Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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El Secreto de la Espada
El viento frío de la madrugada soplaba con fuerza mientras Griffin y Amaris seguían su camino hacia Amanecer. El ambiente se había vuelto más pesado con cada kilómetro recorrido, como si una amenaza invisible los estuviera acechando en la distancia. A pesar de la urgencia de su viaje, el silencio entre ellos se sentía cargado de preguntas no formuladas. Ambos guardaban secretos, pero ahora había una tensión diferente en el aire, un entendimiento mutuo de que ambos ocultaban algo más allá de lo que habían revelado hasta ese momento.
Amaris no podía dejar de pensar en la espada de Griffin. Desde el momento en que había visto cómo la hoja no brillaba en su presencia, sabía que había algo más en esa arma. Griffin no era solo un cazador de recompensas. Había algo en él, una conexión con fuerzas mayores que lo diferenciaba del resto de los humanos que había conocido. Y ahora, mientras cabalgaban hacia Amanecer, su curiosidad crecía con cada paso de su montura.
No podía evitarlo. El vínculo que sentía con él, como su mate, hacía que cada detalle sobre Griffin importara más de lo que quería admitir. Su raza, su historia, todo lo que ocultaba bajo esa fachada de cazador, le interesaba profundamente. Y esa espada… esa espada tenía algo especial.
Finalmente, Amaris rompió el silencio que los había acompañado durante el último tramo del viaje.
—Tu espada —dijo, su voz tranquila pero inquisitiva—. No brilló cuando me enfrentaste. Dijiste que eso significaba que no soy una amenaza, pero nunca he visto una espada que reaccione así. ¿Cómo funciona? ¿Qué la hace diferente?
Griffin mantuvo la mirada en el camino frente a él por un momento, como si estuviera considerando cómo responder. La verdad era que no le gustaba hablar de la espada. Era algo personal, una conexión sagrada con su dios, Herodio. Pero después de lo que había visto de Amaris, sentía que debía ser honesto con ella, al menos en parte.
—No es solo una espada —respondió finalmente, su tono más bajo de lo habitual—. Es un arma sagrada. Fue consagrada por Herodio, el dios de la luz y el fuego. Soy su apóstol, y a través de esta espada, su voluntad se manifiesta. No brilla a menos que estemos en presencia de criaturas oscuras, seres que desafían el equilibrio de la vida y la muerte.
Amaris frunció el ceño, asimilando lo que él acababa de decir. La idea de que Griffin fuera un apóstol de un dios no era algo que hubiera considerado antes. Había oído hablar de Herodio, por supuesto, el dios venerado por algunos pueblos, pero nunca había conocido a alguien que afirmara tener una conexión directa con él.
—Un apóstol —repitió ella, sus ojos fijos en Griffin—. Entonces, ¿tu espada te guía en las batallas? ¿Cómo llegaste a ser apóstol de un dios?
Griffin dejó escapar un suspiro, como si contar esa parte de su historia le pesara más de lo que quería admitir. Pero algo en la mirada de Amaris lo hizo abrirse. Quizá fuera el vínculo tácito que había empezado a formarse entre ellos, o tal vez porque sentía que ella lo entendería de una manera que otros no lo harían.
—No fue una elección —dijo, su voz más suave, como si estuviera recordando algo distante—. Cuando era niño, los rebeldes atacaron Amanecer. Perdí a mi familia, mi hogar, todo lo que conocía. Me quedé solo en el mundo, y pensé que no sobreviviría. Pero entonces, Herodio me encontró. Me salvó de la muerte y me ofreció un propósito: purgar el mal del mundo. Desde ese momento, fui marcado como su apóstol. Mi espada es la manifestación de su poder, y mis misiones están dictadas por él. A través del fuego sagrado, recibo las instrucciones de qué criaturas deben ser eliminadas, y esa es mi vida desde entonces.
Amaris lo miraba atentamente mientras hablaba, cada palabra resonando en su interior. Ella también había sido criada con un propósito claro, una misión de proteger su raza y su reino. En muchos sentidos, entendía la devoción y el sacrificio que Griffin describía, pero también sentía el peso de ese secreto que él llevaba. Ser apóstol de un dios no era algo que pudieras compartir libremente, al igual que ser una mujer lobo no era algo que ella pudiera revelar a cualquiera.
