Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 14
El murmullo lejano del restaurante no llegaba hasta el pasillo silencioso que conectaba con los baños.
Mariel salió con paso sereno, secándose las manos con elegancia.
Pero al doblar la esquina, su andar se detuvo abruptamente.
Frente a ella, de pie, como si el tiempo hubiera jugado una mala broma… estaba Caleb.
Ambos se quedaron quietos un segundo.
El mismo segundo en que sus miradas se cruzaron y todo lo no dicho vibró en el aire.
Entonces, Caleb reaccionó.
Se acercó a ella sin pensarlo dos veces y la envolvió en un abrazo que parecía tan familiar como lejano.
Mariel se quedó inmóvil al principio.
Y aunque por dentro algo en su pecho se estremeció,
recordando los días en que ese abrazo significaba consuelo, promesa y amor…
esa misma nostalgia fue lo que dolió más.
Porque ya no era lo mismo.
Porque cinco años pesan distinto cuando uno espera… y el otro olvida.
Salió de sus pensamientos cuando la voz de Caleb, tensa y apurada, murmuró junto a su oído:
—No deberías estar aquí.
El padre de Estela está en el restaurante.
No quiero que te vea… no quiero que te haga daño.
El tono protector, lejos de tranquilizarla, encendió una chispa bajo su piel.
Mariel dio un paso atrás y lo apartó de un empujón firme.
Sus ojos, antes suaves, ahora relucían con rabia contenida.
—¿Tú me estás diciendo eso?
¿A mí? —soltó con voz baja pero temblando de ira—
—No soy una maldita cobarde, Caleb.
No tengo por qué esconderme.
Y menos de un hombre que ni siquiera me conoce.
¡No he hecho nada malo!**
Caleb frunció el ceño, sorprendido por su reacción.
Iba a responder, pero no supo cómo.
Porque en el fondo, sabía que ella tenía razón.
No tenía por qué temer.
Y si alguien debía disculparse por no haber estado…
era él.
Mariel lo miró una última vez con el pecho alzado y la dignidad intacta, y luego giró sobre sus talones sin decir nada más.
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Mariel estaba decidida a dejar a Caleb en el pasillo cuando sintió su mano sujetándola del brazo con apuro.
No fue con violencia, pero sí con desesperación.
Él no quería que se fuera.
No otra vez.
—Mariel… por favor, escúchame.
Lo siento. Yo… no quería—
Ella se giró de golpe, liberándose de su agarre.
La furia brillaba en sus ojos, una furia que no venía solo de ese momento, sino de cinco años de silencio, cinco años de promesas rotas.
—¿Lo sientes?
¿Eso es todo lo que tienes para decir? —su voz temblaba, pero no de miedo—
—¡Cinco años, Caleb!
Cinco años te esperé.
Y ahora vienes a decirme que me esconda… como si no supieras quién soy.**
Sus ojos, usualmente de un azul sereno, comenzaron a cambiar de color.
Un brillo plateado, casi etéreo, los invadió como si su esencia despertara con su enojo.
—Yo soy una guerrera.
Una hija de Garrik.
Una mujer fuerte, nacida entre fieras y batallas.
¡Jamás he sido una cobarde!
El pasillo vibró con la fuerza de sus palabras.
Y justo cuando Caleb dio un paso hacia ella, con las manos abiertas como buscando calmarla,
una figura irrumpió de pronto con velocidad.
Thierry.
Sin pensarlo dos veces, lo empujó de un golpe seco hacia la pared.
El sonido del impacto fue contenido, pero contundente.
En el mismo movimiento, sujetó la muñeca de Mariel, notando la piel enrojecida.
Sus ojos oscuros buscaban señales, rastros, respuestas.
—¿Estás bien? —preguntó con una mezcla de preocupación e ira apenas controlada.
El contacto con Thierry hizo que Mariel respirara hondo.
Su mirada volvió al azul original mientras bajaba lentamente las defensas que la ira había despertado.
Asintió con calma.
—Sí… estoy bien.
Thierry no soltó su muñeca de inmediato.
La observó con cuidado, y luego levantó la vista hacia Caleb.
Sus ojos eran fuego contenido.
