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EL MAESTRO DE LA MUERTE

EL MAESTRO DE LA MUERTE

Status: Terminada
Genre:Escena del crimen / Completas
Popularitas:277
Nilai: 5
nombre de autor: José Luis González Ochoa

Haniel Estrada ha logrado obtener su título oficial de detective de la policía tras los eventos ocurridos en contra de su ahora muerto padre.🕵️‍♂️

Ahora como el tutor de su hermana adolescente y de la hija del detective Rodríguez, debe dividir su tiempo entre ser "Padre" y su pasión, pero toda felicidad tiene su fin.🙃

Su medio hermano Carlos ha jurado venganza en contra de Haniel y sus protegidas por la muerte de su padre y promete ser el próximo asesino serial y superar a su padre😬

¿Podrá Haniel proteger a sus seres queridos y evitar tantas muertes como las que ocurrieron antes?💀

NovelToon tiene autorización de José Luis González Ochoa para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

EL PESO DE LAS APARIENCIAS

El sonido seco de las ruedas del avión aún retumbaba en los oídos de Haniel cuando atravesó junto con Erick y Víctor las puertas del pequeño aeropuerto del condado. Afuera, el aire era distinto: más limpio, más silencioso, con una calma que parecía casi artificial. La ausencia de patrullas, retenes o cámaras de seguridad llamaba la atención de inmediato. Todo parecía perfecto, como si aquel lugar hubiera sido diseñado para transmitir la sensación de que allí no existía el peligro.

Un auto negro esperaba en la entrada, y un chofer impecablemente vestido los saludó con un gesto rígido. Sin intercambiar palabras, los condujo por carreteras impecables, bordeadas de árboles simétricamente plantados, hasta llegar a un edificio de arquitectura moderna, con grandes ventanales y muros blancos que reflejaban la luz del mediodía.

Haniel no tardó en comprender que aquel edificio era más que un centro de reuniones: era un símbolo. Cada detalle parecía gritar orden, prosperidad y control.

Los recibió un hombre robusto, de traje oscuro, cuyo rostro curtido por la edad mantenía aún una sonrisa diplomática.

—Agente Estrada —dijo con voz profunda—. Bienvenido al condado. Soy Esteban Ramírez, presidente del consejo de inversionistas.

Haniel estrechó su mano, sin sonreír. Erick observaba todo con atención, y Víctor permanecía un paso atrás, como si no quisiera robar protagonismo.

El salón de conferencias estaba dispuesto como un escenario: una larga mesa ovalada, lámparas de cristal colgando del techo y diez sillas ocupadas por hombres y mujeres vestidos con elegancia. La tensión en el ambiente era palpable, aunque todos trataban de disimularla con cordialidad.

Haniel tomó asiento. Sus ojos recorrieron a los presentes: políticos, empresarios, dos representantes de seguridad privada y un sacerdote, cuya sotana negra contrastaba con el lujo que lo rodeaba.

Fue Esteban quien abrió la reunión:

—Gracias por venir, agente Estrada. Sabemos de su reputación. Su presencia aquí es un voto de confianza, no solo para nosotros, sino para el futuro de este condado.

Haniel lo escuchó en silencio, su mirada fija en el hombre, pero con los sentidos alerta.

—Sabrá usted que este lugar está en un momento crítico —continuó Esteban—. El decreto que oficializará nuestra anexión al país está a punto de firmarse. Inversionistas de todo el mundo han apostado por este proyecto. Un santuario libre de violencia, un modelo de lo que el resto de la nación podría llegar a ser.

Uno de los empresarios golpeó suavemente la mesa con la palma de la mano, interrumpiendo.

—Pero tenemos un problema. Un crimen. Y no cualquier crimen… un asesinato ritual.

Los murmullos se alzaron entre los presentes. Víctor carraspeó, pero fue Haniel quien intervino:

—Ya vi las fotografías. —Su voz era firme, sin emoción aparente—. No fue un accidente, y ustedes lo saben.

El silencio cayó de nuevo. El sacerdote bajó la cabeza, como si confirmara con ese gesto lo que nadie quería admitir.

—Exacto —dijo Esteban con voz grave—. Y ese crimen amenaza con destruirlo todo. No podemos permitir que la prensa se entere, ni que los familiares sospechen. Si la verdad sale a la luz, los inversionistas retirarán su apoyo y el decreto quedará en el aire.

