Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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13. Cercanía inesperada
Ya pasaban las ocho de la noche, la biblioteca estaba casi vacía, pero Valeria repasaba sus apuntes por enésima vez. Sabía que ya no estaba procesando nada, pero se negaba a rendirse. Su vista seguía las líneas del texto sin realmente leer, hasta que una voz rompió su concentración.
- “¿Sigues viva o ya te rendiste ante el código civil?”, preguntó Gael.
Valeria levantó la mirada. Gael Sotelo estaba de pie frente a ella, con esa mezcla de serenidad y descaro que parecía natural en él. Se sentó a su costado sin esperar invitación, dejando sus libros sobre la mesa.
- “Estoy bien”, respondió Valeria, sin apartar los ojos de sus hojas.
- “Eso suena a respuesta automática. ¿Te molesta si me quedo aquí?”, preguntó Gael, acomodando sus papeles.
- “Hay mesas vacías por todas partes”, dijo Valeria.
- “Sí, pero ninguna con tu nivel de concentración. Quiero contagiarme”, comentó Gael.
Valeria lo miró de reojo. Él sonreía, como si esperara una réplica. No se la dio, pero una esquina de su boca se curvó apenas.
Durante un rato ambos fingieron estudiar. Ella trataba de concentrarse, pero podía sentir que él estaba cerca. Cada vez que Gael movía el bolígrafo o pasaba la mano por el cabello, su atención se desviaba. Terminó leyendo la misma frase tres veces.
- “Tienes una manía con el resaltador”, dijo él de pronto, sin levantar la vista.
- “¿Qué?”, preguntó ella confundida.
- “Cada tres líneas haces una pausa, subrayas y frunces el ceño. Siempre igual”, respondió él.
- “¿Me estabas cronometrando?”, inquirió ella.
- “No. Observando”, contestó Gael, levantando la mirada, sonriendo apenas. “Es interesante”.
Valeria lo miró con fingida seriedad.
- “¿Así estudias? ¿Analizando a los demás?”, preguntó Valeria.
- “A veces aprendo más que leyendo sentencias”, contestó, apoyando un brazo en la mesa.
Ella soltó una risa corta, casi imperceptible. El hielo entre ambos se rompió sin que ninguno lo notara del todo.
Pasaron unos minutos tranquilos. Valeria escribía algo en su cuaderno.
- “¿Por qué elegiste Derecho?”, preguntó Valeria sin saber la razón.
Gael parpadeó, como si la pregunta lo tomara por sorpresa.
- “Mi hermano estudió aquí antes que yo. Siempre decía que la justicia era lo único que valía la pena defender”, respondió Gael.
- “¿Y tú crees lo mismo?”, consultó Valeria.
- “A veces”, dijo Gael e hizo una pausa. “Otras no tanto”.
Su voz sonó más baja, menos segura.
- “Supongo que sigo intentando entender por qué él sí lo tenía tan claro”, comentó Gael.
Valeria dejó el bolígrafo. No era la respuesta que esperaba. Era extraño ver en Gael algo distinto a la compostura habitual, una melancolía que lo bajaba del pedestal de la perfección.
- “Debe haber sido importante para ti”, dijo Gael despacio.
- “Lo era”, respondió él, con una sinceridad que no necesitó adornos.
El silencio que siguió no fue incómodo. Las miradas se cruzaron y permanecieron así, detenidas. Valeria sintió un impulso difícil de ignorar, acercarse un poco más, solo para ver si esa calma en su rostro era tan firme como aparentaba.
Él también se inclinó apenas. Bastaba medio movimiento más para que el aire entre ellos desapareciera.
Entonces una voz irrumpió como una corriente fría.
- “Ah, con razón no contestabas mis mensajes”, dijo Lucía.
Lucía apareció con una barra de chocolate en la mano y una sonrisa de triunfo.
- “Te busqué en todo el edificio y estabas acá, teniendo tu propio club nocturno de estudio”, comentó Lucía.
Valeria se enderezó de golpe.
- “No es un club nocturno”, replicó Valeria, con una risa nerviosa.
- “Claro, claro”, dijo Lucía levantando las cejas. “Yo solo digo que hay más química aquí que en los laboratorios de Ingeniería”.
Gael se recostó en la silla, intentando disimular la sonrisa que le subía a los labios.
- “Llegas en el mejor momento, Lucía”, expresó Gael, con una mueca extraña.
- “Es mi especialidad”, respondió ella, dejando el chocolate sobre la mesa. “Coman. El drama académico también gasta energía”.
Valeria rodó los ojos, pero Gael tomó la barra y la partió por la mitad.
- “Gracias”, dijo él, mirándola de reojo mientras le tendía un pedazo. “Por la clase y por no dejar que el silencio gane”.
