Un Último Deseo

Capítulo 14:

En los suburbios de Nueva York, donde las casas de madera con fachadas desgastadas se alineaban en calles tranquilas, el murmullo lejano del tráfico de la ciudad se mezclaba con el canto ocasional de los grillos. La tenue luz anaranjada de las farolas proyectaba sombras largas en las aceras, y en una pequeña casa de techos bajos y cortinas de encaje en las ventanas, Amelie terminaba de atarse las zapatillas frente al espejo del pasillo.

Llevaba unos jeans oscuros y una camiseta negra sencilla que combinaba con el delantal que usaría en el trabajo. Su cabello oscuro estaba recogido en una coleta alta, dejando su rostro despejado. A pesar de su juventud, su mirada reflejaba madurez y determinación, signos de alguien que había aprendido a valerse por sí misma demasiado pronto.

Desde la cocina, la voz de su abuela Margaret resonó con el tono dulce pero firme de siempre.

— ¿Estás segura de que no necesitas que te prepare algo para llevar? No entiendo cómo te las arreglas con esos horarios tan largos de trabajo.

La muchacha sonrió con ternura. Sabía que su abuela nunca dejaría de preocuparse por ella, sin importar cuántas veces le asegurara que estaba bien. Entró a la cocina, donde Margaret estaba sentada junto a una taza de té caliente. La mujer, de casi setenta años, tenía el cabello completamente plateado y el rostro surcado por arrugas que contaban historias de sacrificio y amor incondicional. A pesar de los años, su espíritu seguía siendo fuerte, y su mirada reflejaba la sabiduría de una vida bien vivida.

— No te preocupes, abuela. El matrimonio para el que trabajo es muy generoso— dijo Emma, usando la mentira que había mantenido por meses, su abuela creía que ella trabajaba de niñera para un matrimonio de médicos adinerado, pero en realidad la muchacha trabajaba en un bar— Siempre tienen algo preparado para que coma antes de mi turno.

Margaret frunció los labios, como si no terminara de convencerse, pero asintió.

— Está bien, querida. Solo asegúrate de cuidarte, ¿sí? No quiero que te sobrecargues.

Emma se inclinó y besó la frente de su abuela con suavidad.

— Siempre lo hago, abuela. Y sabes que no trabajaría tanto si no fuera porque quiero que tú también estés bien.

La anciana le tomó la mano y la apretó con cariño.

— Ya haces demasiado por mí, mi niña. Tu madre estaría tan orgullosa...

Amelie tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Su madre había sido su pilar, aunque con el paso del tiempo sus recuerdos se habían vuelto difusos. Había muerto en un accidente cuando ella era solo una niña, dejando un vacío que su abuela había tratado de llenar con todo su amor.

— La que está orgullosa soy yo, abuela—respondió con una sonrisa forzada— Por todo lo que has hecho por mí.

Margaret la observó con ternura, como si quisiera grabarse cada detalle de su rostro antes de que se marchara.

— Te quiero, Meli.

— Y yo a ti— susurró Amelie antes de levantarse y ponerse la chaqueta.

Margaret la vio salir por la puerta y, desde la ventana, la siguió con la mirada mientras se alejaba por la acera. Aunque no se lo decía, algo dentro de ella la inquietaba. Tal vez era el instinto de una mujer que había vivido demasiado, o simplemente el temor de que su nieta estuviera soportando más peso del que debía.

A varios kilómetros de distancia, Amelie bajó del autobús en el centro de la ciudad, donde la energía nocturna vibraba con intensidad. Los rascacielos iluminados se alzaban majestuosos sobre las calles repletas de gente. A esa hora, los oficinistas se mezclaban con los jóvenes que buscaban diversión en bares y clubes nocturnos.

"The Midnight Lounge", el bar donde Amelie trabajaba, estaba ubicado en una esquina discreta, con un letrero de neón parpadeante y una puerta de madera maciza. Era un sitio bastante elegante, y tenía su encanto. Había quienes llegaban después de largas jornadas laborales en busca de un trago y otros que simplemente querían olvidar sus problemas por unas horas.

Amelie entró como siempre por la puerta trasera, saludando a algunos compañeros con un gesto rápido antes de colgar su chaqueta y colocarse el delantal negro. El aroma a alcohol, tabaco y comida frita impregnaba el ambiente, una mezcla característica del lugar.

Su mejor amiga, Dana, estaba en la barra, limpiando vasos con movimientos rápidos y eficientes. Cuando vio a la muchacha, sonrió y le extendió una bandeja llena de vasos vacíos.

— Llegas justo a tiempo. Está lleno hoy, así que prepárate para una noche agitada.

Amelie suspiró y se ató el delantal.

— ¿Cuando no lo está?

Dana rio y le dio una palmada en el hombro.

— Eso es cierto. Pero piensa en el dinero, chica. Solo unos cuantos turnos más y podremos pagarnos ese viaje a la playa que siempre soñamos.

Amelie sonrió, aunque en su interior sabía que sus ahorros no eran para un viaje. Todo lo que ganaba lo destinaba a cubrir las facturas y asegurarse de que su abuela no tuviera preocupaciones.

La noche transcurrió con rapidez. Meli se movía entre las mesas con la destreza de alguien que conocía cada rincón del lugar perfectamente. A pesar del bullicio, mantenía una sonrisa para los clientes, incluso cuando algunos intentaban coquetear con ella de manera torpe o insistente.

— Amelie, mesa cinco— le indicó Dana, señalando a un grupo de hombres trajeados que conversaban animadamente.

Ella asintió y se acercó con su bloc de notas.

— ¿Qué les traigo?

Uno de los hombres, con el corbata ligeramente desajustada, sonrió con exceso de confianza.

— Lo que sea que recomiende la mesera más guapa del lugar.

La muchacha contuvo una mueca y mantuvo su expresión profesional.

— Un whisky doble para mí— intervino otro de los hombres, cortando el momento incómodo.

— Enseguida— respondió Emma, tomando nota antes de retirarse.

Dana la esperaba en la barra con una sonrisa burlona.

— Siempre tienes un imán para los borrachos.

— Es mi talento oculto— bromeó Amelie mientras dejaba las órdenes.

La noche continuó y, mientras servía otra copa, un pensamiento cruzó por su mente: ¿Y si algún día todo cambiara? ¿Y si, por una vez, la vida le diera una sorpresa que no pudiera anticipar?

Lo que Amelie no sabía era que, a miles de pies de altura, un avión se dirigía hacia su ciudad, llevando consigo a tres jóvenes que estaban a punto de alterar su vida de maneras que nunca hubiera imaginado.