No necesitó decir nada para dejar en claro lo que pensaba.
Caleb, por su parte, se reincorporó con el orgullo herido y los puños apretados.
Ver a otro hombre tocando a su alma gemela despertó en él una furia instintiva.
Dio un paso al frente, dispuesto a lanzar un golpe,
cuando Mariel se interpuso entre ambos, su mirada afilada y su voz firme:
—¡No te atrevas Caleb!
Cálmate.
Esto no es una guerra… y yo no soy una pertenencia.
Thierry no dijo nada.
Solo mantuvo su posición, sereno pero listo, como un depredador esperando movimiento.
El silencio que siguió fue espeso.
Tres corazones latiendo fuerte, tres mundos chocando en un pasillo donde las palabras pesaban más que los gestos.
Finalmente, Mariel bajó la mirada un segundo y luego la levantó con decisión.
—Voy a regresar a la mesa.
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Mariel caminaba con paso sereno, pero por dentro aún sentía el eco de la confrontación.
A su lado, Thierry no dijo nada.
No preguntó, no presionó, ni siquiera la miró de forma inquisitiva.
Simplemente caminó con ella, como quien entiende que algunas heridas no necesitan ser removidas… solo acompañadas.
Al llegar a la mesa, Dana fue la primera en notar la expresión diferente en el rostro de Mariel,
pero bastó una sonrisa suave de ella para que no hiciera preguntas.
Se sentó entre Dana e Isac, quien sí notó de inmediato el leve temblor en su muñeca al colocar la mano sobre la mesa.
Sus ojos viajaron al brazo, luego a su rostro,
pero no dijo nada.
Porque él también sabía leer silencios.
Y ese momento no era para hablar… sino para estar.
Thierry, aún de pie, se inclinó hacia el mesero que se acercaba con la cuenta.
Su voz fue baja, discreta, pero su mirada firme.
—¿Podrías traerme, si tienen, una pomada para inflamación? Algo que calme el enrojecimiento y el dolor leve.
Solo… tráela, por favor.
El mesero asintió de inmediato, y en cuestión de minutos regresó con un pequeño frasco.
Thierry lo tomó con suavidad y lo dejó junto al vaso de agua de Mariel, sin decir nada.
Solo empujó el frasquito hacia ella con dos dedos, sutilmente, como quien ofrece alivio sin herir el orgullo.
Mariel lo miró por el rabillo del ojo.
No dijo gracias, pero sus labios se curvaron en una sonrisa muy leve, casi imperceptible,
como si ese gesto hubiera sido justo lo que necesitaba para respirar hondo.
Una forma de decir: lo vi. Lo aprecio.
El equipo retomó la charla sin tensión, riendo por alguna historia de Dana,
mientras Thierry se sentaba con naturalidad, como si nada hubiera pasado.
Pero de vez en cuando, entre las bromas y las risas,
sus ojos volvían a ella.
No con deseo, ni con posesión.
Sino con algo más raro, más sutil…
con respeto.
Y cuidado.
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El aire nocturno los envolvía con una brisa ligera mientras todos se despedían frente al restaurante.
El equipo se dirigía al auto de empresa, aún entre risas y comentarios sobre el postre final.
Pero Isac se mantuvo cerca de su hermana, observando con ojos afilados el pequeño frasco de pomada que ella aún sostenía.
—Mariel. —dijo en voz baja pero firme, tomándola del brazo con delicadeza—
—Camina conmigo un segundo.
Ella lo miró, entendiendo al instante que no iba a dejarlo pasar.
Se alejaron unos metros, buscando algo de privacidad entre dos autos aparcados.
La luz del poste más cercano iluminaba solo lo justo.
El silencio entre ellos duró lo necesario.
—¿Qué pasó en tu muñeca? —preguntó Isac, cruzado de brazos.
No era solo curiosidad. Era una mezcla de hermano, protector, y centinela listo para actuar.
Mariel bajó la mirada unos segundos antes de hablar.
Su voz fue calma, pero no le quitó peso a las palabras.
—Fue Caleb.
Solo… una discusión. Un momento tenso.
No quería hacerme daño, pero me sujetó con fuerza y el señor Thierry intervino.