Valeria lo sostuvo unos segundos con la mirada antes de aceptar.
- “De nada, Sotelo. Pero la próxima traes tú el café”, expresó Valeria.
- “Trato hecho”, respondió él, y esta vez no se molestó en ocultar la sonrisa.
Lucía, que los observaba en silencio, negó con la cabeza con aire cómplice. Valeria volvió a mirar sus apuntes, aunque sabía que no recordaría ni una palabra. Algo acababa de cambiar, aunque ninguno de los dos se atreviera todavía a nombrarlo.
Una hora después, Gael guardó sus apuntes con mucha calma. Valeria lo imitó, aunque sus manos parecían no coordinar del todo.
Lucía ya se había adelantado unos metros, despidiéndose con un gesto que decía los dejo solos a propósito.
- “Creo que oficialmente sobrevivimos al estudio”, dijo Gael, colgándose la mochila al hombro.
- “Sobrevivimos es una palabra optimista”, respondió Valeria, abotonando su abrigo. “Pero sí, supongo que salimos con vida”.
Caminaron juntos hacia la salida. Los pasos resonaban suaves sobre el suelo encerado.
Gael llevaba las manos en los bolsillos y la mirada tranquila; Valeria, en cambio, no dejaba de repasar mentalmente cada segundo de lo que había pasado en la mesa.
Ese casi acercamiento. Ese silencio que no se parecía a ningún otro.
- “¿Siempre estudias hasta tan tarde?”, preguntó él.
- “Solo cuando quiero aprobar”, respondió ella.
- “Entonces vas a pasar con honores”, dijo Gael.
Ella soltó una risa leve.
- “¿Y tú?”, dijo ella. “¿Siempre apareces cuando la gente está al borde del colapso mental?”
- “Depende”, respondió él, la miró de reojo, con esa leve sonrisa que parecía esconder algo más. “A veces funciona”.
Valeria bajó la vista para no delatarse.
- “Podría decir que fue útil. Aunque me distrajiste más de lo que ayudaste”, expresó Valeria.
- “Eso lo tomaré como un cumplido”, dijo Gael.
Salieron al pasillo principal. El guardia los saludó con un movimiento de cabeza antes de cerrar las puertas detrás de ellos.
El aire nocturno los envolvió. Había calma afuera, y el mundo parecía haberse reducido al ritmo de sus pasos.
- “¿Vas hacia el dormitorio?”, preguntó él.
- “Sí. ¿Tú?”, respondió ella.
- “También, pero en dirección contraria”, dijo Gael y se detuvo un momento. “Te acompaño hasta el cruce”.
Valeria iba a protestar, pero no lo hizo. Caminaron unos metros en silencio. Gael iba medio paso detrás, observando cómo ella acomodaba el cabello detrás de la oreja una y otra vez, como si necesitara algo que hacer con las manos.
- “¿Sabes?”, dijo él finalmente. “Cuando llegué pensé que eras de las que no soportan distracciones”.
- “Y acertaste”, contestó Valeria, aunque el tono sonó más suave de lo que pretendía.
- “Entonces me sorprende que no me hayas echado de la mesa”, comentó Gael.
- “Lo pensé”, dijo Valeria, mirándolo de frente. “Varias veces”. Gael rió por lo bajo.
- “Eso explica por qué cada tanto me mirabas con cara de estar calculando un crimen”, expresó Gael. Ella se mordió el labio, intentando no reír.
- “No era tan grave”, dijo Valeria.
Se detuvieron al llegar al cruce del sendero. Las luces del campus caían en diagonales doradas, y el silencio que volvió a nacer entre ellos tenía un peso distinto al de antes, más claro, más consciente.
Gael se acomodó la mochila.
- “Entonces, ¿mañana mismo sigo con mis observaciones de tus manías con el resaltador?”, manifestó Gael.
- “Solo si prometes no interrumpir cada tres páginas”, replicó Valeria, aunque en su voz había un matiz que sonaba casi a invitación.
- “Prometo intentarlo”, dijo Gael.
Ella asintió, y por un instante, ninguno supo qué hacer con las manos ni con la mirada. Gael alzó la suya en un gesto torpe, casi un adiós; Valeria se la estrechó, más por reflejo que por decisión.
La mano de él estaba tibia, demasiado tibia, que cuesta soltarla.
- “Buenas noches, Valeria”, dijo Gael.
- “Buenas noches, Sotelo”, manifestó Valeria.
Él retrocedió un paso sin dejar de mirarla. Y mientras ella se daba la vuelta, no pudo evitar pensar que el límite entre distraerse y empezar a pensar en alguien era mucho más corto de lo que creía.