La esposa humana del vampiro
¿Qué harías si, después de una vida plena, reencarnas como la esposa de un vampiro? Y no cualquier vampiro, sino uno poderoso, con dos hijos y una mansión que mantener, ¡justo como en la última novela que leíste! Nuestra protagonista, una anciana del mundo moderno, se encuentra en este hilarante y peculiar aprieto.
Ahora, con su espíritu vivaz de octogenaria atrapado en el cuerpo de una joven esposa, deberá navegar las excentricidades de su nuevo hogar inmortal. Entre hijos colmilludos, sirvientes peculiares y un esposo misterioso, descubrirá que la vida eterna puede ser sorprendentemente divertida y, quizás, incluso le ofrezca una segunda oportunidad para el amor y la aventura. Prepárate para un romance fresco, lleno de risas y con la dosis justa de acción en un mundo donde lo sobrenatural se encuentra con lo inesperado.
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Capitulo:20
LAURA:
En el sofá estoy a punto de quedarme dormida cuando siento un pequeño y suave toque, así que abro los ojos lentamente llevándome el susto de mi vida.
—¡Oh cielos, la niña del aro!
Hablo en un tono bajo al ver un vestido largo blanco y unos cabellos alborotados ¿Este será mi fin?
Me pregunto tratando de enfocar la vista con la poca iluminación.
—¿Quién es la niña del aro? Me gusta ese apodo.
Escucho la fina voz de Mía y respiro con algo de alivio.
—No, no, olvida ese apodo.
Me niego rotundamente.
—Está bien, te despertaba para que te acuestes conmigo, el sofá es incómodo para los adultos.
Me sorprendo de sus palabras y miro bien a la niña que la verdad no entiendo para qué le ponen una bata tan larga y de color blanco.
—¿Estás segura? ¿No te molesta que duerma contigo?
—No, no me molesta, ven.
Ella me toma de la mano y me lleva a su suave cama, así que me acuesto a un lado y ella en el otro.
Luego de un largo tiempo quedo profundamente dormida mientras pienso en lo que está pasando allá afuera.
No pasa mucho cuándo la puerta es tocada fuertemente y me levanto de un sobresalto mirando a todos lados.
Los niños se despiertan igual y Albert enciende el cristal de luz y mira la puerta con el ceño fruncido.
—No se levanten, yo iré.
Digo mientras me acomodo el vestido y abro la puerta lentamente.
Del otro lado observo dos guardias que me miran con el rostro serio.
—Señora Cortés, el emperador requiere su presencia en este momento.
A un lado está Adrián y miro a este que solo asiente.
—De acuerdo, primero hablaré con los niños.
Les digo y ellos asienten sin decir nada más.
Dejando la puerta un poco abierta me acerco a los niños y estos me miran con rostro serio.
—No salgan de la habitación al menos que sea en compañía de Adrián, yo debo irme ¿De acuerdo?
—¿Tú estarás bien?
Me pregunta Albert y le sonrío aunque estoy un poco nerviosa.
—Estaré bien, su padre y yo volveremos en cuanto podamos.
Los niños no muy convencidos asienten y yo me retiro.
—Adrían.
—Si señora.
—Ellos son tu responsabilidad.
Le digo para luego caminar con los guardias que me guían por largos pasillos con poca luz y esto solo me recuerda a una película de terror.
Llegamos a una enorme puerta de color negro y dos guardias que están ahí abren la puerta anunciando mi nombre.
Entro con un porte elegante y la frente en alto, al ver varios de los nobles más importantes y observo a la señora Luberg y sus dos hijas que lloran como si no hubiera un mañana... Que falsas se miran.
En una esquina observo a Víctor que me mira fijamente sin decir nada, mientras un guardia me guía hasta estar frente al emperador.
El emperador está sentado en una lujosa y elegante silla a cinco escalones de mí junto a la emperatriz.
Hago una perfecta reverencia y ellos corresponden con una mirada seria.
—Señora Cortés.
Comienza el emperador.
—Necesito que frente a todos usted responda algunas preguntas el cual le hemos hecho a su esposo, si sus respuestas coinciden estarán libre de sospecha sobre la muerte del señor Luberg.
Con serenidad asiento sin mostrar ninguna emoción en el rostro.
—Bien ¿Qué tan grave fue el problema de su hijastra y la niña Luberg?
—El problema entre ambas niñas no fue tan grave majestad, sin embargo, la señora Luberg le gusta exagerar.
—¿Exagerar? Tu mocosa bastarda lastimó a mi hija.
Escucho la voz chillona de la mujer y la miro de reojo sin mostrar ni un ápice de emoción.
—La próxima vez que vuelvas a llamar a mi niña mocosa malcriada haré que te arrodilles y te arrastres ante mí.
Hablo con altivez mirándola a los ojos.
Ella se ríe y me mira con ojos lunáticos.
—Tú mataste a mi esposo ¡eres una maldita asesina!
Grita y la sala se llena de murmullos hasta que el emperador vuelve a restablecer el orden.
—Majestad, solicito un justo castigo contra la señora Luberg por difamar mi nombre sin justas pruebas de que testifique que soy la asesina de su esposo.
En la sala se hace un pesado silencio y el emperador me mira fijamente.
—Señora Cortés, hasta que no se demuestre lo contrario no puedo dar permiso para un castigo, pero si se demuestra que usted es inocente al igual que su esposo, la señora Luberg será castigada severamente y despojada de su título.
—¿Qué?
Escucho que chilla detrás de mí y con una sonrisa hago una reverencia.
—Estoy de acuerdo majestad.
Al levantar mi rostro el emperador vuelve a hablar.
—Señora Cortés, la señora Luberg, dice que la vio salir de la fiesta a escondidas ¿Dónde estaba?
—Majestad, salí de la fiesta junto a mi esposo a nuestros aposentos, somos una pareja joven y las hormonas a veces se alborotan.
Hablo con seguridad y observo al emperador un poco incómodo.
—Ja ¿tienes pruebas de eso?
Pregunta la lunática y con un suspiro miro a mi vampiro.
—Ven aquí bebé.
Lo llamo con el dedo índice y este camina hacia mí con el rostro sereno, pero con confusión.
—¿Qué piensas hacer?
Me susurra y yo le guiño el ojo mientras quito lentamente tres botones de su camisa.
Abro un poco la camisa en el lado derecho cerca del seno y muestro una pequeña marca que hace con mis labios.
—Para mí es una tortura tener que enseñar el cuerpo privado de mi esposo que solo yo tengo derecho a verlo, pero esta marca se lo hice yo, y si desean estar seguros, busquen a un doctor para que le digan la fecha exacta de cuando le hice esto.
Todos los nobles miran a otro lado y yo aprovecho para volver a abrochar su camisa y Víctor me toma de la cintura susurrándome al oído.
—Pagarás caro por esto, no me di cuenta cuando tuviste la osadía de marcarme.
Sonrío de medio lado con picardía.
—Ya tu cuerpo es mío, no sé de qué te quejas.
Autora sólo recuerda que la culpa y el arrepentimiento nos van a acompañar siempre pero has seguido tú camino y continuas de pie. Eres una sobreviviente enorgullecete de ti.
Un abrazo y bendiciones!