Haniel entrecerró los ojos.

—Entonces me trajeron aquí no para hacer justicia… sino para mantener las apariencias.

—Para resolver el problema —corrigió Esteban, con una sonrisa fría—. Y creemos que usted es el único capaz de hacerlo.

Otro de los hombres, un político de mirada dura, intervino:

—Según la información de Víctor, este crimen lleva la marca de alguien cercano a usted.

Haniel sintió cómo la tensión le recorría la espalda. Sabía perfectamente a quién se referían.

—Carlos… —susurró Erick, casi sin querer.

Los presentes se miraron con incomodidad, como si el nombre mismo ensuciara la pulcritud de aquella sala.

—Si es él, deben entender algo —dijo Haniel, su voz sonaba grave, contenida—. No buscan solo manchar la imagen de su condado. Buscan a mí. Esto es personal.

Víctor lo observaba en silencio, con una media sonrisa que parecía anticipar cada palabra.

Esteban se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—Por eso lo necesitamos aquí. Nadie más puede anticipar los movimientos de Carlos. Nadie más tiene la experiencia para atraparlo.

El empresario que antes había hablado ahora deslizó un sobre cerrado hacia Haniel. El gesto fue casi teatral.

—En este sobre hay una propuesta formal: un incentivo económico por su trabajo aquí, además de garantías de protección para su familia. Queremos dejar claro que esto no es solo una misión… es una alianza.

Haniel apoyó la mano sobre el sobre, pero no lo abrió. Sus ojos, fríos, se clavaron en los de Esteban.

—Escucharé lo que tengan para ofrecerme —dijo finalmente—. Pero no me pidan encubrir la verdad.

Los rostros de los presentes se tensaron, pero nadie respondió de inmediato. En ese silencio cargado, Haniel supo que había cruzado una línea peligrosa. Porque en aquel lugar, la verdad era el enemigo más grande.

Entonces, otra figura habló por primera vez: una mujer de cabello oscuro, mirada penetrante y voz suave.

—De hecho, ya tenemos un primer indicio. —Se inclinó hacia adelante y abrió una carpeta que había estado frente a ella todo el tiempo—. Una grabación de seguridad, tomada en las inmediaciones de la zona del crimen.

Giró la carpeta hacia Haniel. En la hoja impresa aparecía un fotograma borroso, con la silueta de un hombre encapuchado que se alejaba por un callejón.

—Sabemos que este individuo estuvo preguntando por su hermano —añadió la mujer—. No hemos confirmado su identidad, pero creemos que podría ser uno de los seguidores de Carlos.

Haniel tomó el papel, lo estudió en silencio. Había algo en aquella evidencia que le resultaba demasiado oportuno. Demasiado limpio.

—¿Quién obtuvo esto? —preguntó.

—Nuestros equipos de seguridad privada —respondió Esteban sin titubear—. Y confiamos en que usted sabrá seguir el rastro.

Haniel asintió lentamente, aunque en su interior la sospecha crecía. Todo olía a manipulación.

La reunión terminó sin más acuerdos. Afuera, el aire de la tarde olía a césped recién cortado y a un silencio incómodo. Haniel salió al balcón del edificio, encendió un cigarro y se quedó mirando el horizonte, donde las casas parecían todas demasiado perfectas, como piezas de maqueta.

Erick se unió a él, guardando también silencio. Solo cuando Haniel exhaló la primera bocanada habló:

—Viste sus caras, ¿verdad? —preguntó, sin mirarlo—. No quieren justicia. Quieren una fachada limpia, aunque tengan que poner cadáveres debajo.

Erick asintió.

—Lo sé… y Víctor tampoco me inspira confianza.

Haniel soltó una risa seca.

—Víctor no es un aliado. Es un perro que sirve al amo que más le pague. Pero lo necesitamos cerca… aunque solo sea para saber qué oculta.

Erick lo miró, notando el cansancio en su voz, pero también esa determinación férrea que lo había acompañado siempre.

—¿Y nosotros qué haremos? —preguntó.

Haniel lanzó el cigarro a un cenicero de piedra.

—Lo de siempre. Buscar la verdad, aunque nadie más la quiera.

El viento agitó las ramas de los árboles al pie del balcón, y por un instante, Erick pensó que aquella calma era solo el disfraz de algo mucho más oscuro.

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