Isabella es la hija del Duque Lennox, educada por la realeza desde su niñez. Al cumplir la edad para casarse, es comprometida con el Duque Erik de Cork, un hombre que desconoce los sentimientos y el amor verdadero.
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CAPÍTULO 14 FIEBRES ALTAS
Isabella se encontraba sola en la cabaña, un espacio pequeño y rústico, impregnado con el olor a cuero, sudor y el heno de las caballerizas.
La incertidumbre la ahogaba. Todo lo que había aprendido en su vida, todo el protocolo, las reglas de la nobleza, parecía no tener ningún valor en el mundo del Duque Erik.
Se sentía como una novia abandonada. Una sensación de vulnerabilidad la invadió. ¿Cómo se suponía que iba a salir de ese lugar, vestida con un traje de novia embarrado, un zapato casi perdido, y en medio de un centenar de hombres? La incertidumbre se convirtió en una carga pesada en su corazón.
De pronto, escuchó un ruido afuera, el sonido de un carruaje que se acercaba. Su corazón dio un vuelco.
Se levantó de la silla, lista para correr, pero se detuvo. ¿A dónde iría? Estaba atrapada. Los pasos se acercaron a la puerta de la cabaña, y ella, inmóvil, se quedó de pie.
La puerta se abrió lentamente y una joven de vestiduras humildes entró. Hizo una reverencia, sus ojos fijos en el suelo, y dijo: "Señora, el duque me ha enviado por usted."
Isabella la observó con recelo. La joven traía en sus manos una muda de ropa, que ella reconoció de inmediato. Era uno de sus vestidos de día, una prenda de seda sencilla que usaba para sus estudios. ¿Cómo había llegado a sus manos? La chica, notando su inquietud, se apresuró a explicar: "El duque pidió que viniese acompañada por su hermana con algo de ropa para usted."
Un grito silencioso escapó del pecho de Isabella. Un grito de angustia. No solo ella había entrado a las caballerizas, sino también su hermana, Antonia.
¿Qué pensaba el Duque? ¿No le importaba la reputación de las mujeres? Y la de su hermana, que aún no había sido presentada a la sociedad, estaba en juego. Si se enteraban de que había estado en las caballerizas, la tacharían de mujer fácil.
Su angustia golpeó fuertemente su ánimo, una ola de pánico que la hizo agarrarse de su vestido para salir de la cabaña.
La joven se interpuso en su camino, su voz llena de nerviosismo. "Señora, entiendo su preocupación, pero solo usted sabe que la señorita se encuentra en el carruaje.
No era la intención del duque que ella viniese, ella lo solicitó. Por favor, cámbiese para poder salir antes de que la caballería estacione en la salida." La chica demostraba un gran nerviosismo por haberse interpuesto en el camino de una noble, pero le aterraba más desobedecer al Duque de Cork.
Isabella la miró con recelo. "Sabéis que lo que hacéis está mal, señorita," le dijo.
La joven suspiró, un sonido que denotaba su propia angustia. "Señora, es una afrenta contra la nobleza, pero... para el duque lo será más si no cumplo con su orden. El señor desea sacarla de este lugar de inmediato."
Isabella sintió que sus fuerzas la abandonaban. Las piernas le temblaron y se sintió mareada, como si el mundo girara a su alrededor.
La joven, viendo su estado, la tomó del brazo y la ayudó a sentarse. Trancó la puerta de la cabaña y, sin levantar la vista, la ayudó a quitarse el vestido de novia.
Isabella se sentía débil, como si el agotamiento de los últimos días hubiera colapsado su cuerpo. Pero notó que la chica nunca levantó su mirada cuando la ayudaba a cambiarse, aunque se sentía incómoda, no tenía fuerzas para negarse, siendo noble era independiente hasta en su vestir diario"¿Por qué bajáis vuestra mirada?" le preguntó.
La joven respondió con una voz que mostraba un respeto reverencial: "Usted es la Señora Cork. Le debemos ese respeto." Isabella no dijo nada. Solo pensaba que la servidumbre del Ducado del Sol se portaba de manera extraña.
Al terminar de organizarla, la chica le colocó un manto sobre la cabeza y la ayudó a salir de allí, apresurándose al carruaje donde su hermana la esperaba.
Al subir, Antonia la abrazó, su alivio era palpable. Le dio la orden al cochero de salir de allí de inmediato.
Antonia no podía creer lo que el duque había hecho. ¿En qué estaba pensando al arrastrar a su hermana a las caballerizas? Si su padre se enteraba, daría un grito al cielo, pero no tanto como el de su madre. La piel de Antonia se erizó de solo pensarlo.
El carruaje salió de la zona prohibida y las tres mujeres pudieron relajarse un poco. Antonia, aún preocupada, tocó la frente de su hermana y se dio cuenta de que tenía algo de fiebre.
Le ordenó al cochero aumentar la velocidad para dirigirse a la casa Lennox, pero Isabella, al escuchar su destino, levantó un poco la cabeza. "No me llevéis allí," le rogó. Regresar a casa sin su marido implicaba que había sido abandonada, y ella no quería que su familia estuviera en boca de todos.
Antonia, al escuchar sus razones, sintió una profunda lástima por su hermana. Pero no sabía a dónde dirigirse. La chica que las acompañaba, con un tono más seguro, les dijo: "El palacio... el duque tiene su propio espacio dentro del palacio. Es mejor llevarla a la casa real."
Antonia la miró con incredulidad. "¿Y si se molesta?" preguntó.
La chica rápidamente respondió: "No lo hará. El duque me dijo que la señora podía estar donde quisiera, y eso implica también sus aposentos en el palacio."
Isabella, en medio de la fiebre y el agotamiento, le dio una señal a Antonia para que la llevara allí. De esa manera, no preocuparía a su familia, y podría recuperarse en un lugar seguro.
El cochero cambió la orden, y siguiendo las indicaciones de la joven, llegaron a un pequeño palacio que quedaba en medio de un pequeño bosque, alejado del palacio principal. Al parecer, el duque buscaba guardar siempre distancia con el Rey.
Al llegar, bajaron con dificultad. Isabella estaba casi desmayada, y con gran esfuerzo, lograron entrarla y acostarla en una cama cómoda pero sencilla.
Antonia, cuestionó a la muchacha por haber venido sola y no venir con más servidumbre. Pensaba qué hubiese pasado si ella no hubiera estado allí. La chica únicamente se quedó en silencio.
Antonia salió y le entregó una carta al cochero, solicitando que fuera llevada de inmediato a la mansión Lennox. En la carta, explicaba que, debido a la partida del duque a las fronteras, se quedaría con su hermana unos días.
Ya habían pasado dos horas, pero la fiebre de Isabella no bajaba. La joven que se encontraba afuera, entró y manifestó que la caballería estaba a las puertas, lista para partir con el duque de Cork al mando y el Príncipe Miler.
Antonia no podía concebir cómo Erik había podido dejar a su hermana en una situación tan lamentable.
Era cierto que la guerra no daba tregua, pero hacía solo unas horas se habían casado, y ya se habían separado.
Lamentaba el destino de su pobre hermana, que yacía en una cama, enferma sin saber de qué. No era común que Isabella se enfermara. Esta era la segunda vez que la veía en cama con los mismos síntomas: fiebres altas y pérdida de conciencia.
El médico había dicho que era por agotamiento mental, y esta vez, ocurría lo mismo. Su hermana no había podido con toda esta situación, al punto que su cuerpo había colapsado.
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