Del Odio Al Amor

Esa noche, luego de que su turno terminara, Aldana se dirigió directamente al departamento de Letty. El cansancio pesaba sobre sus hombros, pero aún más pesada era la verdad que llevaba a cuestas desde que vio ese diminuto punto titilar en la pantalla del ecógrafo.

Letty la recibió en pijama, con una copa de vino en la mano y expresión de “te lo dije” lista para dispararse en cualquier momento.

Una vez instaladas en el sofá, con una manta sobre las piernas y un cuenco de palomitas entre ambas, Aldana volvió a contarle toda su historia. Esta vez sin lágrimas, sin tartamudeos. Solo una mezcla de resignación y miedo.

Cuando terminó, Letty dio un sorbo largo a su copa y dijo con tono grave:

—¿Y qué piensas hacer? ¿Le vas a decir sobre el bebé?

Aldana rodó los ojos.

—¿Cuál bebé, Letty? Apenas es un montón de células.

Letty se inclinó hacia ella, fulminándola con la mirada.

—Mira, no voy a discutir eso, cinturita, pero creo que tiene derecho a saberlo.

—¿Ah sí? ¿Y qué le digo? —resopló Aldana, tomando un puñado de palomitas—. “Oye, ¿recuerdas esa noche en Londres, cuando me acosté contigo por despecho? Bueno... felicidades: no todo lo que pasa en Londres se queda en Londres. Estoy embarazada.”

Letty frunció el rostro como si hubiera probado algo agrio.

—Ok, no así, pero busca la forma de decírselo sin causarle un infarto en el proceso.

—¿Y si simplemente… no le digo nada?

—¿Y si simplemente te tiras de un puente mientras estás en eso? —replicó Letty con sarcasmo—. Vamos, Aldana, ni tú te crees eso. Tarde o temprano va a salir a la luz. ¿Y si el bebé se parece a él? ¿O si aparece en tu vida y tú ya estás con una panza del tamaño de una sandía?

Aldana hundió el rostro entre las manos, exhalando un suspiro derrotado.

—No estoy lista...

Letty le pasó una mano por la espalda con ternura.

—Lo sé, nena. Pero ya no estás sola. Vamos paso a paso... y este paso se llama: decirle al papá que va a ser papá.

Aldana bajó la mirada, jugando con un hilo suelto de la manta. Su voz tembló apenas, lo suficiente para delatar el miedo detrás de sus palabras.

—No estoy lista para ser madre... ¿y si termino siendo una madre terrible como la mía? No tengo un buen ejemplo a seguir, Letty. Prefiero ahorrarle a esta criatura años de terapia y...

Letty la interrumpió con firmeza, levantando una ceja:

—Ni se te ocurra decir eso.

—Letty...

—No. ¿Sabes cuántas mujeres llegan a mi consultorio mes tras mes, deseando con el alma poder quedar embarazadas? Tú lo logras a la primera, sin buscarlo, y te quejas como si fuera una desgracia.

Aldana soltó un suspiro, llevándose las manos al rostro.

—Debí pensarlo antes, lo sé. Soy doctora, sé cómo funciona todo esto. Pero... no tenía la cabeza en su lugar. Jamás imaginé que algo así me pasaría a mí.

—Porque estabas actuando con el corazón y no con la cabeza, como siempre que se trata de hombres.

—Letty...

—En serio, Aldana. Tienes veintinueve años. Ya no eres una adolescente que se escapa por la ventana.

—Ya lo sé —respondió con sarcasmo, dándole un sorbo a su vaso de agua—. Pero dime, ¿qué mujer pierde la virginidad a los veintinueve hoy en día? No soy religiosa, no lo hice por un voto con Dios ni nada por el estilo. Lo hice por ingenua... por quedarme esperando a alguien que nunca llegó.

Letty la observó en silencio unos segundos. Luego se acercó, la abrazó sin decir nada, y con voz más suave le susurró al oído:

—No eres ingenua, eres valiente. Y aunque ahora no lo creas, vas a poder con esto. No sola. Pero vas a poder.

Aldana tragó saliva con dificultad, dejando que unas lágrimas silenciosas le resbalaran por las mejillas.

—¿Y si él no lo quiere? ¿Y si termino arruinándole la vida?

—Eso lo tiene que decidir él, no tú. Pero no le quites la posibilidad de elegir, Aldana. Dale la verdad. Después... lo que venga, lo enfrentamos juntas.