Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 13: Bajo su Control
El mensaje de Brendan fue tan directo como él:
“Te espero a las 23:00. Club Noctis. No te hagas la difícil.”
Dakota lo leyó mientras encendía un cigarrillo, recostada en el sofá de su oficina. Podría ignorarlo. Debería ignorarlo. Pero algo en esas palabras le erizó la piel, como si él supiera que ella no se resistiría.
Y tenía razón.
Cuando el reloj marcó las 23:00, Dakota cruzaba las puertas del Noctis, el club privado más exclusivo de Berlín, propiedad de Brendan Thompson. No era un lugar abierto al público: aquí solo entraban quienes él quería. El ambiente estaba sumergido en una penumbra elegante, con luces doradas, terciopelos negros y una música lenta, grave, que se sentía más que escucharse.
Brendan la esperaba al fondo, en un reservado con vista al salón central. Traje negro perfectamente ajustado, corbata deshecha, una copa de whisky entre los dedos. Cuando la vio entrar, no se movió. Solo sonrió, como si hubiera ganado una apuesta.
—Llegaste —dijo, levantándose con la calma peligrosa de un hombre que sabe lo que quiere.
—No dije que iba a venir —respondió Dakota, avanzando hacia él con su vestido rojo ajustado, corto, que dejaba sus piernas tatuadas al descubierto—. Quizás solo pasaba por acá.
—Claro —replicó él, sin apartar los ojos de ella—. Y yo soy un santo.
Se miraron en silencio, con esa electricidad que podía romper vidrios. Brendan extendió la mano, ofreciéndole un gesto inesperado.
—Bailá conmigo.
Ella arqueó una ceja, divertida. —¿Eso es una orden?
—Llamalo como quieras —contestó, y la tomó de la cintura antes de que pudiera decir algo más.
La pista estaba casi vacía, apenas unas parejas, la música lenta cubriéndolo todo como una neblina. Brendan la atrajo hacia su cuerpo, tan cerca que el calor de su pecho atravesó el fino vestido de Dakota. Ella apoyó una mano sobre su hombro, intentando no dejar que la sensación la desbordara.
—No parecés el tipo de hombre que baila —murmuró, intentando sonar indiferente.
—Con la mujer correcta, hago muchas cosas que no parecen —dijo él, con la voz grave rozándole el oído.
El ritmo era lento, pero Brendan se movía con una seguridad hipnótica, guiándola sin esfuerzo, como si el mundo entero se redujera a ese espacio entre ambos. Cada vez que su mano rozaba la espalda desnuda de Dakota, ella sentía que las piernas le temblaban.
—¿Siempre tenés que tener el control? —preguntó ella, clavándole la mirada.
Brendan bajó la vista a sus labios, y la sonrisa torcida apareció en su rostro. —¿Querés arrebatármelo? Probalo.
Dakota dio un paso más cerca, quedando completamente pegada a él. Sintió la tensión de sus músculos, el latido fuerte bajo su camisa. Era un juego peligroso, pero ella no era una mujer que supiera retroceder.
—Quizás no me interesa el control —susurró—. Quizás solo me interesa ver hasta dónde podés llegar.
Brendan soltó una risa baja, oscura. Su mano bajó por la espalda de Dakota, rozando la curva de su cadera. Ella contuvo el aliento, pero no lo apartó. Al contrario, inclinó la cabeza, dejando que sus labios casi rozaran los de él.
—¿Hasta acá? —dijo Brendan, su voz vibrando contra su boca.
—Un poco más —provocó ella, apenas un suspiro.
El baile se volvió un roce, una guerra de cuerpos. Brendan la sujetó por la cintura, llevándola contra sí con un movimiento brusco, mientras su otra mano le tomaba la muñeca. No fue violento, pero sí dominante. Dakota sintió el fuego subir por cada nervio, esa mezcla perfecta de poder y deseo que la volvía loca.
—¿Esto te gusta, Dakota? —murmuró él, con la boca tan cerca que su aliento le quemó la piel—. Porque a mí me enloquece.
Ella lo miró directo a los ojos, azul contra verde, y supo que no podía ganar esa batalla. No cuando su cuerpo entero estaba temblando por sentirlo así.
—No me das miedo, Thompson —dijo, aunque la voz le salió apenas un hilo.
—No es miedo lo que siento de tu parte —contestó él, y antes de que pudiera responder, sus labios chocaron.
El beso no fue suave. Fue brutal, hambriento, como si ambos hubieran estado esperando demasiado. Brendan la besó con toda la fuerza de semanas de tensión contenida, y ella respondió con la misma furia, con las manos enredadas en su cuello, presionándolo contra sí. Sus lenguas se encontraron en un choque de fuego, y todo lo demás desapareció.
Pero entonces, Brendan se detuvo. Jadeante, apoyó su frente contra la de ella, sus manos todavía firmes en su cintura.
—No —murmuró, con una sonrisa torcida—. Todavía no.
Dakota lo miró, confundida, con los labios hinchados y la respiración agitada.
—¿Qué te hace pensar que quiero esperar?
—Porque sé que cuando pase… —dijo él, acercando su boca a su oído— no vas a querer que paremos.
Ella tragó saliva, sabiendo que tenía razón. Y lo odiaba por eso.
Brendan soltó su cintura despacio, como si arrancarse de ella le costara.
—Te voy a volver loca, Dakota Adams —susurró, con una mirada que la atravesó por completo—. Y cuando eso pase, vas a rogarme que no te deje ir.
Dakota sonrió, peligrosa. —No apuestes tan alto, Thompson.
Pero mientras lo decía, supo que ya estaba cayendo.