¿Por Qué Estoy En Este Cuerpo?

La tensión en la habitación era palpable. Catalina estaba de pie frente a Álvaro, con los brazos cruzados y la mirada fija en él. Sus ojos brillaban, no por las lágrimas, sino por una mezcla de rabia y vulnerabilidad que la hacía ver más fuerte que nunca.

Álvaro, por su parte, permanecía en silencio, sus manos en los bolsillos mientras intentaba descifrar el torbellino de emociones que sentía. Sabía que había llegado el momento de enfrentar las consecuencias de sus decisiones, pero no esperaba lo que Catalina estaba a punto de confesar.

—No sé si eres un castigo o una oportunidad — comenzó Catalina, con la voz firme. —Pero ya no puedo seguir guardando esto. No puedo seguir huyendo.

El impacto de sus palabras hizo que Álvaro se enderezara. La determinación en su rostro se mezcló con una inquietud que lo puso al borde de su asiento metafórico. —¿De qué estás hablando? preguntó, con cautela.

Catalina suspiró, sus hombros hundiéndose bajo el peso de su confesión. —Mi relación con Iván nunca fue real. Todo lo que viste, todo lo que creíste, era una mentira.

Álvaro frunció el ceño, dando un paso hacia ella. —¿Mentira? ¿Qué estás tratando de decirme?

—Él era una excusa, Álvaro — continuó Catalina, su voz quebrándose ligeramente. —Una salida desesperada para escapar de algo que no entendía en ese momento. Mi vacío, mi miedo... y mi incapacidad de amarte de la forma en que lo merecías.

El peso del vacío

Álvaro sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Durante tanto tiempo había sostenido su odio hacia Catalina como un escudo, una forma de protegerse de la verdad más dolorosa: que tal vez nunca entendió realmente por qué ella lo había traicionado. Pero ahora, la claridad de sus palabras lo dejó sin defensas.

—¿Por qué harías algo así? — preguntó, casi en un susurro.

Catalina lo miró directamente a los ojos, con una honestidad que era tanto una acusación como una súplica. —Porque no sabía quién era. Porque en lugar de enfrentar mis propios demonios, decidí culparte a ti. Y, lo peor de todo, porque pensé que destruirte me haría sentir menos rota. Pero no lo hizo.

Álvaro apretó los puños, tratando de controlar las emociones que lo golpeaban como una ola. —Entonces, todo esto... mi caída, mi ruina, fue solo porque tú no querías enfrentarte a ti misma.

—Lo siento. — Catalina dio un paso hacia él, sus manos temblando. —Lo siento más de lo que las palabras pueden expresar. Pero esto no se trata solo de pedir perdón. Se trata de entender que yo también me destruí en el proceso.

La confrontación se intensifica

—¿Y qué esperas que haga ahora con esto? — espetó Álvaro, su tono lleno de amargura. —¿Que te perdone? ¿Que olvide todo el dolor que causaste?

Catalina negó con la cabeza, su mirada nunca apartándose de la suya. —No espero nada, Álvaro. Pero si realmente estás aquí para buscar justicia, para encontrar respuestas, entonces mereces saber la verdad completa. Incluso si eso significa que me odies más de lo que ya lo haces.

Las palabras de Catalina lo dejaron sin aliento. Por primera vez, Álvaro no sabía qué camino tomar. Había construido su nueva vida alrededor de la venganza, pero ahora esa motivación se tambaleaba, amenazada por una verdad que nunca había considerado.

—¿Qué quieres de mí, Catalina? — preguntó finalmente, su voz más suave, casi derrotada.

—Quiero... — Catalina tragó saliva, buscando el valor para continuar. —Quiero una oportunidad para reparar el daño. Y si no podemos reparar lo que éramos, al menos quiero que encuentres paz. Porque, Álvaro, yo nunca la tuve.

La trampa emocional

Pero detrás de su aparente sinceridad, algo en las palabras de Catalina hizo que Álvaro se pusiera en guardia. Había algo más, una capa de intención que ella no estaba revelando por completo.

—¿Por qué ahora? — preguntó él, fijando sus ojos en ella. —¿Por qué me dices todo esto justo cuando estoy tan cerca de acabar contigo?

Catalina lo miró, sus labios temblando antes de responder. —Porque no puedo seguir fingiendo. Porque, por primera vez en años, siento que puedo ser honesta contigo. Y porque, Álvaro... todavía te amo.

Esas palabras cayeron como un martillo sobre el corazón de Álvaro. Durante un segundo, creyó en ellas, quiso aferrarse a la posibilidad de que el amor todavía pudiera salvarlos. Pero luego recordó todo lo que había perdido, todo lo que había sufrido.

—No sé si puedo creerte — dijo finalmente, dando un paso atrás. —No después de todo esto.

Catalina lo observó en silencio, sabiendo que las decisiones de Álvaro no estaban completamente en sus manos. Pero mientras él se debatía internamente, algo fuera de la casa capturó su atención. Un movimiento, una sombra.

—¿Estás esperando a alguien? — preguntó Álvaro, sus instintos de supervivencia activándose al instante.

—No. ¿Por qué? — Catalina frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo más, un sonido fuerte rompió el silencio: el crujido de una ventana al romperse.

Ambos se giraron hacia el ruido, sus cuerpos tensos. Antes de que pudieran reaccionar, la puerta principal se abrió de golpe y dos hombres armados entraron. Álvaro, siempre alerta, se posicionó frente a Catalina, su mente ya calculando las opciones de escape.

—¿Quiénes son ustedes? — exigió, su voz cargada de autoridad.

El hombre que lideraba el grupo sonrió de forma siniestra. —Nosotros solo somos el principio, Felipe... o debería decir, Álvaro. Creías que podías jugar con fuego sin quemarte, ¿verdad?

Catalina se aferró a la espalda de Álvaro, su respiración entrecortada. —¿Qué está pasando? ¿Quiénes son ellos?

—Viejos amigos — respondió Álvaro, su mandíbula apretada. —Y parece que alguien ha estado jugando en mi contra.

El líder del grupo levantó su arma, apuntando directamente a Álvaro. —Es hora de terminar este juego.

El arma apuntando, los latidos acelerados de ambos protagonistas, y la sensación de que el pasado y el presente estaban a punto de colisionar de manera explosiva.