La Santa Reencarnada Quiere El Divorcio

Al día siguiente

—¡Abigail! ¡Abigail, despierta!

—¿Qué sucede?

—Quiero ir al baño.

—Espera, deja que te lleve. Creo que debí enseñarte el baño ayer.

La pequeña Ana salió de la cama, pero al llegar comenzó a vomitar.

—¿Te encuentras bien, Ana?

—Sí, ya me siento mejor.

—Deja que te lleve a que te revisen.

Ambas se cambiaron de ropa y se dirigieron de urgencia a la cabaña de los médicos.

—Por favor, quiero que revisen el estado de esta pequeña.

—Buenos días, su Santidad. Esta pequeña fue revisada ayer, cuando el Príncipe la trajo junto con los demás. Al parecer, la tuberculosis no había avanzado demasiado. ¿Qué es lo que le preocupa?

—Hace unos momentos la llevé al baño y comenzó a vomitar. Además, revisé su orina y estaba completamente roja.

—¡Traigan el maletín de inmediato! No se preocupe, su Santidad. Empezaremos a investigar lo que pudo haber sucedido.

Después de unas horas

—¡Su Santidad! Esto es algo increíble: la niña que usted trajo se ha recuperado por completo y ni siquiera da indicios de tuberculosis. Es como si su cuerpo nunca hubiera estado enfermo.

—¿Cómo es esto posible? Si ayer dio positivo en la enfermedad, ¿crees que fue algún error?

—No lo creo, su Santidad. Hemos tardado horas porque repetimos el mismo examen, y en todos dio negativo. Esto es un milagro.

"¿Qué es lo que pasó? ¿Es acaso posible que se haya recuperado así de la nada?", pensó Abigail.

—Además de no encontrar la enfermedad, descubrimos algo que creemos que pudo haber acabado con ella. Gracias a los artilugios de maná que el Príncipe nos proporcionó, hemos descubierto que la sangre de la niña puede eliminar casi por completo la tuberculosis. Sin embargo, es extraño que ayer no mostrara nada de esto en los análisis. ¿Ocurrió algo ayer?

—Bueno, después del baño pedimos algo de comer y me quedé un momento conversando con el Príncipe… —Abigail se detuvo y pensó: "Espera, no debería haber dicho que conversé con el Príncipe; la gente podría malinterpretarlo"—. Después de eso, la pequeña comió los panes que me llevé de aquí y nada más.

—¿Los panes? ¿Esos panes que tenían moho y hongos?

—Sí, esos mismos. ¿Cree que eso tuvo algo que ver?

—¡Traigan inmediatamente los panes que la Santa Abigail tomó! Tenemos que examinarlos.

—Su Santidad, le informaremos lo que encontremos. Con su permiso.

—Sí, que el dios Alkennor los guíe.

"¿Por qué sigo diciendo esas cosas?", pensó Abigail. "Como sea, lo mejor será mantener el papelito de santa y amable".

—Vamos, Ana. Ya que estás bien, vamos a comer al comedor comunitario.

—¿Hay cosas deliciosas allí, Abigail?

—Sí, hay comida muy sabrosa.

—¡Síii, vamos, vamos, Abigail!

Se dirigieron al comedor, pero notaron que muchas personas parecían incómodas.

—¿Por qué hay este tipo de ambiente? La gente actúa muy rara… ¿Será por algo?

Al tomar sus porciones de alimentos, buscaron una mesa y vieron al Príncipe sentado, comiendo.

—Así que esta es la razón del ambiente en el comedor.

—¡Hola, Abigail!

—Hola, Arthur.

—Es raro verte comer aquí. De hecho, ¿está bien que el Príncipe heredero esté comiendo en este lugar? ¿No podría causarle problemas?

—No, no me causa problemas en absoluto.

—Bueno, puede que a ti no, pero a los plebeyos sí los incomoda.

—¿Por qué vienes a comer tan tarde, Abigail?

—Ah, eso se debe a que Ana tuvo unos problemas y tuve que llevarla a la cabaña médica.

—¿Es eso así? ¿Ya te encuentras mejor, Ana?

La pequeña asintió mientras comía rápidamente.

—Bueno, viendo que comes como si tu vida dependiera de ello, me confirma que estás mejor.

—De hecho, le volvieron a realizar exámenes, y salió que ya no estaba enferma. Ahora están investigando el porqué.

—Espero que encuentren una respuesta pronto. No puedo estar mucho tiempo aquí, pero ya que la pequeña Ana se encuentra mejor, ¿qué te parece si vamos a recorrer el pueblo?

—Claro, me encantaría. "Después de todo, creo que debo darme el lujo de descansar".

Abigail, Ana y Arthur caminaron por todo el pueblo, disfrutaron del paisaje y conversaron. En un momento, compraron unos pastelillos, y a Abigail le cayó un poco de crema en la mejilla. Arthur estuvo a punto de limpiarla, pero Ana se le adelantó y lamió la crema de la mejilla de Abigail, mirándolo con una sonrisa de triunfo. Arthur le devolvió una mirada fulminante y continuaron así hasta que llegaron a la cabaña médica.

