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EL DRAGÓN OLVIDADO QUE VUELVE A NACER

EL DRAGÓN OLVIDADO QUE VUELVE A NACER

Status: En proceso
Genre:Yaoi / Viaje En El Tiempo / ABO / Traiciones y engaños / Reencarnación / Fantasía LGBT
Popularitas:2.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Gabitha

El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.

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PRUEBA DE PATERNIDAD

Su sonrisa inspiraba confianza. Por un instante, los nobles vieron reflejado en él la sombra del antiguo emperador, aquel que había fundado el imperio con temple y fuerza.

—Lo haré —dijo Drayce con firmeza, mirando a los nobles y a su padre—. A cambio de que se me cumplan algunas condiciones.

El murmullo estalló entre los presentes como un enjambre.

—¿Qué…?— murmuraban de un lado

—¿Quién se cree que es?— decían otros por otro lado.

—¡El emperador decidirá, no un niño!— menciono uno de los consejeros

—¡Qué osadía!— decían los que se encontraban en puestos importantes.

Las voces se superponían, llenando la sala del templo de desprecio y sorpresa.

De entre ellos, un anciano de barba gris y porte altivo se adelantó sin mostrarle respeto.

—¿Cuáles serían esas condiciones? —preguntó con una sonrisa torcida.

Drayce lo reconoció al instante. Jeremiah Grant. El padre de Freya. El hombre que había sembrado en su vida pasada consejos envenenados, que lo llevó al castigo y al encierro, que lo marcó con humillaciones desde niño.

—Gracias, consejero Jeremiah —respondió Drayce con sarcasmo, pronunciando el título como si fuera una burla. Todos sabían que, a pesar de tener a su hija como concubina, Jeremiah nunca había logrado escalar en el consejo imperial.

El anciano endureció su mirada, sintiendo el veneno tras la aparente inocencia del príncipe.

—Espero que valgan la pena tus condiciones, niño.

—Valen la pena, consejero —replicó Drayce con una sonrisa irónica—. La primera: quiero que se construya una escuela.

La carcajada de los nobles llenó el salón, mezclada con gestos de burla y desaprobación. Solo Vladimir permaneció serio, escuchando en silencio.

—¿Una escuela? —rió uno de los duques.

—¿Y para qué quiere un príncipe una escuela? ¿Acaso desea jugar a los maestros?

Drayce los dejó reír. Luego, su voz se alzó con calma:

—La escuela será especial. Como muchos saben, en los últimos años las fronteras han sido arrasadas por la guerra. Muchos niños han quedado huérfanos, vagando entre ruinas, sin hogar ni destino. Esa escuela será su refugio y su esperanza. Allí aprenderán, tendrán techo, pan, y sobre todo… un futuro.

El silencio regresó poco a poco, a medida que las palabras calaban en algunos.

Jeremiah frunció el ceño.

—¿Y de qué servirían esos huérfanos? —preguntó con desdén.

Drayce lo miró directo a los ojos.

—Serían más útiles que un anciano lleno de arrugas cuya lengua solo sirve para repetir consejos podridos.

El consejero palideció de furia y levantó la mano para golpearlo.

—¡¿Cómo osas…?!

Pero antes de que pudiera acercarse, la voz de Vladimir rugió en la sala como un trueno.

—¡¿CÓMO TE ATREVES A LEVANTARLE LA MANO A MI HIJO?! ¡Y EN MI PRESENCIA!

La fuerza en su voz hizo temblar hasta a los guardias. Jeremiah retrocedió de inmediato y cayó de rodillas.

—Solo quería… darle una lección, su alteza. Él me insultó primero…

Los ojos del emperador chispeaban con ira contenida.

—En ningún momento escuché que mencionara tu nombre —dijo con dureza—. Quédate después de la prueba, hablaremos de tu osadía.

Todos entendieron el mensaje: Vladimir podía romper alianzas por el bienestar de sus hijos, sin importar el precio.

—Continúa, Drayce —ordenó el emperador, regresando a su asiento.

