— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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Un año
Madeleine estaba por tocar la puerta cuando su hermano fue quien la abrió, empujándola hacia el frente, ya que ella tenía la manija sostenida.
— Disculpa, no sabía que estabas por entrar. ¿Llegaron hace mucho? —preguntó Théodore, analizando las expresiones de su hermana.
— No mucho, pero me dio un dolor de cabeza que me mareó un poco.
— Pasa, padre está solo. Le pediré al médico que te revise. Deja de esforzarte tanto en los diseños; tu salud es lo primero. —Théodore se retiró dándole unas palmaditas en la cabeza a su hermana.
Madeleine entró al despacho, clavando su mirada en su padre, que estaba ocupado con unos documentos.
— Cielo, no te había sentido llegar. —El duque apenas percibió la presencia de su hija; era inusual verla tan silenciosa.
— Théodore me permitió pasar —contestó Madeleine, casi como un reflejo.
— ¿Hay algo que te inquieta? —El exduque Estefano Vitaly conocía bien a su hija y notaba que algo la perturbaba.
— Me he enamorado —confesó Madeleine con total sinceridad.
El duque dejó sus gafas sobre el escritorio, apartando los papeles a un lado, listo para brindarle toda su atención a su hija.
— ¿Y eso es bueno o malo? —inquirió Estefano, con un aire de precaución; sinceramente, él no esperaba la llegada de este día.
— Un poco de ambas cosas. Él no comparte los mismos sentimientos, pero no estoy dispuesta a dejar este sentimiento atrás —admitió Madeleine, con una determinación que brillaba en sus ojos.
— A veces, intentar forzar lo que no fluye puede llevar a que la rama se quiebre y te lastime —le advirtió su padre, con sabiduría en su voz.
— Padre, no te mentiré ni ocultaré mi verdad: qué era lo que tenía planeado hacer. Esta no es mi primera vida; no sé cómo, ni siquiera recuerdo bien mi vida pasada. Solo sé que lo amo y que quiero proteger a esos niños. Padre, quiero a mi familia de vuelta, quiero a ese niño que murió en mi vientre, aunque él no me recuerde, lo quiero a mi lado. — Los ojos de Madeleine estaban cristalizados por las lágrimas que amenazaban con salir.
El exduque se puso de pie, envolviendo a su pequeña en un abrazo lleno de ternura. Su bebé lloraba con un desconsuelo que desgarraba el alma, como si el tiempo retrocediera y lo transportara a aquellos días en que ella tropezaba con su vestido, dejando pequeñas marcas en su piel. Su niña siempre había buscado refugio en sus brazos, y ahora, al verlo, parecía que el sufrimiento que había llevado en silencio se desbordaba en un mar de lágrimas.
— ¿Desde cuándo lo sabes? — preguntó Estefano con dulzura.
— Hace muchos años sueño con fragmentos de esa vida, pero no habían sido tan claros como hasta ahora — confesó Madeleine mientras contenía su llanto.
— ¿Quién es el individuo en cuestión? — El exduque era consciente de que no podía oponerse a los sentimientos de su hija; sin embargo, deseaba conocer la identidad del hombre que tendría la responsabilidad de velar por su preciado tesoro, esa alegría que había llegado a su vida en su vejez.
— El duque Carter —susurró Madeleine, como si el nombre llevara un secreto.
— Madeleine, ese hombre es mucho mayor que tú —respondió el duque, exasperado.
— Padre —replicó Madeleine, dirigiéndole una mirada acusatoria.
— Reconozco que soy mayor que tu madre; sin embargo, nuestra historia es distinta. Además, él tiene dos hijos pequeños que deberás cuidar —respondió el duque con descontento.
— Padre —el tono acusatorio de Madeleine no cesó.
— No es comparable, Madeleine; tu hermana ya era una mujer casada cuando contraje matrimonio con tu madre. Prueba de ello es que tú y tu sobrina Bianca solo tienen unos meses de diferencia.
— Padre, es el hombre que amo —esas palabras fueron suficientes para que el exduque aminorara su resistencia.
— Madeleine, le prometí a tu madre que siempre respetaría tus decisiones; sin embargo, los Carter no son una familia que comparta nuestros valores. Para ellos, todo se reduce a acuerdos comerciales. ¿Qué tipo de vida tendrán mis nietos en esa familia? ¿Qué tipo de existencia experimentarás tú junto a ese hombre? Hija, mi deber como padre es protegerte, pero ¿cómo puedo cumplir con esa responsabilidad si deseas involucrarte en un entorno lleno de hienas hambrientas de poder? —Madeleine comprendía los argumentos de su padre, pero algo en su corazón le susurraba que el duque Carter era distinto a su familia.
—Padre, comprendo tu rechazo, pero tengo la firme convicción de que las cosas pueden cambiar. El duque se unirá a mí, siempre que se respeten mis condiciones. Con el tiempo, las ideas de los Vitaly se instaurarán en el ducado Carter. Ya he conversado con el duque y está abierto a la propuesta —expresó Madeleine, buscando la bendición de su padre.
—Si ya has conversado con él, ¿por qué te presentas ante mí? —El exduque se encontraba visiblemente molesto, ya que su hija, embelesada por el amor, no percibía el riesgo que implicaba asociarse con dicha familia.
—Porque no podría contraer matrimonio sin tu consentimiento. Eres el hombre más relevante en mi vida, eres mi padre. ¿Cómo podría casarme sin tu bendición? —La voz suave de su hija resonó con sinceridad.
—Un año, ese será el plazo que le concederé a ese hombre para que desarrolle un afecto genuino hacia ti. En caso de que no te valore, abandonaremos el imperio para iniciar una nueva vida, dejando atrás los sentimientos que pudieras albergar por él. —Aunque era habitual un compromiso concertado en el que ambas partes simplemente cumplirían con sus responsabilidades, el duque no estaba dispuesto a permitir que su hija viviera de una manera tan miserable.
Madeleine, llena de emoción, se lanzó a abrazar a su padre.
—Gracias, gracias por no dejarme sola.
—Eres mi niña consentida, pero no se lo digas a tu hermana; es un secreto entre los dos.
Vivían estuvo todo este tiempo escuchando tras la puerta. No quería que su esposo fuera irracional, pero cada día Estefano la volvía a enamorar.