Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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Sombras del pasado
El cumpleaños de los gemelos había llenado el departamento de Sofia e Ian con risas y alegría. Los pequeños corrían emocionados con sus nuevos regalos mientras Mónica y Leonardo ayudaban a preparar la cena en la cocina, y Alejandro e Isabella charlaban animadamente sobre sus planes para visitar más ciudades en Europa. Sin embargo, a pesar del ambiente festivo, Sofia no podía evitar esa sensación de inquietud que se alojaba en su pecho.
A lo largo de los últimos meses, había hecho todo lo posible por no pensar en Erick. Se enfocaba en sus estudios, sus proyectos, e incluso en las tradiciones familiares que ahora incluían viajes regulares. Pero siempre había algo que la hacía recordarlo: un aroma, una canción, o una conversación en la que su nombre surgía de manera inesperada.
Ian, que conocía bien a Sofia, percibió su distracción mientras acomodaba los platos en la mesa. Con un tono casual, decidió preguntar:
—¿Y qué ha sido de Erick? Hace tiempo que nadie lo menciona.
El comentario cayó como una piedra en el agua. Sofi se tensó de inmediato, y aunque intentó disimularlo, su mirada se dirigió instintivamente hacia Mónica e Isabella, quienes intercambiaron una breve y nerviosa mirada. Fue un gesto fugaz, pero lo suficientemente evidente para que tanto Sofía como Ian lo notaran.
—¿Por qué esa reacción? —preguntó Ian, alzando una ceja y mirando directamente a Leonardo, quien parecía más dispuesto a dar una respuesta.
Leonardo dejó el cuchillo con el que estaba cortando pan y se encogió de hombros, como si quisiera restarle importancia al asunto.
—Erick ya no es el mismo —dijo finalmente, en un tono serio—. Cambió mucho desde que volvió a Suiza.
Sofia, que hasta ese momento había mantenido una fachada de indiferencia, no pudo evitar intervenir.
—¿A qué te refieres con "cambió mucho"?
Leonardo suspiró, consciente de que no había manera de evitar el tema ahora que había salido a la luz.
—Mira, desde que regresó a Suiza se ha... cómo decirlo... entregado a un estilo de vida que no es propio de él. Trabaja más que nunca, pero su vida personal es un desastre. Sale con una mujer diferente cada semana, y cuando estuve allá, me sorprendió. Ya no es el Erick que todos conocíamos.
Mónica, que había estado escuchando en silencio, asintió con tristeza.
—Creo que está tratando de llenar algún vacío. Pero no creo que esté feliz, no de verdad.
El corazón de Sofia dio un vuelco. Intentó mantener la compostura, pero Ian, siempre atento a sus emociones, notó la forma en que apretaba los labios y desviaba la mirada.
—¿Tú qué piensas, Sof? —preguntó Ian suavemente, sabiendo que sus palabras podrían empujarla a enfrentar lo que sentía.
—Yo... no sé qué pensar —respondió, con un nudo en la garganta—. Supongo que todos lidiamos con las cosas a nuestra manera.
Pero en el fondo sabía que la respuesta de Leonardo y Mónica la había afectado más de lo que estaba dispuesta a admitir. Esa noche, mientras todos dormían, la muchacha permaneció despierta en su habitación, mirando por la ventana y preguntándose si alguna vez podría realmente dejar atrás los recuerdos de Erick. ¿Había hecho bien al alejarse sin despedirse? ¿Había sido él tan indiferente como aparentaba, o su cambio reflejaba algo más profundo?
Mientras tanto, Ian, desde la habitación contigua, se preocupaba en silencio por su amiga. Sabía que Sofía aún no había cerrado ese capítulo de su vida, y temía que el pasado pudiera seguir persiguiéndola a pesar de sus esfuerzos por seguir adelante.
Para el cumpleaños de Ian, la familia optó por algo más aventurero. Decidieron pasar unos días juntos en la campiña italiana. Alejandro organizó recorridos por viñedos, Isabella se encargó de reservar las mejores cenas en restaurantes rústicos, y Mónica se aseguró de que los gemelos tuvieran actividades divertidas que no los aburrieran.
—Creo que nunca había comido tanto en mi vida —bromeó Ian al final del viaje, agradeciendo a su familia por el esfuerzo.
—Y nunca habías tenido un pastel tan grande —agregó Sofia con una risa, recordando el enorme postre que Mónica insistió en ordenar.
A partir de allí, festejar los cumpleaños en Europa se volvieron una tradición que ambas familias disfrutaban.
Una semana después del último viaje, que había sido para celebrar el cumpleaños de Diego...
