Me preguntó si hay en el mundo una mujer que no me de dolores de cabeza. Una mujer que nunca desarrolle sentimientos por mi, una mujer que entienda la diferencia entre sexo y amor. Si la hay me encantaría conocerla. Hacerla mi amante y disfrutar la compañía sin compromisos.
¿Dónde encuentro una mujer así?
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Eso no aplica con ella
... Nathan.
Pasaron unos días desde la última vez que vi a Esther. Me informaron que tenía dos semana faltando y decidieron despedirla. Llamé al de recursos humanos.
— ¿Con que autoridad despediste a mi empleada? — Su rostro reflejo nerviosismo y miedo. Hacía bien en demostrarlo, estaba tan cabreado que me dolía la cabeza.
— Usted dió órdenes claras. Empleado que falte más de dos días será despedido de inmediato.
— Eso no aplica con ella. Regresa su puesto y dile que venga a trabajar.
— Si señor. De inmediato. — Más le vale que haga bien su trabajo. Esther tiene que volver. No me quedaré con ganas de esa mujer, no me importa si tiene novio. Por una noche que pase conmigo no habrá problema.
Margot.
Estoy muy preocupada por mi hija. Lleva días sin salir de su habitación. No quiere hacer nada, no tiene ganas de nada. La entiendo perfectamente, amaba con todo su corazón a Dylan, yo estaría igual si perdiera a Joaquín. El es mi todo, igual que Dylan lo era todo para ella. Quiero hacer algo, pero no sé que. Le he llevado su desayuno, pero apenas lo toca. Su rostro está demacrado y pálido. Sabía que perderlo le dolería. Cumplieron su sueño de casarse, pero les faltaron muchas cosas por vivir.
— ¿Cómo está? — Joaquín pregunto.
— No hay mejoría.
— Tenemos que hacer algo.
— ¿Qué podemos hacer?
— Llevarla al hospital. Al sicólogo, a dónde sea necesario, no quiero que mi hija se muera de tristeza.
— Quizás Diego nos pueda ayudar. Ellos se quieren mucho. El podría sacarla adelante.
— No quiero zopilotes rondando a mi hija.
— Son amigos.
— Diego no la ve cómo una amiga. El la ve cómo mujer. La desea, lo he notado. ¿Tu no?
— Enamorarse de alguien podría ser la solución.
— Me niego.
— Deja de lado tus celos. Lo importante ahora es salvar a nuestra hija.
Esther.
Extraño mucho a Dylan. ¿Por qué se fue? ¿Por qué no me fui yo? La idea de terminar con mi vida ha pasado por mi cabeza más veces de lo que debería. Podríamos estar juntos si hago eso. Podré volver a verlo. O tal vez no, el estará en el cielo y yo en el infierno. Habrá más distancia entre nosotros de la que hay ahora.
— Esther, alguien vino a verte.
— No quiero ver a nadie.
— ¿Ni siquiera a mí? — Mire de reojo y sentí que estaba viendo a Dylan, su parecido con el es impresionante. Diego vino y se sentó al borde de mi cama. Me senté y lo abrace.
— Lo extraño. — Llore en su pecho. — Lo extraño mucho Diego. — Su mano acarició mi cabello. Dejó un beso en mi frente y me pidió que no me contuviera.
— Llora hasta que no te queden lágrimas.
— No creo que un día se terminen. Quiero irme con el. ¿Por qué no morí en su lugar?
— No digas eso. Eres joven, hermosa, puedes volver a enamorarte.
— Eso nunca pasará. Nunca podré amar a otro. Dylan no está, pero mi amor por el siempre existirá.
— Daría lo que fuera por no verte sufrir. Si pudiera daría mi vida para salvar la de el. — Lloré un poco más, ver a Diego me afectó, me recordó la última vez que vi a Dylan "sano" el día que rompimos, juro que ese dia no sufrí la mitad de lo que estoy sufrido ahora.
... Diego se quedó un rato abrazándome, aunque algo en mi interior me empezó a molestar. Le pedí que se fuera, ¿qué pensaran mis padres si se queda por horas? El prometió visitarme. Aunque por el momento me gustaría más la soledad.
La tarde había cubierto el cielo. Me prepare para dormir, aunque desde hace mucho no duermo bien, el timbre no dejaba de sonar, igual que mi celular, creó que mis padres no estaban, con mucho esfuerzo me levanté de la cama. Baje y me encontré con quién menos imaginé.
— ¿Usted? — ¿Por qué estaba mi jefe aquí?
— Te ves fatal. — Una mueca de disgusto fue lo que recibí. No esperaba menos, cualquiera que me viera pensaría que estoy más muerta que viva. — ¿Qué te paso para estar así?
— No es asunto suyo.
— No has ido a trabajar.
— No volveré. Renunció. — Cerré la puerta y le grité que no volviera.
Los días pasaron y mi salud se debilitó. Mis padres me llevaron al hospital, estuve más de una semana internada.
— Hija no puedes continuar así. ¿Por qué eres tan egoísta? ¿No ves que tú madre y yo sólo te tenemos a ti? Eres mi princesa. Mi todo. Si algo te pasa me muero. — Mi padre estaba llorando a mares. Nunca lo había visto así.
— Perdóname. Es que lo extraño. — Mis palabras salieron en un susurro. — Ya no quiero vivir. Mi vida no tiene sentido sin el.
