«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»
Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.
En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.
«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.
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Risas y Malos Entendidos
Los números en la pantalla del móvil subían con la misma velocidad con la que Don Pepe lanzaba piropos en el pasillo del edificio: sin pausa ni sentido del límite. Parecía que alguien hubiera activado un turbo invisible en las redes sociales, y cada nueva visualización era como una chispa en una fogata que ya ardía sin control. El teléfono de Elvira vibraba sin descanso sobre el mostrador, emitiendo un constante zumbido que ella, lejos de ignorar, recibía con una sonrisa satisfecha. El éxito se servía mejor en directo, pensó, mientras se acomodaba el cabello y lanzaba otro de sus comentarios mordaces al pobre Rogelio.
Él, por su parte, parecía haber sido arrojado al centro de un circo sin previo aviso. Sus movimientos eran torpes, sus manos buscaban nerviosas un refugio inexistente, y su rostro ya no era rojo, sino un tono entre púrpura y tomate maduro. Cada intento por defenderse de las indirectas de Elvira solo conseguía que la red invisible de la peluquera se apretara más. Si el sentido común fuera físico, Rogelio estaría luchando por respirar.
—¡Ay, Rogelio, no pongas esa cara! —exclamó Elvira, mientras jugueteaba con las tijeras como si fueran un cetro de poder—. Estás siendo el protagonista de una telenovela en directo, cariño.
Rosario, sentada en una esquina con las piernas cruzadas y su habitual falda gris que le daba la apariencia de una estudiante de un internado de otros tiempos, levantó la vista de su móvil con una sonrisa que rara vez mostraba. Esa sonrisa no era la de la seria adolescente que solía callar los desmadres del edificio; no, esta era la sonrisa traviesa de quien había descubierto un nuevo pasatiempo.
—"¡Ese chico es un encanto, pero se nota que le tiemblan las piernas!" —leyó Rosario, adoptando un tono que mezclaba ironía y diversión. Sus ojos brillaban mientras bajaba rápidamente por la interminable lista de comentarios. Se aclaró la garganta y continuó—: "Rogelio, no te preocupes, ¡nos encantas así, todo nervioso! Por favor, ¡hazlo otra vez!"
Las carcajadas estallaron como una bomba de confeti en el apartamento. Incluso Marta, que había intentado mantenerse neutral mientras recogía mechones del suelo, no pudo evitar reírse. Su sonrisa era sutil, pero lo suficientemente traviesa como para que Rogelio sintiera que la gravedad tiraba de él un poco más fuerte.
—¡Sigue, sigue! —dijo Elvira, animando a Rosario mientras ella inclinaba la cabeza hacia la pantalla, como si fuera una maestra leyendo una lista de premiados.
Rosario, encantada con su nuevo papel, levantó un dedo en señal de pausa dramática antes de continuar. —"Rogelio tiene ese aire de chico rudo pero tierno. ¡Yo me lo pido!" —leyó, enfatizando la última frase con una risita contenida.
Rogelio se tapó la cara con las manos, pero no podía ocultar sus orejas ardientes. Mientras tanto, Elvira seguía afilando el cuchillo de la burla.
—¿Ves, Rogelio? Tienes club de fans y todo. Si sigues así, ¡te hacemos un canal propio! —dijo, mientras le daba un suave empujón en el hombro.
El ambiente se convirtió en un hervidero de comentarios, risas y vibraciones de móvil. Mientras tanto, los números seguían subiendo en la pantalla como si la mismísima audiencia mundial hubiera decidido que Rogelio y su torpeza eran el evento del año. Rosario, divertida como nunca, inclinó la cabeza con aire reflexivo.
—Creo que deberíamos dejarle algún tiempo a Rogelio para preparar su discurso de agradecimiento —bromeó, guiñándole un ojo al hombre, que ahora parecía desear que la tierra lo tragara.
Elvira, triunfante, tomó su móvil y con un gesto teatral lo levantó en alto, como si fuera una espada en un campo de batalla. —Y así, queridos vecinos, comienza la nueva era de la peluquería Elvira. ¡Donde el drama, la belleza y las risas van de la mano! —proclamó, mientras el lugar estallaba nuevamente en aplausos y carcajadas.
Rosario leyó los últimos comentarios:
—"¿Puede venir a arreglar mi grifo? Está goteando... de amor" —recitó con una sonrisa maliciosa—. "Yo también quiero un manitas que me pinte la vida de colores" ... "¿Acepta pagos en besos?" ... ¡Madre mía, estas mujeres están desatadas!
La risa colectiva llenó la habitación como una melodía contagiosa, mientras Rogelio, atrapado en la silla de la peluquería improvisada, parecía debatirse entre el deseo de que la tierra lo tragara y el secreto placer de ser el centro de tanta atención femenina.
Justo cuando Elvira había conseguido ponerle una capa de peluquería a Rogelio, la puerta volvió a abrirse. Don Pepe, con una de sus características camisas hawaianas, apareció en escena.
—Perdón, ¿alguien tiene un poco de...? —se detuvo en seco al ver el espectáculo—. ¡Vaya, vaya! ¿Esto es una fiesta y no me habían invitado?
—Don Pepe, está en directo —advirtió Rosario con tono mordaz, a bajo volumen, casi susurrando—. Cuidado con lo que dice, que lo están viendo cientos de personas.
—¿En directo? —Don Pepe se ajustó el bigote y se acercó a la cámara—. ¡Hola a todas las hermosas seguidoras! Si buscan un vigilante con experiencia...
—¡Don Pepe! —Rosario lo interrumpió—. ¿No le había pedido María Alejandrina que comprara pan para la cena?
El rostro de Don Pepe cambió instantáneamente. Los comentarios en el directo explotaron entre risas y emojis.
—Eh... sí, cierto. El pan... —retrocedió hacia la puerta—. Otro día me apunto a ese cambio de look.
Antes de retirarse, Don Pepe sintió que el corazón le latía como una locomotora desbocada, golpeando su pecho con un ímpetu que ni sus años de juventud recordaban. Apenas un segundo antes, sus ojos, más rápidos que su mente, habían viajado por el aire cargado de risas y perfume barato hasta aterrizar descaradamente en el cruce de piernas de Virginia. La joven, ajena al torrente de pensamientos que se agitaba en la cabeza del vigilante, lanzó una carcajada cristalina mientras, en un gesto casual y despreocupado, cruzaba las piernas, dejando asomar, como quien no quiere la cosa, el borde de una tanga amarilla tan pequeña que parecía una provocación en sí misma.
Don Pepe, con el bigote temblando y el rostro enrojecido, intentó desviar la mirada, pero sus pupilas traicioneras no parecían tener intención de colaborar. Sin embargo, en su torpeza, dejó caer las llaves del edificio, que resonaron en el suelo con un estrépito que hizo que todos las vecinas giraran a mirarlo.
—¡Ay, Don Pepe! —exclamó Elvira, que acababa de terminar un corte de pelo a Rogelio con movimientos tan teatrales que podría haber estado presentando un espectáculo en Las Vegas—. ¡Si sigue así, va a necesitar un desfibrilador!
La risa estalló en la improvisada peluquería como una ola de buen humor que arrastraba a todos a su paso. Incluso Virginia, con su habitual mezcla de inocencia y picardía, se unió al jolgorio mientras sus mejillas se teñían de un leve rubor. Don Pepe, por su parte, murmuró algo ininteligible mientras recogía las llaves, aunque su rostro delataba que su orgullo había recibido un golpe más fuerte que sus rodillas artríticas.