El silencio que siguió fue abrupto.
Isac entrecerró los ojos y dio un paso hacia atrás como si contuviera un rugido.
Y luego… explotó.
—¿¡Qué dijiste!? ¿Ese imbécil se atrevió a tocarte? ¡¿Después de desaparecer cinco años como un cobarde?!
Mariel alzó la mano en un intento por calmarlo, pero él no la dejó hablar.
Sus emociones venían a borbotones.
—¡Cinco años, Mariel!
Cinco. ¡Prometió volver cuando cumplieras veinte!
¡Y en lugar de regresar, te dejó esperando!
Y cuando lo vuelves a ver…
¡tiene una mujer embarazada y el descaro de decirte que te escondas!
¡Y el padre de esa mujer te amenaza!
Su voz subió más de lo esperado, temblando entre furia y dolor.
Mariel lo miraba con una mezcla de sorpresa y cariño,
porque no era simple enojo…
Era amor.
Amor de hermano mayor.
De guerrero que no acepta ver herida a su manada.
**Lo que ninguno de los dos sabía era que, justo detrás de uno de los pilares del restaurante,
Thierry se había detenido.
No por curiosidad malintencionada, sino porque había olvidado su teléfono en la mesa.
Iba a regresar por él, pero al oír su nombre murmurado entre la brisa, se detuvo.
Y sin quererlo, escuchó todo.
Escuchó sobre Caleb.
Sobre los cinco años.
Sobre la promesa rota.
Y sobre la verdad que nadie le había contado:
que Mariel había sido esperada, amada, herida.
Y aún así… estaba de pie.
Hermosa y fuerte.
Thierry no dijo nada.
No se movió.
Solo apretó los labios en silencio,
con el corazón repentinamente más involucrado de lo que esperaba.
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Isac aún respiraba agitado, con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos como si estuviera conteniéndose con cada fibra de su cuerpo.
Mariel lo observaba con calma, sin juzgarlo, sabiendo que no hablaba solo desde la ira…
sino desde el corazón.
Se acercó a él y con dulzura le colocó una mano sobre el pecho.
—Ya pasó, Isac.
Estoy bien.
De verdad.
No fue nada grave.
Él bajó la mirada hacia su muñeca vendada con pomada y bufó con fuerza.
Sus ojos aún ardían.
—Eso no fue “nada”.
Y lo sabes.
No me vengas con tu dulzura para calmarme,
porque esto… esto se sabrá.
Nuestros padres. Nuestros hermanos.
Todos se van a enterar.
Mariel soltó un pequeño suspiro resignado.
—¿De verdad quieres causar una guerra familiar por esto?
Isac giró la cabeza hacia ella con una sonrisa torcida, maliciosa y demasiado satisfecha.
—No es una guerra.
Es justicia.
Y entre nosotros… sabes que Valen, Victor y Faelan, están esperando cualquier excusa para partirle la cara a alguien.
Y si esa persona se atrevió a tocar a su preciosa hermana menor…
Se llevó una mano al pecho dramáticamente.
—¡Oh, pobre Caleb!
No sabrá ni por dónde vino la paliza.
Mariel rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
Ese humor negro, tan típico de su hermano, era lo que la mantenía a flote cuando sentía que todo ardía.
—Solo por eso, me aseguraré de que no se enteren… todavía.
—“Todavía”… ¿entonces admites que tengo razón? —preguntó él con una ceja alzada.
—Isac.
—Está bien, está bien…
vamos a hacer pasteles.
Solo porque eres mi hermana y no porque me muera de ganas de ver lo que va a hacer mamá si se entera. —añadió con media sonrisa, mientras le abría la puerta del auto.
Mariel se rió, más relajada, y subió.
El auto de la empresa los esperaba con las luces encendidas.
Al entrar, saludaron al resto del equipo, que ya iba charlando sobre decoraciones y empaques,
como si el corazón no acabara de sacudirse por completo.
Mientras el vehículo se ponía en marcha hacia el edificio D’Argent,
Mariel se recostó un momento en el asiento,
cerrando los ojos.
Faltaba tanto por hacer… pero también tanto por sanar.
Y por suerte, no estaba sola.