Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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El Nombre de su Loba
El amanecer se filtraba por la ventana en una tenue luz dorada. Aelis despertó sobresaltada, el corazón retumbando como un tambor. No estaba sola. Lo sentía en su pecho, en su mente… en su alma.
—Por fin, Aelis… —susurró una voz suave, femenina, que no venía del exterior, sino de lo más profundo de su ser.
Aelis se sentó en la cama, con la respiración agitada.
—¿Quién eres?
—Soy tú. La parte que siempre estuvo esperando. Me llamo Lyra.
El nombre la envolvió como una caricia familiar. Un calor vibró en su pecho, como si algo antiguo acabara de despertar por completo.
—¿Por qué ahora?
—Porque ya es tiempo. Porque estás cerca de descubrir la verdad. Y porque esta noche… el pasado volverá a ti.
Más tarde esa mañana, Nina llegó al pequeño porche con una sonrisa entusiasta. Había insistido en acompañarla a buscar un vestido para la celebración de la Luna Roja. Aelis, aún procesando lo vivido al despertar, apenas podía seguirle el ritmo.
—¡Vamos! Hoy necesitas verte como una diosa —dijo Nina mientras la arrastraba por las calles del pueblo—. Ya bastante misteriosa eres, ahora toca ser inolvidable.
Después de probarse varios vestidos, Aelis eligió uno azul profundo, con una caída fluida y elegante. Cuando salió del probador, Nina soltó un silbido exagerado.
—Uf. El alfa va a babear.
Aelis se sonrojó, pero no dijo nada. La voz de Lyra murmuró en su mente, tranquila:
—Buena elección.
Esa tarde, Eirik la encontró en el jardín de la mansión. Sus ojos la recorrieron como si quisiera memorizar cada detalle.
—Esta noche será intensa —dijo él sin rodeos—. Pero antes de la celebración, hay algo que debes saber. Tú y tu madre. Es importante.
Aelis asintió. Algo en su interior ya intuía que las piezas estaban por encajar.
El salón donde se reunieron estaba aislado del bullicio de la celebración. La madre de Aelis parecía nerviosa, pero su mirada se endureció cuando el alfa del clan Völund, Dragan, entró con paso seguro.
—Gracias por recibirnos —dijo con un leve asentimiento hacia Eirik, que cerró la puerta tras él.
Dragan se volvió hacia Aelis. Su mirada era pesada, cargada de reconocimiento.
—¿Ya escuchaste a tu loba?
—Esta mañana —respondió Aelis en voz baja—. Se llama Lyra.
Dragan asintió lentamente.
—Entonces es momento de que sepas la verdad.
Hizo una pausa, mirándolas con solemnidad.
—Tú no eres una loba cualquiera. Eres descendiente de las Custodias, un linaje sagrado de mujeres capaces de cerrar el velo astral. Son las guardianas del equilibrio entre este mundo y el otro. Entre los vivos… y los que ya partieron.
Aelis sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su madre bajó la cabeza, y su voz tembló al hablar.
—Tu padre… también era un Custodio. El último de los varones.
Dragan continuó:
—Hace diecisiete años, hubo una ruptura en el velo. Algo oscuro intentó cruzar. Si lo hubiera logrado, habría destruido más que nuestra manada… Habría liberado fuerzas antiguas que ni siquiera nuestras leyes pueden contener.
—Él se sacrificó —susurró su madre—. Usó su vida para sellarlo. Para protegerte a ti.
Aelis sintió una presión en el pecho. Lágrimas llenaron sus ojos, pero no cayeron. No lo sabía. Nunca le habían contado.
—Desde entonces, hemos estado escondidas —explicó su madre—. Temía que si descubrían quién eras, vinieran por ti.
Dragan asintió con gravedad.
—Y tenías razón. Algunas manadas no olvidarían el poder que ella porta. Lo querrían… o lo temerían.
Eirik habló entonces, su voz firme.
—¿Puede volver a abrirse?
—Sí —respondió Dragan—. Y cuando ocurra, ella será la única capaz de cerrarlo. Como su padre lo hizo.
Un silencio pesado se apoderó de la sala. La verdad caía como una losa, pero también como una llave. Aelis no era solo una loba. Era la heredera de un poder milenario.
—Entonces hay que entrenarla —dijo Eirik, mirando a Dragan, luego a Aelis—. Y protegerla.
Dragan asintió.
—Ella necesitará tiempo. Y guía. Pero sobre todo, un lugar seguro.
Eirik se volvió hacia Aelis y su madre.
—Vivirán en la mansión, dentro del territorio de la manada. A partir de ahora, nada les pasará. No mientras yo esté aquí.
Aelis lo miró con una mezcla de desconcierto y gratitud. Sintió cómo el vínculo invisible entre ellos se tensaba aún más, como una cuerda vibrando con energía contenida.
Y en su mente, Lyra susurró:
—Él es más que protección. Es parte del destino. Nuestro destino.