El joven príncipe asintió.

—Como decía, esos niños sin padres algún día trabajarán para este imperio. Forjarán sus espadas, cultivarán sus campos, y quizás… pelearán nuestras guerras.

Demetrio, uno de los consejeros más antiguos y respetados, intervino con serenidad.

—¿Y cómo puedes estar seguro de que esos huérfanos no se volverán en contra del imperio? Al fin y al cabo, nosotros somos los culpables de que quedaran sin padres.

La sala contuvo el aliento. Nadie había desafiado así antes al viejo Demetrio.

Drayce se inclinó hacia él, con un brillo desafiante en los ojos.

—Si usted tuviera mi edad, señor Demetrio, y hubiera quedado huérfano por culpa de las guerras, ¿no agradecería un techo, un plato de comida, y alguien que le enseñara a vivir con dignidad? Yo estaría agradecido, y pelearía por el imperio que me ofreció todo eso.

El anciano lo observó largo rato, antes de dejar escapar una carcajada ronca.

—Tiene razón, joven príncipe. No esperaba encontrar a alguien que me respondiera con tanta claridad.

Un murmullo aprobatorio recorrió parte del consejo.

Drayce aprovechó la atención.

—Eso me lleva a mi segunda condición. Escuchen y no me interrumpan.

Los nobles guardaron silencio.

—Durante mi viaje conocí a un sabio del templo. Él me habló de una historia olvidada… la del primer emperador, que convirtió al pueblo en su herramienta para enriquecerse. El pueblo se rebeló, y un hombre valiente buscó a una diosa. Ella aceptó ayudarlos con una condición: de su linaje nacerían hijos marcados con el símbolo del dragón.

Hizo una pausa, y lentamente descubrió su marca.

—Muchos confundieron sus palabras. Llamaron maldición a lo que en realidad era una bendición. Esta marca no es una condena… es la señal de que tengo un deber hacia ustedes. De que puedo ser la espada que defienda al imperio de sus enemigos.

Los nobles se sobresaltaron al ver la marca. Algunos palidecieron, otros se inclinaron hacia adelante con incredulidad.

—Vhagar, déjame hablar con Serina—, pensó Drayce.

—Está bien —respondió la voz grave del dragón.

La presencia cálida de Serina llegó a su mente.

—¿Qué sucede, pequeño? —susurró ella.

—Necesito tu ayuda. Hazles creer que eres una diosa, y que yo soy tu elegido.

—Lo que necesites… —respondió ella con un suspiro.

Drayce levantó la voz.

—Si no me creen, vayamos ahora al altar. El agua, al sentir nuestra sangre, brillará… y la diosa misma hablará.

Los sacerdotes lo escoltaron a la cámara sagrada, donde un cuenco de cristal rebosaba de agua pura. El emperador se acercó, solemne, y dejó caer unas gotas de su sangre. Luego, Drayce hizo lo mismo.

El agua brilló de inmediato, bañando la sala en un resplandor dorado. El murmullo de los nobles se transformó en un clamor.

Y entonces, la voz de Serina descendió como un eco divino, retumbando en las paredes del templo.

—Bienvenido, hijo mío, a la tierra que anhelaba tu presencia.

El silencio fue absoluto. Todos los nobles, incluso los más escépticos, inclinaron la cabeza.

Drayce había vencido.

No era un bastardo.

No era un maldito.

Era la bendición del imperio.

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Priscy Agudelo
me encanta tu novela, cada capítulo me llena de intriga y no puedo parar de leer. 👏👏👏felicitaciones.
Gaby Rodriguez: Gracias por tus palabras y me alegra que te esté gustando 🤭☺️
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Limaesfra🍾🥂🌟
🐲🐉
Gaby Rodriguez: Me alegra que te esté gustando🥰
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Adeilis
Más capítulo por favor
Adeilis
La historia es muy interesante, me gusta mucho
Gaby Rodriguez: Me alegra que te guste y gracias por darle una oportunidad 🤗😘
total 1 replies
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