Ansel y Emmett han sido amigos desde la infancia, compartiendo risas, aventuras y secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una amistad inquebrantable se convierte en un laberinto emocional cuando Ansel comienza a ver a Emmett de una manera diferente. Atrapado entre el deseo de proteger su amistad y los nuevos sentimientos que lo consumen, Ansel lucha por mantener las apariencias mientras su corazón lo traiciona a cada paso.
Por su parte, Emmett sigue siendo el mismo chico encantador y despreocupado, ajeno a la tormenta emocional que se agita en Ansel. Pero a medida que los dos se adentran en una nueva etapa de sus vidas, con la universidad en el horizonte, las barreras que Ansel ha construido comienzan a desmoronarse. Enfrentados a decisiones que podrían cambiarlo todo, ambos deberán confrontar lo que realmente significan el uno para el otro.
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📌Novela Gay.
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Capítulo 14. Posesividad innegable.
Ansel se miró al espejo después de terminar su ducha. Las gotas de agua resbalaban por su rostro mientras su cabello, pegado a la frente, goteaba. Giró el rostro hacia un lado y tocó con suavidad la marca que Emmett había dejado en su piel. Estaba en un lugar donde ni siquiera una camisa de cuello alto podría cubrirla. Luego, miró el otro lado de su cuello, donde había una marca similar, aunque un poco más abajo.
Se golpeó la frente con la mano. Debía comenzar a poner límites y no dejarse llevar por lo que sentía. Si bien le encantaba la idea de llevar una marca de Emmett en su cuerpo, detestaba la idea de tener que darle a sus padres una explicación razonable.
Después de vestirse, buscó en su cajón unos audífonos grandes y los colocó audazmente sobre la mordida de Emmett para cubrirla. Por suerte, sus padres estaban ocupados y apenas le prestaron atención.
—Mamá, iré con Emmett después de clases para que saque su licencia de conducir. Hoy nos llevará su madre —informó mientras tomaba una manzana y una pera del frutero.
—De acuerdo, pero vayan con cuidado.
—Lo haremos —Ansel se despidió y salió corriendo. Benjamín miró a su esposa y levantó una ceja; ella negó con la cabeza y él asintió, comprendiendo su respuesta silenciosa.
Ansel cruzó la calle y saludó amablemente a Marielle, la madre de Emmett.
—Sube, Ansel, Emmett ya viene.
Él asintió y se acomodó en el asiento trasero. Mientras esperaba a su amigo, contestaba unos mensajes de Evan, quien le había enviado algunas fotografías y el nombre del chico al que pretendía coquetearle. El chico era un poco más alto que él, de cabello negro y ojos oscuros, con piel ligeramente bronceada y cuerpo atlético. No era realmente atractivo, pero tampoco feo. O tal vez era porque, en su enamoramiento, Ansel no podía ver a nadie más atractivo que Emmett. Aunque, si lo pensaba bien, Evan siempre le había parecido guapo.
—¿Qué haces? —La voz de Emmett lo hizo esconder instintivamente el celular.
—Nada —respondió con una sonrisa nerviosa. Si Emmett descubría su plan, todo se arruinaría.
—Bien. Ya podemos irnos —informó a su madre mientras lanzaba una mirada de reojo a Ansel, quien guardaba el celular en su mochila. Emmett lo conocía a la perfección; claro que Ansel estaba ocultando algo, y seguramente tenía que ver con el idiota de Evan.
Al llegar al campus de la universidad, los dos amigos caminaron hacia la entrada. Alex y Ronan también estaban llegando, y juntos entraron al edificio. Ansel podía sentir la mirada furtiva de Ronan en su cuello. Seguramente se había dado cuenta de las mordidas que Emmett le había dejado.
—Ansel, ¿estás bien? —Alex ladeó la cabeza, examinándolo con esos ojos que siempre le provocaban escalofríos.
—Sí, ¿por qué? ¿No me veo bien? —Ansel sonrió con nerviosismo, echando un vistazo a Ronan y luego a Emmett. Los tres amigos lo miraban con sospecha, pero ninguno dijo nada.
—Mi clase está por comenzar. Nos vemos después —se despidió Alex con un movimiento de manos antes de marcharse, no sin antes darle una última mirada a Ansel y a Ronan.
