Ivette Mora es una madre de dos hijos que prefiere pasar su vida sola, el maltrato y desamor que sufrió con el padre de sus hijos dejó huellas en lo más profundo de su ser, en una jugada del destino se cruza con Gustavo Martínez y viven una historia de amor plena. Pero un error hará perder la confianza, allí empezará la difícil tarea de reconquistar a su amor o dejar que todo se pierda.
Una historia de amores y desencuentros.
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Gustavo besa a Ivette.
En una de esas salidas a caminar y sentarse en la plaza, estaban conversando de la gran mejoría qué sentía físicamente, ya no estaba tan cansada, comía un poco mejor, y dijo —Creo que iré recuperando mi cabello también, perdí cejas, algo de pestañas, y cabello de mi cabeza.
—Paciencia, recuperarás todo y te verás más hermosa aún.
—¿te diste cuenta que en un ojo perdí más pestañas que en el otro?
Él respondió — no, no me di cuenta.
Ella le dice — mira mis pestañas — y se inclina hacia él.
Gustavo la mira e inesperadamente le roba un beso, muchas veces se había contenido, pero esta vez no soportó más.
Ivette se quedó congelada por un momento, sus ojos bien abiertos, Gustavo apartó un poco su rostro de ella, para ver su reacción—Perdón, no pude evitar besarte. Tienes unos labios preciosos. —Y volvió a besarla, esta vez más confiado.
Hacía mucho tiempo que ambos estaban solos, ese beso selló un momento especial, principalmente para ella que nunca se había sentido amada, en este beso ella sintió mucho más amor que el que había sentido en toda su vida de matrimonio anterior.
— ¿Qué hiciste? — Preguntó ella
Con su rostro lleno de picardia respondió — me tenía que arriesgar o seré eternamente tu amigo.
—Pero tú sabes que yo no quiero una relación y no quiero arruinar esta amistad.
— No te estoy pidiendo matrimonio, ni tampoco que seamos novios — continuó diciendo con cierta seriedad — tú me gustas mucho, te pido que me des una oportunidad de conocernos.
—Yo no quiero una relación — dijo con cierto aire de capricho infantil, en realidad le gustó el beso, no quería aceptar que ese hombre le provocaba muchos sentimientos, estaba llena de miedos.
El se paró del asiento donde estaban sentados en esa plaza y la levantó a ella con cierta delicadeza del brazo, rápidamente la envolvió con sus brazos y volvió a besarla, esta vez fue muy apasionado, la tomó de la cintura apretándola contra su cuerpo, su corazón latía desesperado, el de ella también. Separó un momento sus labios del los de ella y le susurró —Me encantas, me gustas en cada cosa que sé dé ti, me gustas como persona, como mujer, la fuerza que tienes para salir adelante. Déjame conocerte, déjate querer.
Ella respiraba agitada, todo esto le tomó por sorpresa — Pero... — hizo una pausa, No tenía argumentos para decir nada.
—Si no te gusto, lo entiendo — dijo él si soltarla, hablaba muy cerca de su boca, casi susurrando.
Ella quedó en silencio, él entendió que ese silencio era razón para besarla otra vez.
Cada beso era más especial y dulce, ella no podía resistirse, ni siquiera intentaba huir de su abrazo. Finalmente, cedió al encanto del momento y respondió a los besos de Gustavo llevando sus manos hasta rodear el cuello de él.
Valía la pena cada segundo que vivían, ambos se sentían completos en el otro. Después de este momento especial cada cual debía volver a su hogar, caminaron casi en silencio hasta la entrada del edificio.
—Mañana vengo a la misma hora
—seguro.
—Claro que sí, necesito más besos.
Ella se sonrojo —hasta mañana.
—No olvides que yo soy el amor de tu vida. —Le dijo él. Y se despidió.