El día comenzaba como cualquier otro para Erick, con la luz del sol filtrándose por la ventana de su departamento en Suiza. Las calles de la ciudad estaban llenas de movimiento, pero él se encontraba aislado en su mundo de rutinas, reuniones y negocios. Su vida personal era un caos, pero en el trabajo era intocable, un maestro en lo suyo. En ese momento, se encontraba en su oficina con Leonardo, hablando de un posible nuevo cliente que prometía ser una oportunidad importante para la empresa.
Leonardo estaba recostado en la silla, mirando la pantalla de su tablet mientras Erick repasaba los detalles de la negociación. De repente, una mención sobre el cabello de Sofia se deslizó en la conversación sin que ninguno de los dos se percatara.
—Ella está diferente, ¿sabes? —comentó Leonardo, con un leve suspiro mientras recordaba a su hija.
Erick levantó la vista, el nombre de Sofia le había despertado la atención como un eco que lo sacudía. El tiempo se detuvo por un momento y sintió que la conversación tomaba un rumbo inesperado. El recuerdo de su princesa, con su risa espontánea y los cabellos al viento, apareció en su mente con una claridad que le dolía.
—¿Diferente? —preguntó Erick, tratando de mantener la calma y de que su voz no traicionara su curiosidad.
Leonardo lo miró, sorprendido de que Erick mostrara tal interés. Sin embargo, no sospechaba que detrás de esa expresión había un torbellino de emociones que él mismo había estado evitando.
—Sí, ha cambiado mucho. Han pasado más de dos años desde que se fue a Europa —respondió Leonardo, con un dejo de melancolía en la voz. Para él, cada recuerdo de Sofía era un recordatorio de que la niña que había conocido se estaba convirtiendo en una mujer fuera de su alcance.
Erick frunció el ceño y, por un momento, el aire entre ellos se volvió pesado. Quería saber más, pero también temía lo que pudiera descubrir.
—¿Tiene el cabello diferente? —preguntó, tratando de sonar indiferente.
Leonardo lo miró por un instante, considerando cuánto debía decir. Lo que no sabía era que al mencionar a Sofía, había despertado un interés en Erick que él mismo no comprendía.
—Sí, lo tiene largo y más oscuro, con algunos reflejos. Pero sabes, ella no permite que la fotografíen —respondió, como si esa fuera una anécdota más de su hija que se había convertido en una joven con principios firmes.
Erick frunció el ceño, una mezcla de asombro y frustración se pintó en su rostro. No podía imaginarse a la muchacha, alejada de todo lo que conocía, con una vida que él ni siquiera había sospechado. La idea de que ella hubiera cambiado tanto le resultaba incómoda, casi dolorosa.
—No le gustan las fotos, ¿eh? —repitió, con una sonrisa que no lograba enmascarar la tristeza que sentía.
Leonardo asintió, sin entender la razón detrás de la expresión de Erick. Para él, su hija era una parte de su vida que aún brillaba en cada rincón de la casa, mientras que para Erick, Sofia se había convertido en un recuerdo olvidado, un susurro en la mente que se había ido perdiendo en el tiempo.
—No, no le gustan. Supongo que es una manera de mantener su privacidad. Ya sabes cómo es ella —explicó Leonardo, un poco más relajado.
Erick desvió la mirada hacia la ventana, dejando que el sol iluminara su rostro, como si eso pudiera iluminar también los pensamientos oscuros que le nublaban la mente. Había estado tan ocupado con su vida desordenada que nunca se permitió pensar en ella, en cómo había decidido irse y, especialmente, en cómo él la había dejado ir sin luchar.
El silencio se instaló entre ellos por unos segundos, solo roto por el sonido de la ciudad afuera. Erick rompió el silencio con un suspiro y, sin mirar a Leonardo, preguntó en voz baja:
—¿Y cómo está? ¿Ella... está bien?
Leonardo lo miró, viendo el atisbo de preocupación en los ojos de Erick, un gesto que solo había visto cuando se refería a alguien muy cercano. La respuesta era simple, pero aún así, Leonardo dudó.
—Sí, Erick. Ella está bien, feliz, adaptándose a su nueva vida. Ian la cuida, ya sabes que es como un hermano para ella.
—Eso es bueno —murmuró Erick, su voz casi inaudible.
La conversación siguió adelante, pero para Erick, el mundo se había detenido en el momento en que supo que Sofia había cambiado, que ya no era la misma, que estaba lejos y feliz, y que él no había sido parte de ese cambio. Y en la soledad de su departamento esa noche, Erick entendió que, quizás, había perdido algo que ni siquiera había podido tener.