Arabela, una joven tranquila, vive su adolescencia como una etapa de experiencias intensas e indescifrables.
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CAP 15. PACIENCIA
—Rebeca —la llamé y no respondía—. ¿Por qué te vas pregunté mientras caminaba apresurada recorriendo la banqueta—. Responde—pedí tomándola del brazo.
—Dijiste que tu mamá estaba muerta.
—¡Qué! jamás te dije eso.
—Claro que sí.
—Dije que mamá no estaba conmigo.
—Y ¿eso no suena a ...? —se cruzó de brazos.
—Mamá fue transferida a otro estado por su trabajo de médico forense. Eso fue hace dos años, en ese tiempo papá se encargó de mí.
—Creí que me entendías —su mirada se perdió.
—Lo hago, la tomé por los brazos. Bueno lo intento.
—Te veo en la escuela.
—¿Qué? no. ¿Por qué te pones así?
¿Porque lo hacía? Le había aclarado la situación, mi sinceridad no podía ser más pura, ella estaba siendo injusta, estaba dolida por un malentendido, uno que ni siquiera tenía que ver con nosotras.
—Te veo en la escuela —repitió, se giró para irse, no la detuve, porque no entendía qué había hecho mal, no tenía argumento alguno que me hiciera convencerla de quedarse.
Si ella decidía permanecer, tendría que ser por voluntad propia. Eso no ocurrió, me dejó ahí parada, otra vez me dejó sin nada, con una impotencia, contra la barrera invisible que no me dejaba acercarme, me sentía una vez más como la jugadora detrás de un balón sagaz.
Entré a casa. Mamá y papá se abrazaban llenándose de besos. Al escuchar el cerrojo se apartaron.
—Y ¿bien? —preguntó mamá sin dejar de rodear la cintura de papá con su brazo.
—¿Qué? —respondí siendo expulsada de mi desorientación.
—¿Me contarás quién es ella?
Miré a papá, mamá se soltó de él y me señaló mi cuarto, nos sentamos en el borde de la cama.
—Conozco esas miradas —mamá se inclinó un poco y parpadeó.
—¿Cuáles?
—Sabes bien a qué me refiero.
Mi estómago tenía nudos por donde quiera.
—Es mi...me quedé pensando.
—Anda dilo.
—Es mi compañera de escuela.
—¿En serio? —contestó despreocupada —me alegra que ya tengas amigas—me abrazó.
—No, no es mi amiga —me separé.
—¿Cómo?
—Bueno, no somos amigas, pero tampoco es solo mi compañera.
A mamá se le arrugó la cara.
—No te vayas a enojar, por favor.
—Hija, me estás asustando.
—Por favor, promete que no te enojarás.
—Solo dime —me tomó los hombros.
—No quiero que te enojes —seguía repitiendo con mi voz a punto de quebrarse y mi vista perdida en el suelo.
—Es tu novia —dijo pasible.
Volví mis ojos a ella.
—¿Papá te lo dijo?
Negó con la cabeza.
—Yo también tuve tu edad, hay cosas que no se olvidan y la forma en que veías a esa chica, ¡uff! — aventó el aire al techo.
—¿No te molesta?
—¿Por qué lo haría? Tienes mi genética—se acomodó en su lugar—. Te contaré algo. Cuando era unos años mayor que tú, también me atraían las chicas, pero también los chicos. Tuve una que otra relación a escondidas con ellas, en ese tiempo yo le temía a tu abuelo, nunca le conté y no quiero que pase eso contigo, quiero que disfrutes tu crecimiento y no sea una tortura. Luego de unos años conocí a tu papá y bueno venos aquí, él ganó mi corazón.
—Rebeca no es mi novia.
—¿Eh?
—Pero se besaron —papá apareció en la puerta.
—¡Oye! —reclamé sintiendo el calor subir por mi cuello.
—¿Cómo es eso? —preguntó mamá.
Alce los hombros.
—¿Ella te gusta de verdad?
Asentí.
—Y ¿tú a ella?
—No sé, nos besamos y luego desaparece.
—La niña tuvo una pérdida —comentó papá.
—Oh, ya veo —expreso mamá y volvió a mí—. Quizá Rebeca, así se llama ¿no? —papá y yo asentimos—, quizá está con la mente un poco distraída, perder a un ser querido no es fácil de asimilar.
—Ella quería mucho a su hermano pequeño—comenté.
—Mi amor, dale tiempo, seguro está sufriendo mucho. Doy por hecho que sus sentimientos por ti son sinceros. Cuando ella logre despejar un poco su mente podrá responder a los tuyos.
Alcé una de las comisuras de mi boca.
—Está bien que sientas que lo que está pasando no es lo que quisieras y se vale sentirse mal por eso, pero aplica la paciencia, si ella te importa, intenta entender. Si ya no quieres continuar sintiéndote así, tienes la posibilidad de alejarte.
Me sobresalté como si hubieran sonado unos platillos en mi nuca.
—Eso creí.
Sonreí con vergüenza.
—Bien, ¿vamos a comer? —preguntó abrazándome.