La Extra Es Una Detective

Mira a Magnus dormido al lado suyo y sonríe, acariciando el rostro de este. Había quedado profundamente dormido antes de que pudieran hacer algo, sin duda estaba cansado y más con el trabajo que tiene como emperador.

—Eres la primera persona que se atreve a tocar al emperador de esta manera —dice Magnus, abriendo los ojos. La chica sonríe ante sus palabras.

—Y creo que es la primera vez que el emperador ha pasado por una ventana para entrar en la habitación de una joven señorita soltera como yo —sonríe.

—En eso tiene razón —Magnus toma la mano de la chica, reteniéndola sobre su rostro—. Es la primera vez que hago esas locuras. —Ríe.

—Quisiera pedirle ayuda en algo —dice la chica, mirando a Magnus. No sabía si este aceptaría ayudarla, pero era su oportunidad. Magnus la mira, esperando que continúe. —Quisiera que ayudará a Alethea a romper su compromiso con el príncipe Daylon —lo mira directamente a los ojos.

—¿Por qué? —pregunta Magnus.

—Ella quiere romper el compromiso, pero su padre no está de acuerdo. Además, usted bien lo ha visto: el príncipe no la valora y ella no merece pasar por esa humillación que pasó antes en el banquete. Sin embargo, si usted rompe el compromiso, su padre no podría hacer nada.

—El matrimonio fue un edicto imperial de mi padre antes de fallecer, por lo cual no será fácil —dice Magnus y Aelin suspira—. Pero que no sea fácil no significa que no pueda hacerlo —sonríe ante las palabras de Magnus. —Sin embargo, me pregunto qué me darías a cambio de esto —dice el hombre sonriendo coqueto y tomando Aelin en la cintura.

—¿Qué quieres tú? —responde, siguiendo el juego del hombre. Mira a Magnus y justo cuando estaba a punto de besarla, alguien toca la puerta. Aelin se levanta de golpe, mirando la puerta.

—¿Señorita, está despierta? ¿Puedo pasar? —se escucha la voz de su doncella personal al otro lado de la puerta.

—¡Espera! —se levanta con rapidez, no podía dejar que encontraran a Magnus en su habitación en plena mañana—. Tiene que irse —toma al hombre de la mano. Quien afortunadamente estaba vestido ya que ellos no habían hecho nada.

—¿Dónde quieres que salga? —pregunta Magnus, a diferencia de Aelin, que se encontraba paranoica, Magnus estaba tranquilo.

—Entró por la ventana, así que puede salir por ahí. Tiene que irse, no puedo dejar que mi doncella lo vea aquí —dice Aelin.

—Vendré a verte esta noche —es lo único que dice el hombre antes de plantar un fogoso beso en los labios de Aelin, quien corresponde para luego empujarlo por el hombro.

Después de que Magnus haya salido por la ventana, Aelin arregla su pelo y finalmente le da permiso a su doncella para que entre en la habitación.

—¿Señorita, se encuentra bien? —cuestiona la doncella, mirando alrededor, pues desde afuera escuchó como si su ama estuviera hablando con alguien más.

—Sí, ¿por qué? —sonríe nerviosa.

— Parecía que la escuche hablando con con alguien.

—Ah, no me hagas caso, solo estaba hablando conmigo misma —dice Aelin.

Ya en el palacio, Magnus se encontraba en su trabajo como siempre. Sin embargo, al observar cómo su secretario no dejaba de mirarlo, alzó una ceja para luego mirarlo.

—¿Qué pasa? —pregunta finalmente, sabiendo que su secretario probablemente quería hablar o preguntar algo que no se atrevía.

—Usted llegó en la mañana y estuvo desaparecido toda la noche, no estuvo en el lugar habitual, sino que desapareció por completo —dice el secretario.

—Fui a dar un paseo —responde Magnus.

—¿Toda la noche? —fulmina a su secretario con la mirada, quien desvía la mirada fingiendo toser.

—En vez de estar parloteando, necesito que traigas a la familia de la señorita Alethea aquí, junto al príncipe Daylon —ordena.

—¿Les dará el día de la boda? —pregunta alguien.

—No, este matrimonio llegará a su fin hoy —responde Magnus.

El secretario abre los ojos de sorpresa, pues todos sabían que el matrimonio entre Alethea y Daylon fue un edicto imperial del antiguo emperador, lo cual significa que si Magnus rompía el compromiso estaría desafiando a su padre y, sin duda, los ministros no estarían contentos con eso.

Tal como había pedido Magnus, tanto Alethea, su familia, junto a Daylon fueron convocados en la sala del trono, al igual que los ministros, que se encontraban en fila.

—Saludos, su majestad —dice Alethea, haciendo una leve reverencia, al igual que Daylon.

— Saludos, tío. Su majestad de nuestro imperio.

—Iré directo al grano: el matrimonio arreglado de la señorita Alethea con el príncipe Daylon queda anulado oficialmente —declara Magnus. Todos los ministros jadean, mirándose entre sí, no esperaban esa noticia.

—Su majestad no puede hacer eso, el matrimonio de mi hija con el príncipe fue un edicto de nuestro antiguo emperador —interviene el padre de Alethea, haciendo una reverencia.

—Eso lo tengo claro, pero ahora yo soy el emperador. Un edicto imperial que fue dado por mi padre, que ya no está vivo, no es válido —responde Magnus.

—Pero... —intenta decir el padre de Alethea.

—Además, ese asunto no le concierne. Después de todo, es su hija la que se casaría con el príncipe, no usted. Lo único que quiero escuchar es si la señorita Alethea está de acuerdo con esta ruptura. — Mira Alethea.

El príncipe sonríe, sabiendo que Alethea no sería capaz de aceptar, pues él, más que nadie, sabía que la chica lo amaba demasiado como para aceptar. Sin embargo, sus pensamientos se esfumaron tras las siguientes palabras de Alethea.

—Estoy de acuerdo, su majestad. — Respondió sin siquiera pensarlo dos veces.

—Has pasado por mucho desde que te comprometiste con mi sobrino, por lo tanto mereces una recompensa. Dime, ¿qué es lo que quieres? Es tu única oportunidad —dice Magnus.

—Le agradezco su ayuda, majestad. Solo quisiera poder unirme a los soldados imperiales —responde Alethea.

Ante las palabras de Alethea, su padre casi se desmaya.

—Tonterías, ¿desde cuándo has visto que una mujer sea apta para unirse a los soldados? —interviene uno de los ministros, ya disgustado.

—No le he dado la palabra —Magnus fulmina al ministro con la mirada, causando que este baje la mirada.

—Si es así, le cumpliré su deseo, señorita Alethea. Hablaré con el general para que le dé la bienvenida —dice Magnus.

Alethea no puede evitar sonreír, feliz, y hace una reverencia.

—Muchas gracias, su majestad

—Si es así, puede retirarse.

Antes de irse, la chica mira al príncipe y rodea los ojos, pasando de largo, feliz de haberse librado de esa escoria.

«Gracias, señorita Aelin» —piensa Alethea, segura de que todo se debía a Aelin, lo cual estaba eternamente agradecida.