Ronan hizo lo mismo, y justo cuando Ansel estaba por irse, Emmett lo agarró del brazo y lo arrastró por un pasillo. Buscó una puerta hasta que encontró un lugar vacío. Ansel fue empujado dentro y descubrió que era un pequeño cuarto de limpieza. Se giró para mirar a Emmett, lleno de confusión.
—¿Estás así por Evan? —preguntó Emmett de manera directa. Ansel, sorprendido, retrocedió un paso, pero el lugar era tan pequeño que pronto su espalda chocó contra la pared.
—No, por supuesto que no. ¿De qué tonterías estás hablando? —respondió, mirando hacia otro lado. Aunque sí estaba nervioso por su plan, la mirada de Ronan lo había puesto más inquieto. Ronan era fácil de influenciar bajo las manos de Alex, y dudaba que pudiera mantener el secreto por mucho tiempo.
—No me mientas, Ansel —la voz de Emmett se volvió más oscura mientras se acercaba peligrosamente, acorralándolo contra la pared. Con un rápido movimiento, lo sujetó por la cintura, pegándolo a su cuerpo, y con la otra mano levantó su barbilla, obligándolo a mirarlo directamente—. ¿Estás pensando en ese bastardo?
Ansel no respondió. Su corazón latía desbocado ante la posesividad de Emmett, olvidando por un momento que su plan original era mencionar a otro chico.
—Te lo advertí antes, pero te lo dejaré aún más claro ahora: cuando estés conmigo, no pienses en nadie más —Emmett susurró, con sus labios apenas rozando los de Ansel.
—Dijiste eso, pero solo cuando nos besamos —murmuró Ansel, sintiendo cómo cada palabra apenas rozaba los húmedos labios de Emmett—. Nunca dijiste que no podía pensar en nadie más cuando no nos estamos besando.
Emmett soltó una risa cargada de irritabilidad—. Te lo dije antes, Ansel. Tú me perteneces —susurró mientras deslizaba su pulgar por los labios de Ansel, acariciando sin delicadeza. Luego, introdujo su dedo en la boca de Ansel, obligándolo a abrirla y sonriendo con satisfacción—. Tus labios, tus besos, son míos.
Ansel tragó saliva, sintiendo cómo Emmett colocaba una de sus rodillas entre sus piernas.
—Tu cuello está marcado con mis labios y mis dientes. Tus piernas y tu cintura ya conocen el roce de mis manos. ¿De verdad piensas que voy a dejar que alguien más te toque? —La voz de Emmett sonaba casi animal, llena de un deseo posesivo que dejó a Ansel petrificado, confundido, con docenas de preguntas arremolinándose en su mente—. Ansel, ya deberías saberlo: eres mío. Y lo que es mío, nadie más lo toca.
Antes de que Ansel pudiera articular una palabra, los labios de Emmett se apoderaron de los suyos con una intensidad que lo dejó paralizado por un momento. El beso no era simplemente un gesto de cariño; estaba cargado de una posesividad innegable, casi feroz, como si con cada movimiento de su boca quisiera marcar territorio, borrar cualquier vestigio de duda, y, sobre todo, de Evan. Ansel sentía cómo la lengua de Emmett dominaba la suya con una destreza que lo dejaba sin aliento, incapaz de pensar en nada más. Era un asalto abrumador a todos sus sentidos. El sabor de Emmett, la presión de sus labios, la firmeza de sus manos, todo conspiraba para que su mundo se redujera a ese instante.
Emmett, sin aflojar su agarre, dejó que una de sus manos descendiera lentamente desde la parte baja de la espalda de Ansel, trazando un recorrido íntimo y decidido hasta llegar a su trasero, donde lo apretó con firmeza, como si quisiera reafirmar su dominio sobre cada parte de su cuerpo. El gesto fue breve pero suficiente para enviar una descarga eléctrica a través del cuerpo de Ansel. Antes de que pudiera reaccionar, Emmett siguió su recorrido hasta la pierna de su amigo, levantándola sin esfuerzo y obligándolo a rodear su cintura. El corazón de Ansel latía con tanta fuerza que pensó que podía romperse en cualquier momento. Su cuerpo, movido por el puro instinto, se aferró al cuello de Emmett, buscando estabilidad mientras todo a su alrededor parecía perder sentido.