—Su Alteza, es un gusto volver a verlos. De hecho, íbamos a ir a buscarla inmediatamente, su Santidad. ¡Hemos obtenido resultados increíbles!

—Espera, no vayas tan rápido. Explica bien qué han encontrado.

—Perdón, su Alteza. Lo que quiero decirles es que hemos encontrado que, en los panes que la Santa se llevó, había una cepa de hongos. Estos hongos, junto con el moho, producen un componente llamado "cefalosporina". Lo único malo es que son hongos imperfectos, pero a través de ensayo y error, hemos logrado extraerlos y sintetizarlos de forma artificial. Debido a esto, hemos desarrollado un polvo blanco que hemos decidido llamar "polvo de Santa" en honor a usted, Santa Abigail.

—Aprecio mucho que quieran agradecerme así, pero no me sentiría a gusto con ese nombre. ¿Por qué no piensan en otro nombre mejor?

—Bueno, si no le gusta, en ese caso le pondremos otro nombre.

Otro médico sugirió:

—¿Qué tal si le ponemos "antibiótico"? Digo, porque ayuda a prevenir y combatir las bacterias. ¿Por qué no lo llamamos así?

—Me parece bien, pero, ¿ya han probado la efectividad de este antibiótico?

—Sí, su Santidad. Puede que suene algo inhumano, pero decidimos probarlo con uno de los ladrones capturados por su Alteza. Le inyectamos tuberculosis y luego le administramos el antibiótico. Todo funcionó de manera exitosa.

—En ese caso, si este medicamento no genera algún efecto secundario, creo que lo mejor sería producirlo en masa y distribuirlo a todos los habitantes del pueblo. Y si todo va bien, podríamos repartirlo incluso a los otros pueblos afectados. Empecemos de inmediato.

Después, en el transcurso de dos días, Abigail junto con los otros médicos comenzaron a repartir los antibióticos.

—Al parecer, todo va muy bien y la gente de este pueblo ya se ha recuperado casi al cien por ciento.

—Todo gracias a tu esfuerzo, Abigail.

—La verdad, yo no pienso así. Creo que todos pusimos de nuestro grano de arena y pudimos acabar con esta plaga. Incluso tú te luciste, Arthur; las abuelitas no dejaban de mirarte.

—¿Qué? ¿No te creo, en serio?

—Sí, decían que eras un joven muy apuesto y que querían emparejarte con sus nietas. Aunque había una que otra que decía que si tuviera 20 años menos, te invitaría a salir.

—Ja, bueno, era de esperarse. Soy muy apuesto.

—Sí, eres muy apuesto.

Arthur se quedó en silencio y, de repente, se sonrojó.

—¿Por qué te quedaste callado? ¿Te molestó lo que dije?

—No, no me molestó. Y… gracias. Tú también eres muy hermosa.

El momento fue interrumpido por la pequeña Ana.

—¿Es verdad que te vas a ir mañana, Abigail?

—Así es, Ana. Pero no te preocupes, ya hablé con el Alcalde del pueblo y él accedió a cuidar de ti junto con su esposa, así que no estarás sola.

—¡No quiero! ¡Quiero que te quedes conmigo! Y si no puedes, llévame contigo. No quiero que nos separemos.

—Lo siento, pero no puedo quedarme. Tampoco puedo llevarte conmigo. Pero no te preocupes, prometo venir a visitarte. El Alcalde y su esposa van a cuidarte muy bien; siempre han deseado tener un hijo.

—¡No me dejes, por favor!

—Ana, no llores. Mira, te voy a regalar este collar. Cada vez que pienses en mí, recuerda que siempre voy a estar a tu lado. Cuando yo ya viva en otra casa, te prometo, en nombre de Dios Alkennor, que te llevaré conmigo. ¿Podrías esperarme?

—No olvides que lo acabas de prometer. Por favor, no te olvides. Te estaré esperando aquí.

—Gracias por entenderme, Ana.

Al día siguiente, Abigail partió al ducado de Archibald.

—Oh, señorita Abigail, es un gusto volver a verla.

—¿Qué te sucede, Javier? ¿Por qué esa cara larga?

—Bueno, es que no sé cómo decirlo, pero creo que lo mejor será que usted entre a la mansión.

—Está bien.

Al entrar, Abigail fue recibida por Archibald, quien la miró con una sonrisa calculada.

—Hola, Abigail. Veo que has regresado. Espero que te haya ido muy bien.

—Hola, Archibald.

—Sabes, debido a tu ausencia, he decidido traer algo de compañía. Permíteme presentarte a Luisa. Ella es la madre de mi futuro hijo.

Una mujer de aspecto elegante y sonrisa amable se acercó, saludando con una ligera reverencia.

—Hola, su Santidad Abigail. Es un gusto conocerla. Me llamo Luisa y espero que nos llevemos bien.