— Nos tienes. Tienes a tu madre, me tienes a mi, tienes a Cecilia, Diego, y mucha gente que te quiere.
— Lo siento papá. Pero realmente quiero morir. Quiero irme con el. — Mi papá no soporto mi actitud y me dejó sola. Llore a mares mientras lo veía salir.
Regrese a mi casa un par de días después, mis padres me obligaron a tomar terapia. La sicóloga fue comprensiva conmigo, pues no hable con ella hasta la tercera sesión.
— Éramos jóvenes, teníamos 17 años, el era rico y yo alguien de clase media, a el no le importo eso, me pidió que fuera su novia a los 18, no podía negarme. Estaba enamorada de el desde la primera vez que lo vi. Mi primera vez fue con el. Preparo una habitación hermosa, llena de mis flores favoritas, velas en todos lados, me dió un hermoso collar con nuestras fotos dentro. — Todavía lo tenía. Lo llevaba en el cuello como mi tesoro más grande. Ahora mismo estaba tocandolo. — No sabe lo maravilloso que fue. Me tomó con una delicadeza hermosa, me hizo sentir que yo era maravilla más grande del mundo. — Mis ojos tiraban lágrimas sin parar. Recordar ese día era hermoso. — Nunca había tenido sexo, ni me llamaba la atención tenerlo, pero después de la primera noche con el lo deseaba, deseaba sentir sus caricias, sus besos, escuchar su corazón a la misma frecuencia cardíaca que el mío. Y cuándo desperté al día siguiente, fue sensacional. Todavía recuerdo sus ojos azules viéndome. Su sonrisa, sus besos mañaneros. Me hizo el desayuno, comimos en la cama mientras nos preocupabamos para el regaño que recibiría de mis padres. Si hubiera sabido que no iba a vivir tanto, yo hubiera hecho el amor todos los días con él. Le habría insistido en casarnos mucho antes.
Hablar con ella fue un gran alivio. Estás cosas no se las podría contar a mi madre o padre.
— ¿No se casaron?
— Si. Nos casamos dos veces. La primera fue en una iglesia hermosa. Pasamos por ahí casualmente. Y justo había terminado una boda. La iglesia estaba decorada hermosa. Jugando le dije a el que pasáramos a casarnos. Y aceptó sin dudarlo. Unimos nuestras manos y dijimos nuestros votos.
Flashback.
— Yo Esther Tordoya, te tomó a ti, Dylan Harrison, cómo mi legítimo esposo, para amarte en la salud, y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en felicidad y en la tristeza, te tomó cómo esposo para compartir todos los días de mi vida contigo, para formar una familia, para reír y enojarnos con las travesuras de nuestros hijos y nietos. Para ser sólo tuya. Quiero envejecer contigo. Quiero ver como tu cabello castaño se vuelve blanco, cómo tus líneas de expresión se marcan y las arrugas aparecen en tu hermoso rostro. Quiero que con el pasar de los años nuestro amor se haga más y más grande, así cómo el número en el pastel de cumpleaños. Te prometo que sólo recibiras amor, lealtad y fidelidad. Te amo y te amare para siempre. Sólo a ti.
Los ojos de Dylan casi derraman una lágrima. Se la limpió y sonrió.
— Será difícil superar unos votos tan hermosos. — Sonreí llena de nostalgia.
— Esfuérzate. — Respiró profundamente y empezó.
— Yo, Dylan Harrison, te tomó a ti mi princesa. — Lo observe con una sonrisa divertida. — Quiero decir, a ti, Esther Tordoya, como mi legítima esposa, para amarte en la salud, y en la enfermedad, en la riqueza, y en la pobreza, en felicidad y en la tristeza, te tomó cómo esposa para compartir todos los días de mi vida contigo, para tomarte como mujer todos los días, por qué ahora sólo puedo dos veces a la semana y no me gusta del todo. — Lo mire molesta. — Perdón princesa.
— Di cosas lindas o te dejaré. — Amenace ocultando mi felicidad.
— Quiero formar una familia contigo. Quiero una niña tan hermosa cómo tú, un niño tan guapo cómo yo. — Puse los ojos en blanco y sonrió. — Quiero reír y enojarnos con las travesuras de nuestros hijos y nietos. Desde el día que te vi por primera vez soy sólo tuyo, mi alma, mi mente, mi corazón y mi cuerpo son sólo tuyos. — Ame esa parte. — También quiero envejecer contigo. Quiero ver como tu cabello castaño rojizo se vuelve blanco, cómo tus líneas de expresión se marcan y las arrugas aparecen en tu bellísimo rostro. Mi amor por ti, sigue en aumento, y no se detendrá, incluso después de que mi corazón deje de latir. Ten por seguro que, con el pasar de los años nuestro amor sólo se hará más grande, así cómo el número en el pastel de cumpleaños. Te prometo que sólo recibiras amor, lealtad y fidelidad. Te amo y te amare para siempre. Esther. Sólo te amare a ti en esta y en todas mis vidas. — Besó mis labios. Estaba maravillada, sonriendo cómo una niña pequeña. — Ya nos casamos, quiero mi noche de bodas.
— ¿Por qué tenías que salir con eso?
— Es lo que sigue después del matrimonio.
— Eso paso hace un año exactamente.
— Y hace unos días también. Pero yo no me canso te hacerte el amor. — De nuevo me besó.
Fin del flashback.
con que necesidad meter al primo loco, patético este capítulo, nada que ver