Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
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El Andar del Conocimiento
Los ecos de la batalla aún resonaban en sus corazones. Vorn y Samael, exhaustos pero con el alma aferrada a la esperanza, comenzaron a caminar por los senderos ocultos del bosque encantado de Merhilan, un lugar olvidado por los mapas, cubierto de niebla y leyendas. Sus pasos eran pesados, no solo por el cansancio físico, sino por el peso de lo que habían presenciado: al mismísimo Vor’Khalem, señor de las sombras y devorador de soles.
Habían caminado durante un día entero, con apenas palabras entre ellos. El bosque los envolvía con su quietud antinatural, y el cielo gris parecía haberse congelado. Las ramas crujían como huesos viejos bajo sus botas, y el aire estaba impregnado de un silencio que no era natural.
—Armemos campamento aquí —dijo Vorn señalando una hondonada cerca de un río oculto entre los sauces. Sus ojos escudriñaban el entorno, tensos, como si esperaran una emboscada en cada sombra.
—Está bien —respondió Samael, aún con el martillo colgado de su espalda—. Yo montaré el refugio. Ve tú a buscar algo de comida, y trata de no meterte en problemas.
Vorn esbozó una media sonrisa y se perdió entre los árboles, saltando con la agilidad felina que lo caracterizaba.
Samael, por su parte, encontró una pequeña cueva con una entrada oculta por enredaderas y musgo. Desde allí podía escuchar el río cercano. Encendió una pequeña fogata con piedras rúnicas que aún conservaban calor sagrado, purificó el agua usando oraciones antiguas y comenzó a preparar el espacio.
Mientras tanto, Vorn pescaba con una lanza improvisada, sus sentidos agudos detectaban algo extraño. No era una amenaza inmediata… pero era inquietante. Como si millones de ojos invisibles lo observaran desde la espesura.
—Otra vez esa maldita sensación… —murmuró mientras clavaba la lanza en el agua y sacaba dos peces plateados—. No hay descanso para los malditos.
Volvió poco después al campamento, con el rostro empapado y una mirada más sombría de lo usual. Llevaba un palo con varios peces ensartados.
—Vorn —dijo dejando caer los peces junto al fuego—. Sentí algo raro allá afuera. Como si el bosque respirara… como si nos vigilara.
Samael levantó la vista y esbozó una sonrisa cansada.
—Estás paranoico. Después de lo que vimos… hasta las hojas parecen demonios —rió, tratando de aligerar el ambiente—. Literalmente un dios oscuro quiso matarnos. Merecemos al menos una buena cena.
—Tal vez… —respondió Vorn mientras se quitaba la ropa para bañarse en el río cercano—. Pero igual estaré atento.
El agua estaba helada. A pesar del frío, Vorn sintió un fugaz momento de paz. Pero entonces… el crujido de una rama lo puso en alerta. Se giró rápidamente.
—¿Quién anda ahí? ¡Muéstrate! —gritó con voz firme, desnudo pero desafiante.
Nadie respondió. Solo el susurro del viento entre los árboles.
Volvió a la cueva con la tensión aún en el cuerpo. Sin embargo, al entrar, fue recibido por un olor cálido y familiar. Pan recién horneado. Sopa de pescado como la que su abuelo solía preparar.
—¿Tú hiciste esto? —preguntó Vorn, con un nudo en la garganta.
Samael asintió con una sonrisa tranquila.
—Después de todo lo pasado… merecemos más que cenizas.
Se sentaron junto al fuego. Samael comenzó a rezar en silencio. Vorn, por respeto, esperó en silencio hasta que el joven paladín terminó.
—¿Siempre fuiste devoto de la Luz? —preguntó Vorn con curiosidad—. ¿Siempre quisiste ser esto?
Samael respiró hondo…
—Desde niño… soñaba con ser uno de ellos. Creía que eran perfectos, justos, incorruptibles. Pero la realidad me golpeó pronto. Mi fe… fue forjada más en el dolor que en la gloria.
—Yo no siempre serví al gremio —dijo Vorn con voz baja, como si confesara un pecado—. La pobreza… la ausencia… el abandono me empujaron. Vi morir a mi abuelo, y decidí no volver a depender de nadie.
Samael lo miró con respeto…
—Esta noche… comamos. Dejemos atrás las sombras… aunque sea por unas horas.
El fuego crepitaba. El aroma del pescado mezclado con hierbas silvestres llenaba el ambiente.
—No eres como los otros paladines —dijo Vorn con un tono más suave—. Eres distinto. Más… humano.
—¿Y cómo podría juzgar a los demás, si yo mismo cargo con mis fallas? —respondió Samael—. La Ciudadela tiene cosas buenas… pero también muchas sombras. Yo no olvido el olor del trigo… como tú no olvidas la sopa de tu abuelo.
Vorn sonrió, con un brillo melancólico en los ojos.
—En el gremio… no todos son como Judas. Hay muchos que arriesgan su vida por proteger al pueblo. Muchos que no matan por placer, sino por justicia torcida.
—Si hay más como tú —dijo Samael, mirándolo con sinceridad—, entonces tal vez… aún hay esperanza. Y espero que tu maestro sea, al menos, la mitad del hombre que tú eres.
Un silencio cálido se instaló entre ellos.
Esa noche, entre árboles que murmuraban secretos antiguos y estrellas que los miraban desde la eternidad, el paladín de la Luz y el asesino de las sombras compartieron un momento de humanidad. Porque en un mundo devorado por el abismo… la verdadera luz a veces se encuentra en los rincones más inesperados.
sigan así /CoolGuy/
me encanta!!!