¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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El ritual final
La cabaña estaba en ruinas tras el sacrificio de Isabel. Sin embargo, el altar permanecía intacto, irradiando un brillo tenue como si se alimentara de la energía residual de lo ocurrido. Alejandro y Luna, agotados emocional y físicamente, permanecían en silencio mientras el eco del espíritu aún resonaba en sus mentes.
—"Cada elección tiene su precio" —repitió Alejandro, mirando el altar con desconfianza—. ¿Qué significa eso realmente?
Luna, aún temblando, se abrazó a sí misma.
—No lo sé, pero no quiero vivir con esta incertidumbre. Si realmente estamos libres, ¿por qué siento que algo sigue mal?
La decisión audaz
Un viento helado recorrió la cabaña, y Luna, como si estuviera siguiendo un impulso desconocido, se acercó al altar.
—Alejandro, no podemos dejar esto así. Si hay una manera de asegurarnos, tenemos que intentarlo.
—¿Intentar qué? —preguntó Alejandro, alarmado—. Isabel ya...
—Lo sé —interrumpió Luna, su voz firme—. Pero siento que hay algo que no entendemos. Este altar... está incompleto.
Alejandro se acercó, observando los símbolos tallados en la piedra. Había líneas y formas que parecían moverse cuando las miraba directamente, un patrón que nunca terminaba de encajar.
—¿Qué estás diciendo, Luna?
—Que quizás no necesitamos un sacrificio para romper la maldición. Tal vez haya otra forma, algo que Isabel no vio... algo que nosotros no hemos considerado.
El texto oculto
Luna examinó la superficie del altar con detenimiento hasta que encontró una inscripción oculta en la base. Las palabras estaban en un idioma antiguo, pero al tocarlas, algo dentro de ella pareció descifrarlas.
—"El amor que desafía al destino debe iluminar la oscuridad. Solo juntos podrán vencer la sombra".
—¿Qué significa eso? —preguntó Alejandro, frunciendo el ceño.
—Creo que se refiere a nosotros, Alejandro. Necesitamos hacer algo juntos, algo que desafíe a esta maldición.
El ritual
Con la inscripción como guía, Luna comenzó a reunir los elementos que creía necesarios: velas, cenizas del reloj de arena y las piedras dispersas por la cabaña. Alejandro, aunque escéptico, la ayudó en silencio, confiando en su instinto.
Cuando todo estuvo listo, ambos se arrodillaron frente al altar. Luna tomó la mano de Alejandro, entrelazando sus dedos.
—Si esto no funciona, al menos sabremos que lo intentamos.
—Luna... —Alejandro la miró con preocupación—. ¿Y si esto empeora las cosas?
—No puede ser peor que seguir siendo prisioneros de este ciclo —respondió ella con determinación.
Juntos, comenzaron a recitar las palabras inscritas en el altar. A medida que hablaban, la habitación se llenó de una energía vibrante, como si el aire mismo cobrara vida.
Algo sale mal
Al principio, el altar respondió como esperaban. Su brillo aumentó, iluminando toda la cabaña con una luz dorada. Pero, de repente, la luz se tornó roja, y un estruendo ensordecedor sacudió el suelo.
—¡Alejandro! —gritó Luna, aferrándose a él mientras una grieta se abría en el centro del altar.
Del interior de la grieta emergió una figura oscura, una sombra amorfa que parecía absorber toda la luz a su alrededor. Su voz era un rugido gutural que resonaba en sus mentes.
—¡Insensatos! ¡Han desafiado las reglas del destino!
La sombra se lanzó hacia ellos, separándolos con una fuerza invisible. Alejandro fue arrojado contra la pared, mientras Luna quedó atrapada frente al altar.
El enfrentamiento
—¡Déjala! —gritó Alejandro, luchando por ponerse de pie.
La sombra se giró hacia él, su voz llena de desprecio.
—¿Crees que puedes desafiarme? Soy el guardián del pacto. Ninguno de ustedes saldrá de aquí.
Luna, pese al miedo, alzó la voz.
—¡Nosotros no somos tus prisioneros! Hemos pagado suficiente por algo que ocurrió hace siglos. ¡Esto termina ahora!
La sombra se rió, una risa que heló la sangre de ambos.
—El amor es una ilusión, un capricho que siempre lleva a la destrucción. ¿Por qué deberían ser diferentes?
Alejandro, lleno de rabia, avanzó hacia el altar.
—Porque nuestro amor no es una ilusión. Hemos luchado por siglos, y seguiremos luchando.
El sacrificio inesperado
La sombra se abalanzó sobre Alejandro, envolviéndolo en una oscuridad que parecía consumirlo. Luna gritó, pero no pudo moverse. Entonces, algo dentro de ella se encendió, una chispa de determinación que la llevó a actuar.
Recordando las palabras de la inscripción, extendió sus manos hacia el altar y gritó:
—¡Ilumina la oscuridad!
Una luz intensa brotó de sus manos, golpeando a la sombra y forzándola a retroceder. Alejandro cayó al suelo, jadeando, mientras la sombra se retorcía de dolor.
—¡No pueden destruirme! —gritó la sombra—. Siempre estaré aquí, esperando.
Luna se volvió hacia Alejandro, sus ojos llenos de lágrimas.
—Tenemos que hacerlo juntos.
Él asintió, tomando sus manos una vez más. Juntos, dirigieron su energía hacia el altar, creando una explosión de luz que consumió a la sombra por completo.
El precio del ritual
Cuando la luz se desvaneció, la cabaña quedó en silencio. El altar estaba destruido, reducido a escombros. Alejandro y Luna se miraron, sintiendo un peso inmenso que se levantaba de sus hombros.
—¿Lo logramos? —preguntó Alejandro, con la voz apenas audible.
—Creo que sí —respondió Luna, aunque su rostro reflejaba duda.
Sin embargo, algo no estaba bien. Luna comenzó a desvanecerse ante los ojos de Alejandro, su figura volviéndose translúcida.
—¿Qué está pasando? —exclamó él, tratando de tocarla, pero sus manos pasaron a través de ella.
Luna lo miró con tristeza.
—El precio, Alejandro... Siempre hay un precio.
Y con esas palabras, desapareció por completo, dejando a Alejandro solo en la cabaña destruida, con el eco de su voz resonando en su mente.
El final abierto
Mientras Alejandro se tambaleaba hacia la salida, un susurro suave llenó el aire.
—Esto no es el final...
Afuera, la noche estaba tranquila, pero una luna roja brillaba en el cielo, como un recordatorio de que el destino aún no había dicho su última palabra.