Bella Perversa

David explotó el teléfono contra la pared, y dio vueltas como loco. Apretó los puños con fuerza, sonrió con ironía. Maldición, ¿Cómo me pudo hacer eso? Maldita, me engañó. Caí, como un imbécil, te vas a arrepentir.— pensó él 

David estaba lleno de rabia, de ira, se sentía frustrado. No quería hablar con nadie, por eso se quedó en la casa, no dejaba de pensar en la manera tan estúpida que fue engañado. Estaba en el balcón, con una trago de licor en la mano. Anais llegó y se acercó a él. 

— ¿Podemos hablar amor? Te puedo explicar todo.— dijo la joven arrepentida.

— ¿Cómo pudiste mentir tan fríamente? ¿Cómo pude dejarme engañar por una mujer como tú?— le preguntó en un tono frío.

— Yo te amo, David, por favor escúchame.

— ¿Qué me vas a decir?

— Si, te mentí, pero yo te amo. Per — él la interrumpió.

— Dejas de fingir, y de hacerte la víctima, lo sé todo, incluso que no abuse de ti.— la sujetó por los hombros, y la sacudió.

— Me lastima, ¿Qué dices?

— Eres una maldita mentirosa. Hiciste todo esto por dinero, ¿verdad? ¿Sabes? Pasé muchas noches sintiéndome como un canalla, un miserable, un poco hombre, por haber abusado de ti. Me culpaba por haberte hecho daño. Pensé que te había robado la inocencia. Me decía que no te merecía, porque era una mujer sencilla, trabajadora y yo un violador. ¿Con cuántos hombres te has acostado? ¿Perdiste la cuenta?

— No te permito que me hables así, soy tu esposa.

— Tú no eres nada para mí, desde hoy no significa nada en mi vida. Quiero que te vayas de esta casa, quiero verte dejos de mí.

— Amor, en estos momentos no estás pensando bien. Sabes que me amas, hablemos después.— pidió llorando. 

— Cuando regrese, espero no encontrarte aquí, me escuchas.

David la amaba, pero nunca le iba a perdonar todas sus mentiras. ¿Cómo podía ser tan falsa? Se había equivocado confiando en ti. 

Anais sentía que lo había perdido para siempre. Había perdido el amor de su vida. No tenía excusas, sabía que actuó mal, pero estaba arrepentida. Una relación construida a base de engaños, es una relación sobre un castillo de arena.

Anaís entró llorando a la casa, su mamá la vio, y se preocupó por ella.

— Hija, no llores más, por Dios… lo que hiciste no estuvo bien, pero sabes que él te ama, espera que se calme, después hablas con él.

— Mamá, me duele el alma, siento agujas clavando en todo mi ser. Lo perdí.

Anais salió de la casa, necesitaba tomar aire fresco. Fue un parque para despejar un poco la mente, pero no dejaba de pensar en la situación con David. Lo amaba, y trataba de encontrar una solución a los problemas. Pasó horas ahí, hasta que decidió volver a su hogar. Al abrir la puerta, se encontró con una figura no conocida, parece que esperaba por ella. 

— ¡Hola!— saludó una mujer.

— ¿Quién eres tú, y qué haces en mi casa?— preguntó Anais, imaginando de quién se trataba.

— ¿Tu casa? Esta casa es de David, y pronto será mía. Nos separaste con todas tus mentiras, pero me alegro de que ya él se dio cuenta de que yo soy la mujer que lo vas a hacer feliz. Enhorabuena, soy Margaret.

— Margaret, querida… De verdad, te imaginé con más personalidad. Pero bueno, no todas tenemos esa virtud. Esta casa es mía, y David también, ahora sal de aquí.

— No pienso moverme de aquí.— la restó.

— ¿Quieres que te saque a la fuerza?— preguntó Anais.

David llegó, y escuchó las palabras de Anais. Caminó con firmeza, y las manos en los bolsillos.— La única que se tiene que ir eres tú. Margaret va a vivir aquí conmigo. Si no hubiera sido por ti, y todas tus mentiras, ella y yo estaríamos juntos.— dijo David.

— David, entiendo que estés molesto, pero no hagas esto, por favor.— dijo Anais.

— Te voy a dejar quedar aquí por unos días, por respeto a la señora Carmen, y hasta que encuentres otro lugar donde vivir. Te vas a quedar en el cuarto de servicio, la habitación principal es de la nueva señora de la casa, Margaret.