Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#09
La tensión en la casa de los Hill disminuyó después de días cuando Leticia Dubois, la madrastra de Anne, recibió una llamada de los hombres que habían contratado para rastrear a su hijastra.
—Al fin, ella está en camino — dijo a su esposo, Patrick Hill, luego de colgar el teléfono — Afortunadamente, ella está bien.
Leticia Dubois era una mujer cercana a los cuarenta años. Era muy bella, con una sofisticación típica de las francesas. Su piel blanca como la leche apenas delataba sus años. Delante de su marido, quien era mayor que ella, se comportaba como una dama benevolente. Pero, en el fondo, detestaba a Anne y no le interesaba su felicidad, solo sacarle provecho.
Sentada en un sillón frente a Leticia, estaba Charleen Dubois, la hija de Leticia, hermanastra de Anne. Ella se concentraba en su celular, como si toda esa situación le importara poco y nada. Era dos años menor que Anne y tenía el cabello tan rubio como su madre.
Por último, parado junto a la chimenea de la sala, estaba Patrick Hill, el padre de Anne. Miraba el fuego y tenía el ceño fruncido. Él estaba realmente molesto con su hija mayor pues, con su accionar tan inapropiado, estaba perjudicando a toda la familia, especialmente a sus negociados.
—Pondré en su lugar a mi hija cuando la tenga enfrente — dijo entre dientes el hombre, que tenía el cabello oscuro y entre cano. El fuego se reflejaba en sus ojos color café mientras su cerebro meditaba con rencor.
—No seas demasiado duro — le dijo Leticia, aunque no lo hacía por compasión a Anne, sino para quedar bien.
De repente, tocaron a la puerta. El ama de llaves fue a abrir y, segundos después, Anne y su guardaespaldas atravesaron la entrada de la enorme sala de estar de los Hill.
Apenas la vio, Patrick Hill se lanzó hacia su hija. Pero no la abrazó, ni le dijo cuánto se había preocupado por ella, sino que la abofeteó con tanta dureza que Anne cayó al suelo.
Ante tal panorama, Leticia hizo una seña al guardaespaldas y al ama de llaves para que se retiraran. Por su parte, Charleen apenas despegó un ojo del móvil, solo porque le pareció un tanto interesante la situación.
—¡¿Sabes en los problemas que nos podrías haber metido si desaparecías, Anne Hill?! — vociferó su padre — ¡No puedo creer que yo tenga una hija tan estúpida y desconsiderada!
Anne temblaba en el suelo, sin levantar la vista. Se tocó la mejilla, la cual ardía por el golpe. Pero, esta vez, no iba a llorar. No les daría el gusto.
—Patrick, por favor: cálmate — habló la madrastra en tono amable. Sin embargo, Anne sabía que era una falsa.
—Escúchame, Anne —dijo Patrick, tratando de calmarse, aunque su mirada de desprecio era evidente — Debes madurar. Este matrimonio es realmente importante. Mírate a ti misma, ¿crees que a tu madre le gustaría verte así? Malcomida, haciendo enfadar a tu padre, que te crio y te lo dio todo, tirada en el suelo como una escoria…
Hubo un silencio extraño. Hasta que Anne lo rompió diciendo en voz baja:
—No, claro que no…
Ella se puso de pie. En el fondo, sentía indignación por cómo su padre acababa de usar el nombre de su madre para manipularla. Pero guardó silencio.
—¿Quieres un vaso de agua, linda? — le ofreció su madrastra con una mirada cínica.
—No, gracias — respondió Anne, seca. Jamás volvería a beber algo que le ofrecieran en esa casa, menos de esa mujer. A pesar de tener la fuerte sospecha de que había sido Leticia quien la drogó, no la acusaría. No aún.
—Será mejor que te sientes y escuches bien a tu padre — le indicó entonces Leticia, ofreciéndole el sillón vacío que había en un extremo.
Por su parte, Charleen emitió una sonrisa estúpida, completamente ajena a la situación, contenta por el chat que estaba manteniendo con un chico. Pero, al oír que le pedían a Anne sentarse, dejó el móvil de lado para prestar atención y hacerse la importante.
Anne se sentó. Era como si su corazón se hubiese endurecido tras su escape fallido; ahora estaba ahí, con esas personas que se hacían llamar su “familia”, acorralándola.
—Anne, las cosas no son tan simples—le explicó su padre, apelando a un tono más suave— Leticia, tu madre, no te explicó todo porque yo aún no le había comentado las razones de tu matrimonio…
“Ella no es mi madre”, pensó Anne. Estuvo a punto de gritarle eso en la cara, pero no quería recibir otra bofetada.
—Yo solo le comenté lo que me dijiste, mi amor. Pero Anne fue demasiado impulsiva y huyó. Ni siquiera te esperó para que le expliques…—añadió Leticia, con la ternura de una serpiente.
—Eso es verdad, papi. Yo estaba ahí— intervino Charleen por primera vez — Anne no quiso escuchar y si no hubiera escapado, no te habrías puesto tan nervioso.
Patrick resopló molesto. Lo único que le preocupaba ahora era que su hija mayor entrara en razón. Él siguió hablando:
—Escúchame bien, Anne. No puedes salirte de este compromiso, ¿entiendes? Antes de morir, tu abuelo fue quien arregló este matrimonio…
Anne recordó a su abuelo, Vittorio Marino, el padre de su mamá, Alicia Marino. Él había muerto un año después de que falleciera su hija, cuando Anne tenía nueve años. Todos decían que el viejo falleció porque no se cuidaba en las comidas y bebía más vino del que le había recomendado su doctor. Pero Anne sabía que su abuelo se había dejado morir por la tristeza, por haber perdido a su única hija, su preciada Alicia… Además, su empresa estaba en manos de su yerno, el padre de Anne, un norteamericano ambicioso que, a los meses de fallecida Alicia, había decidido casarse de nuevo con una mala mujer: Leticia Dubois.
Su pobre abuelo… ¿Por qué habría arreglado un compromiso así para su nieta? Anne no lo comprendía bien.
—Entonces, ¿fue el abuelo?¿Por qué?— musitó la joven.
—Anne, hay cosas que tu no comprendes de la familia de tu madre. Los italianos son así, quieren ver a los suyos “unidos…” Tu abuelo era muy amigo de la familia Mancini y el jefe de esa familia en aquel entonces se había decepcionado porque Alicia, tu madre, no eligiera al menor de sus hijos para casarse, quien aún estaba soltero. Entonces, tu abuelo Vittorio le prometió a Don Mancini que, si Alicia tenía una hija, la comprometería con uno de sus nietos.
“Mancini…” , pensó Anne con estupor. Acaso…¿Tendrían algo que ver con…?
—No es un juego, Anne —siguió hablando Patrick muy seriamente — La familia Mancini es poderosa, respetada. No podemos fallarles. Una promesa de ese tipo no se puede romper, sería una falta de respeto… Y los Mancini hacen pagar esas “faltas de respeto”, no se si me entiendes…
Anne no podía tener tanta mala suerte. Mancini era el apellido del hombre al cual había ofendido hace un par de días, el hombre de los ojos dorados…
“NO”, negó Anne para sus adentros, “Tiene que ser pura coincidencia…”
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