El ambiente en el pequeño cuarto de limpieza donde se encontraban era sofocante. El espacio cerrado amplificaba cada respiración, cada jadeo y cada latido. El aire cargado de la cercanía entre ambos parecía volverse más denso a cada segundo, como si incluso el propio espacio reconociera la intensidad del momento. La mano de Emmett, que hasta entonces había sostenido con firmeza el mentón de Ansel, abandonó su rostro solo para recorrer lentamente la pierna que rodeaba su cintura. Con un movimiento decidido, lo levantó por completo, presionándolo con fuerza contra la pared. Ansel sintió cómo su espalda chocaba con la superficie fría, pero ni siquiera eso fue suficiente para sacarlo del trance en el que estaba sumido.
Los labios de Emmett se movieron con una urgencia aún mayor, abandonando su boca para descender peligrosamente por la línea de su mandíbula, y de allí, seguir un recorrido lento y calculado por el cuello de Ansel. Cada mordida, cada beso y cada lamida era una reivindicación de lo que, según Emmett, le pertenecía.
Los dientes de Emmett se hundieron en la piel suave de su cuello, dejándole una marca evidente, un recordatorio imborrable de que era suyo. Ansel jadeó involuntariamente, su cuerpo respondiendo con pequeños temblores de placer a cada nuevo contacto de los labios y la lengua de Emmett. Su cabeza se echó hacia atrás, apoyándose contra la pared en un intento de encontrar algún tipo de ancla en medio del torbellino de sensaciones que lo embargaba.
Cada parte de su cuerpo vibraba con la energía de lo que estaba ocurriendo, su respiración era irregular, y aunque su mente gritaba que debía detenerse, su cuerpo lo traicionaba, entregándose por completo a la voluntad de Emmett. Los latidos de su corazón eran como un tambor desbocado en sus oídos, cada vez más rápidos, cada vez más fuertes, mientras sentía que el aire se volvía insuficiente, pero no le importaba. En ese momento, solo importaba Emmett y lo que le hacía sentir. Si su vida terminaba en ese preciso instante, lo haría sabiendo que había experimentado una sensación indescriptible.
Emmett, por su parte, no mostraba signos de detenerse. Sus besos se volvieron más voraces a medida que regresaba a la boca de Ansel, reclamando sus labios con una pasión incontrolable. Cada segundo del beso prolongado parecía estar cargado de una declaración tácita: Ansel le pertenecía, y no había lugar para nadie más. Finalmente, Emmett se apartó brevemente, solo para morder con firmeza el labio inferior de Ansel, dejándole una marca que, aunque no tan visible como la de su cuello, le recordaría quién dominaba ese espacio entre ellos.
Cuando finalmente lo bajó al suelo, lo hizo con lentitud, como si no quisiera romper la burbuja en la que ambos estaban inmersos. Ansel, que apenas lograba mantenerse en pie, sentía cómo sus piernas temblaban bajó los sofocantes besos de su amigo. Su respiración seguía siendo errática, su corazón golpeando con fuerza en su pecho mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder.
Emmett, en cambio, parecía perfectamente tranquilo, como si la tormenta que acababa de desatar sobre su amigo no fuera más que un simple juego para él. Con una sonrisa satisfecha en los labios, inspeccionó el cuello de Ansel, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y deseo al ver las marcas que había dejado en su piel. Luego, como si nada hubiera sucedido, le dio un beso rápido en los labios, uno que contrastaba completamente con la intensidad de todo lo anterior, y dijo con una naturalidad desconcertante:
—Vamos, tenemos que ir a clase.
Ansel permaneció inmóvil, sus pensamientos aún desordenados y su cuerpo intentando recuperarse del torbellino de sensaciones que había experimentado. Observó a Emmett salir del cuarto con la misma seguridad con la que había entrado, dejándolo solo con sus pensamientos. "Maldito seas, Ansel", se recriminó mentalmente, sintiendo una mezcla de frustración y culpa. Había prometido que le pondría límites, que no dejaría que Emmett lo dominara de esa manera. Y, sin embargo, aquí estaba, sin haber movido un solo dedo para detenerlo.
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Otro capítulo porque ayer no pude subir uno.