En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 12
Facundo estaba inmóvil, con los ojos fijos en la calle. Le toqué el hombro suavemente, pero no reaccionó. Parecía atrapado en un trance.
Me levanté un poco, intentando ver lo que lo tenía tan absorto. Cuando finalmente lo hice, un escalofrío recorrió mi espalda. Mi piel se erizó.
En la calle había un infectado. Pero no uno cualquiera. Este era un monstruo. Gigantesco, más alto que cualquier persona que haya visto, probablemente superando los dos metros. Su torso era robusto, con músculos hinchados y deformes que sobresalían como si fueran a reventar. Pero lo que realmente me heló la sangre fue su segunda cabeza. Crecía grotescamente desde su hombro izquierdo, más pequeña, deformada, como una sombra inquietante de lo que fue alguna vez.
Parecía sacado de una pesadilla, o de algún videojuego de terror.
El monstruo avanzó hacia el ventanal de la farmacia, pero lo hizo de una forma extraña. Estaba olfateando. ¿Olfateando?. Hasta donde sabía, los infectados no podían oler; solo reaccionaban al sonido o al movimiento que ellos podian observar. Pero este ser parecía más... consciente. Su nariz se aplastó contra el vidrio, dejando marcas grasientas.
De pronto, golpeó con una fuerza brutal. Tres ventanales se hicieron añicos al instante. Ni un gruñido, ni un grito, ni un sonido más allá del estruendo de los cristales rotos. Era como si fuera mudo.
El terror me inmovilizó por unos segundos. No había enfrentado algo así antes, y sentí que esto estaba más allá de nuestras capacidades. Cuando giré para mirar a Facundo, lo vi envolviendo dos petardos en un trapo. Los frotaba contra su cuello y axilas, impregnándolos con su olor.
Encendió el trapo improvisado y lanzó los petardos por una rendija rota. Estos cayeron a unos metros del gigante.
El infectado detuvo su avance, giró su enorme cuerpo y empezó a trotar hacia el objeto que, ahora me daba cuenta, olfateaba con precisión.
Facundo me tomó de la mano.
— ¡Vamos! –gritó.
Salimos de la farmacia a toda velocidad, con los vidrios crujiendo bajo nuestros pies. El gigante se dio cuenta de nuestra fuga y rugió. Su grito era gutural, profundo, como el sonido de una tormenta en el horizonte. Los petardos explotaron en ese momento, y el monstruo se cubrió la cara con su mano.
Corrimos como nunca antes. No miramos atrás. Saltamos muros, cruzamos jardines y nos escabullimos entre casas abandonadas. Oímos sus gritos, pero también otros más agudos: infectados normales. Parecía que estos se dirigían hacia el gigante, como si respondieran a sus llamados.
Finalmente, alcanzamos una zona boscosa. Facundo se quitó la bufanda, la frotó contra su cuerpo y la colgó de una rama baja.
— Deja algo tuyo también, lo que sea. Si ese monstruo nos sigue por el olor, tenemos que distraerlo.
— ¡Entendido! –me quité los guantes, los pasé rápidamente por mi cuello y los lancé en dirección opuesta a la que corríamos.
Seguimos corriendo, dejando algunas prendas mas como señuelos. No sabíamos si estábamos yendo en la dirección correcta, pero eso no importaba. Lo único que podíamos hacer era correr.
Después de lo que sintió como una eternidad,probablemente media hora.Los gritos se apagaron. Nos detuvimos, jadeantes, en medio del bosque.
— Descansaremos aquí unos minutos –dijo Facundo, apoyándose contra un árbol, con el rostro empapado en sudor.
Me dejé caer, sosteniéndome sobre mis rodillas, intentando recuperar el aliento. Estoy acostumbrada a correr, pero esta vez fue diferente. El miedo me había drenado completamente.
— ¿Qué demonios era eso? –logré preguntar entre respiraciones entrecortadas.
Facundo levantó la mirada.
— La supervivencia del más apto... los seres vivos evolucionan para adaptarse. Supongo que eso fue lo que vimos. ¿Te fijaste en su mano derecha?
— ¿Su mano derecha? –le mire confundida
— Tenia la mano de otro infectado. Parece que ese gigante... se alimenta de otros infectados. Quizas por eso al llegar no habia ni un solo cadaver. Luego todos iban hacia él, probablemente para enfrentarlo sabiendo que le atacaron. O tal vez era su forma de... reclamar territorio.
— ¿Territorio? –Mi mente trataba de procesar lo que decía. Ahora que lo pensaba, los gritos habían disminuido mientras nos quitábamos las prendas. ¿El gigante los había matado a todos?
Facundo sacó la brújula que llevaba colgada al cuello y luego me miró.
— Pásame el mapa, por favor
Se lo entregué, y él lo examinó en silencio. Suspiró aliviado.
— Tuvimos suerte. Corrimos en la dirección correcta. Sigamos, no podemos quedarnos aquí demasiado tiempo.
Avanzamos en silencio. Yo seguía pensando en lo que habíamos enfrentado. Una criatura que no debería existir, que rompía las reglas de lo que creíamos saber sobre los infectados.
Facundo rompió el silencio.
— Ese gigante no es más inteligente que los infectados normales. Es más fuerte y tiene olfato, pero sigue siendo un animal para nuestra buena suerte.
Lo miré. Su capacidad de análisis me impresionaba. Él había ideado una forma de escapar en cuestión de segundos, mientras yo estaba paralizada.
— Eres increíble.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. Facundo giró hacia mí, con una sonrisa divertida. Me ruboricé al instante.
— Gracias. Pero, si hubiera salido mal, en lugar de increíble sería un idiota –respondió, encogiéndose de hombros–. Solo tuvimos suerte.
Caminamos hasta que el sonido del río Ñireco rompió la tensión. Cargamos nuestras botellas, aprovechando para tomar agua y lavarnos el rostro. Luego cruzamos el río y seguimos subiendo por un bosque que empezaba a ganar altura. Mis piernas ya sentían el esfuerzo de la pendiente.
El atardecer teñía el cielo de tonos cálidos cuando Facundo se detuvo.
— Frenemos aquí por hoy. Desde aquí arriba tenemos buena visibilidad, y dudo que algo mantenga el equilibrio si baja corriendo.
Asentí, agradecida por el descanso. Juntamos ramas para hacer un fuego y el resto las esparcimos alrededor de nuestra posición. Si alguien o algo se acercaba, oiríamos el crujir de las ramas.
Nos sentamos, exhaustos pero aliviados de estar vivos. La luz del fuego nos envolvía mientras la noche caía. Fue un día largo, intenso, y aterrador. Pero estábamos juntos, y eso era lo único que importaba.