una mezcla de preocupación y cariño.
—Isa… no sé si esto es buena idea.
—Tranquilo —respondió ella, intentando sonreír—. ¿Qué podría pasar?
Tomás los observó alejarse y murmuró para sí:
—Esa chica no tiene idea de en qué se acaba de meter.
Por la tarde, en su habitación, Isabella miraba el número en su teléfono puff Isabella tu puedes
respira
Respiró hondo antes de escribirle a Damián.
_En el chat
Isabella: Buenas tardes, señor Montenegro. Me pidió que lo contactara.
La respuesta no tardó.
Damián: Ya era hora. Pensé que habías desertado.
Ella frunció el ceño.
Isabella: He tenido un día ocupado, los esclavos… digo, asistentes también tienen vida.
Unos segundos después, el teléfono vibró.
Damián: Regla número uno: no bromees conmigo.
Regla número dos: no te quejes.
Regla número tres: todas las mañana a primera hora. me esperaras en la entrada.
Y regla número cuatro: no me hagas perder el tiempo.
Isabella se quedó mirando la pantalla, entre furiosa y confundida.
—Este tipo se cree un dictador con perfume —bufó.
Mientras tanto, Damián, en su habitación, sonreía satisfecho mirando el teléfono.
—Bienvenida al juego, Isabella… —murmuró.