—Así que tú también guardas un secreto —dijo Amaris, su tono más suave ahora, pero cargado de comprensión.
Griffin esbozó una sonrisa ladeada, una que no alcanzaba sus ojos.
—Supongo que no somos tan diferentes —respondió—. Ambos cargamos con cosas que no podemos contarle a nadie más.
Amaris asintió lentamente, pero su mente seguía trabajando, tratando de entender más sobre la conexión de Griffin con Herodio. Una espada sagrada, misiones dictadas por un dios… Todo eso la hacía pensar en lo cerca que él estaba del poder divino, y de cómo eso afectaba su vida. Pero también sentía una inquietud. El vínculo entre ellos, su lazo de mate le hacía querer acercarse a él más de lo que podía permitirse. Quería entenderlo, protegerlo, pero sabía que no podía revelarlo todo. No aún.
—Y las misiones que recibes… —preguntó ella, con cautela—. ¿Vienen directamente de Herodio? ¿Siempre tienes un propósito en cada caza?
Griffin asintió.
—Siempre —respondió—. El fuego sagrado es el medio por el cual Herodio se comunica conmigo. Me muestra las tierras infestadas de criaturas oscuras, me indica qué debe ser purgado. Esas criaturas… los vampiros, los muertos vivientes, y cualquier cosa que desafíe el ciclo natural de la vida y la muerte. Esa es mi misión. Mi propósito.
Amaris sintió un escalofrío recorrer su espalda. En cierto modo, ella y su manada también tenían un propósito similar: proteger y servir al reino, mantenerse ocultos y eliminar cualquier amenaza que pudiera destruir el equilibrio. Pero Griffin… Griffin lo hacía con el respaldo de un dios, con un poder que pocos en el mundo podrían siquiera comprender.
—Es increíble que confíes en algo tan poderoso —comentó ella, su tono más reflexivo—. Debe ser difícil llevar una vida así, siempre al servicio de algo más grande que tú.
Griffin la miró de reojo, asintiendo lentamente.
—Es difícil, sí —admitió—. Pero también me da fuerza. Herodio me salvó cuando todo estaba perdido, y ahora sé que mi vida tiene un propósito más allá de mí mismo. Aunque eso también significa que debo guardar muchos secretos. No puedo compartir lo que hago con nadie, no puedo permitirme confiar en la mayoría de las personas. Pero tú… —Griffin se detuvo, buscando las palabras adecuadas—. Tú también tienes tus propios secretos, lo sé. Y después de lo que vimos esta noche… creo que, de alguna manera, estamos en la misma posición.
Amaris lo miró fijamente, sintiendo que había algo más que quería decir, pero antes de que pudiera responder, un estruendo a lo lejos los hizo detenerse. Ambos giraron la cabeza hacia el sonido. Algo se movía entre los árboles, un grupo grande que avanzaba con rapidez.
Griffin frunció el ceño, llevando instintivamente la mano a la empuñadura de su espada.
—¿Qué es eso? —preguntó, su tono ahora serio.
Amaris, con sus sentidos de loba más alerta que nunca, reconoció de inmediato el sonido.
—Mi manada —dijo rápidamente, con un tono de urgencia—. Algo está sucediendo. Debemos regresar a Amanecer ahora.
Griffin asintió sin dudar, girando su caballo hacia el sendero. Sabía que cualquier respuesta que Amaris pudiera darle sobre sus secretos tendría que esperar. Algo más importante estaba sucediendo, y el tiempo apremiaba.
Mientras cabalgaban a toda velocidad de vuelta a Amanecer, Amaris no podía dejar de pensar en la espada de Griffin y en la conexión que él tenía con su dios. El vínculo de mate entre ellos seguía tirando de ella con fuerza, pero el destino parecía decidido a interponerse una vez más entre ellos.
Las respuestas tendrían que esperar… pero no por mucho tiempo.