En un mundo donde la lealtad y el deseo se entrelazan, una joven se encuentra atrapada entre la pasión y el peligro. Tras un encuentro inesperado con un enigmático mafioso, su vida da un giro inesperado hacia lo prohibido. Mientras la atracción entre ellos crece, también lo hace el riesgo de entrar en un juego mortal de poder y traición.
Sumérgete en una historia cargada de erotismo y tensión, donde cada decisión puede costar caro. ¿Podrá su amor desafiar las sombras del crimen, o caerá presa de un destino que la dejará marcada para siempre? Una novela que explora los límites del deseo y la redención, perfecta para quienes buscan emociones intensas y giros inesperados.
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Cap12: El Filo de la Decisión
Ana tomó una de las pistolas con manos temblorosas, su mente luchando por procesar lo que estaba a punto de hacer. Las palabras de Alessandro resonaban en su cabeza: *“Esto no ha terminado.”* Y ciertamente, no lo estaba. Pero ahora, ella debía tomar el control de su propio destino. No más huir, no más esconderse en la sombra de otros. Este era su juego, y tenía que jugarlo con todas sus cartas.
Sintiéndose extrañamente en paz con su decisión, revisó el arma como había visto hacer a otros. No era una experta, pero la adrenalina la empujaba hacia adelante. Ajustó la pistola en su mano y respiró profundamente. El sonido de los disparos continuaba resonando sobre su cabeza, pero ahora parecía distante, como un eco lejano en un sueño. Las voces, los gritos, la violencia, todo formaba parte de ese mundo que había comenzado a aceptar.
Un golpe fuerte en la puerta la hizo retroceder un paso. El ruido reverberó en la pequeña habitación, y su cuerpo se tensó. No sabía si era Alessandro, uno de sus hombres, o tal vez alguien más. El miedo volvió a apoderarse de ella por un instante, pero lo apartó de su mente. Había tomado una decisión, y ahora tenía que vivir con ella.
El golpe se repitió, esta vez más insistente. Ana levantó la pistola y la apuntó hacia la puerta. Sus manos temblaban, pero su mente estaba concentrada. Si alguien entraba, estaba dispuesta a defenderse.
La puerta se abrió de golpe, y la figura de un hombre grande y corpulento apareció en el umbral. No era Alessandro ni ninguno de sus hombres. Era uno de los de Marco, con un arma en la mano y una sonrisa perversa en los labios. Ana apretó el gatillo sin pensar.
El sonido del disparo la dejó momentáneamente aturdida, pero el cuerpo del hombre cayó hacia atrás, impactado en el pecho. Ana dio un paso atrás, sorprendida por lo que acababa de hacer. El arma seguía en sus manos, caliente, mientras la realidad de la situación se asentaba en su mente. Acababa de matar a alguien.
La respiración de Ana se volvió errática. Nunca había imaginado que terminaría así, envuelta en la violencia de una guerra que no era la suya. Pero aquí estaba, con una pistola en la mano y la sangre de un hombre en el suelo frente a ella. Sabía que no había vuelta atrás. Estaba atrapada en ese juego hasta el final.
La necesidad de escapar la golpeó de repente, impulsándola a salir de la pequeña habitación. Sabía que el tiempo era esencial. Si ese hombre había llegado hasta allí, otros podrían estar cerca. Debía encontrar a Alessandro antes de que fuera demasiado tarde.
Se movió con rapidez por el pasillo oscuro, subiendo las escaleras con el arma firme en sus manos. Los sonidos de la lucha se hicieron más claros a medida que se acercaba a la salida. Podía oír disparos, gritos, y el caos general que se desataba en el almacén. Cuando alcanzó el nivel principal, se encontró en medio de una escena que parecía sacada de una pesadilla.
El almacén estaba lleno de cuerpos, algunos de ellos hombres de Alessandro, otros de Marco. Los disparos resonaban por todo el lugar, y Ana vio a Alessandro en el centro de la batalla, disparando y esquivando con una destreza que le recordaba por qué todos lo temían. Su rostro estaba endurecido por la determinación, y su postura reflejaba la desesperación de alguien que sabía que el tiempo se agotaba.
Sin pensarlo, Ana corrió hacia él. Alessandro la vio acercarse y su mirada cambió, una mezcla de sorpresa y rabia.
"¡Ana, no deberías estar aquí!" gritó, pero era demasiado tarde. Ana ya estaba allí, a su lado, su pistola levantada y lista.
"No voy a quedarme escondida mientras luchas por mí", respondió ella, su voz firme. "Esto es tanto mi pelea como la tuya ahora."
Alessandro la miró por un segundo más, luego asintió, entendiendo que discutir no serviría de nada. "Entonces quédate cerca de mí. No podemos perder el tiempo."
Ambos se lanzaron al caos de la batalla. Ana no era una tiradora experta, pero la urgencia y la necesidad la guiaban. Disparaba cuando podía, cubriéndose detrás de las columnas y los escombros que llenaban el almacén. Alessandro seguía su ritmo, moviéndose con la precisión de un cazador. A medida que avanzaban, las fuerzas de Marco retrocedían, pero la victoria estaba lejos de estar asegurada.
De repente, Ana vio una figura que reconoció de inmediato. Marco, el hombre que había sido la fuente de todo su sufrimiento, estaba al otro lado del almacén, dirigiendo a sus hombres con una frialdad calculadora. Su mirada se cruzó con la de Ana por un breve segundo, y ella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que ese hombre no se detendría hasta verla destruida.
"Es él", susurró Ana, señalando a Marco.
Alessandro siguió su mirada y sus ojos se estrecharon. "Él es mío", dijo, su voz llena de furia contenida.
Antes de que Ana pudiera detenerlo, Alessandro comenzó a moverse hacia Marco con una determinación letal. Ana lo siguió, sabiendo que no podía dejarlo solo en ese momento. Pero justo cuando estaban a punto de acercarse a su objetivo, un grupo de hombres apareció desde un costado, bloqueando su camino. Los disparos comenzaron de nuevo, y Ana se vio separada de Alessandro en medio del caos.
Gritó su nombre, pero su voz fue ahogada por el sonido de las balas. Todo sucedía demasiado rápido. Las luces parpadeaban, los cuerpos caían, y Ana se encontraba de repente sola, atrapada entre el fuego cruzado. Buscó desesperadamente a Alessandro, pero no pudo verlo entre el humo y la confusión.
Unos brazos la agarraron por detrás, y Ana se giró bruscamente, dispuesta a defenderse. Pero la figura que la retenía no era un enemigo. Era uno de los hombres de Alessandro, que la empujó detrás de una columna para protegerla.
"Tenemos que sacarte de aquí", dijo el hombre, su voz firme pero alarmada. "Esto está perdido."
"¿Y Alessandro?" Ana preguntó con desesperación.
"No lo sé. Pero si te quedas aquí, también morirás."
Ana miró alrededor, viendo el caos que se desataba a su alrededor. La desesperación la consumía, pero también sabía que quedarse significaba su fin. El hombre la empujó con más fuerza, y ella, con el corazón roto, lo siguió hacia una salida lateral.
Salieron al frío de la noche, el sonido de la lucha desvaneciéndose detrás de ellos. Ana respiraba con dificultad, cada paso cargado de incertidumbre y miedo. No podía dejar de pensar en Alessandro, en si había sobrevivido o si Marco había logrado finalmente destruirlo.
Mientras corrían hacia un vehículo cercano, Ana sintió que algo dentro de ella se rompía. La lucha no había terminado. El juego seguía, y ahora más que nunca, sabía que no podía confiar en nada ni en nadie.